viernes. 19.04.2024

Llevar el conflicto social a la política

La novedad más relevante que se detecta en el panorama político español es seguramente esas candidaturas municipales hechas a partir de retales zurcidos con mucha fe...

La política corre en este país un peligro cierto de quedar reducida a una manera muy determinada de hacer gobierno y de hacer oposición, dentro de un orden constitucional más o menos inmutable, y entre un abanico reducido de opciones políticas más o menos parecidas

La novedad más relevante que se detecta en el panorama político español no es seguramente ni la opción Podemos ni el ocaso probable de la época de las mayorías absolutas, sino esas candidaturas municipales hechas a partir de retales zurcidos con mucha fe, y que se concretan muy en particular en los rostros y los talantes de dos mujeres fuertes de la izquierda: por orden de aparición, Ada Colau y Manuela Carmena.

Porque el problema no es solo el bipartidismo; el mal no está únicamente en la existencia de mayorías absolutas. La política corre en este país un peligro cierto de quedar reducida a una manera muy determinada de hacer gobierno y de hacer oposición, dentro de un orden constitucional más o menos inmutable, y entre un abanico reducido de opciones políticas más o menos parecidas. Lo mismo da que esas opciones sean dos que cuatro, y no supone una diferencia apreciable el hecho de que exista o no un peso preponderante de una de ellas en la correlación coyuntural de fuerzas en presencia.

Dado el desgaste del consenso, una vieja idea de la transición, como eje de la política, lo que se ha hecho a partir de entonces ha sido perfeccionar el mecanismo del turno. Las descalificaciones más energuménicas, de boquilla, entre las opciones políticas mayoritarias, no han sido obstáculo para que, cuando quienes estaban en la oposición ocupan el poder, se apunten de inmediato a los caminos trillados del estereotipo más plano de la gobernanza: ese que nos repite una y otra vez que solo hay una política posible. Dos, si se me apura: o la que hacemos “nosotros” (los de turno), o el caos.

Este estado de cosas se ha ido prolongando, acompañado por un declive progresivo y muy acentuado de la participación ciudadana en la política. Lo cual tiene su lógica: la política al uso niega el conflicto social, o lo dulcifica, o lo esconde. El conflicto, entonces, al constatar que están cegados los canales de la confrontación democrática, busca visibilidad y solución por otras veredas. Y el territorio de la política se reduce progresivamente a un juego de rol entre un número restringido de jugadores.

La aparición del 15-M supuso, por su capacidad de enganche y su masividad, un revulsivo contra ese modo cansino de operar la política en un contexto de crisis. Pero el esquema mental que regía la anterior situación ha seguido ampliamente presente en la nueva: ha sido mucha la gente que se ha apuntado en los últimos años al conflicto social, y mucha menos, en cambio, la que (hasta ahora) ha conectado ese conflicto asumido con una alternativa política determinada.

A pesar de que la política es el cauce natural para la resolución de los conflictos expresos o latentes en el seno de la sociedad civil. Por lo menos, en la teoría. Se diría que existe en este punto un bloqueo o una disfunción en la maquinaria democrática de nuestro país. Las dos ruedas de la actividad política y del conflicto social giran por libre, no engranan. Así parece desprenderse de los índices de participación y de los resultados concretos de las recientes elecciones autonómicas de Andalucía. La aspiración compartida a un “cambio” genérico no acaba de plasmarse en confianza clara a las opciones políticas que lo promueven. Quienes encabezan las preferencias políticas de los ciudadanos vuelven a ser los mismos.

Ahora las dos principales fuerzas nacionalistas de Catalunya nos proponen una lectura plebiscitaria de las próximas elecciones municipales. Pues qué bien. Es un nuevo ejemplo de propuesta autista de una política diseñada desde la torre del homenaje y que omite o desdeña la existencia del foso de los cocodrilos. El conflicto social es abstraído y apartado a un lado para hacer sitio a la comunión en los ideales identitarios. Desde otros puntos cardinales se critica esa propuesta, pero se cae en la misma actitud de fondo. Se llama a votar en las municipales para reforzar la gobernanza actual del Estado o para sustituirla por su alternativa homologada. Por mucho que se trate de esquivar el esquema bipartidista, se cae de cuatro patas en un esquema bidimensional. Falta la tercera dimensión, la profundidad de una política que hunda sus raíces en la sociedad y extraiga de ella la savia enriquecedora de un gobierno de las personas para las personas.

Habremos de rezar mucho a Santa Ada y a Santa Manuela para que nos libren de esta peste.

Llevar el conflicto social a la política