jueves. 28.03.2024

El ventajismo de Rivera

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La posición de Rivera es, como siempre, clara y tajantemente ventajista. Está en contra de la moción, de modo que exige su retirada, primero, y la convocatoria inmediata de elecciones generales después

Lo diré sin tapujos: Albert Rivera no tiene ni los saberes ni los redaños ni el carisma necesarios para ser alguien en la política. No es un líder auténtico, es fake news.

¿Qué tiene, entonces, para estar donde está? Sustancialmente, dos cosas.

La primera, su sorprendente parecido con San Pancracio, en esas estatuillas en las que aparece asido con una mano a la palma, y un dedo de la otra alzado hacia el cielo. San Pancracio tiene fama de milagrero, y en tiempos se le encajaba en el dedo una de aquellas monedas de dos reales (ahora sin curso legal) que tenían un agujero en el centro. Era creencia popular que el óbolo destinado al santo atraía la buena suerte en mil formas inesperadas, de modo que los sanpancracios se multiplicaron en las repisas de las viviendas y de los talleres en los que la gente humilde suspiraba por un golpe de fortuna que le cambiase para siempre el destino.

No hay ninguna prueba consistente de que la carita sonrosada y el dedito alzado del santo fueran origen en alguna ocasión de una mejoría significada para algún devoto. Tampoco hay pruebas tangibles de que los votos a las listas de Ciudadanos, emitidos como suspiros de aire que van al aire, hayan servido para nada concreto, como no sea incrementar la desfachatez de los representantes electos de la formación.

Ahí entra en juego el segundo punto fuerte de Rivera, su ventajismo. Desde la posición preeminente que le conceden pronósticos electorales más o menos cocinados, Rivera se ha elevado a sí mismo a la condición de líder supremo de las feministas, de los jubilados, de la transparencia, de la lucha contra la corrupción, de la defensa de la Constitución y, ahora mismo, del patriotismo. Es bonito verlo al frente de tantas cosas, pero si nos fijamos un poco más lo único que aporta a tantas justas reivindicaciones son sus mejillas de arrebol y su dedito alzado.

Así está ocurriendo, una vez más, con la moción de censura al gobierno sustanciada después de la sentencia del caso Gürtel. Cabe recordar que va encabezada por Pedro Sánchez, secundado por los líderes en cuarentena de Podemos. Cabe recordar también que está causando fuertes debates en los ámbitos de los nacionalismos de derechas (JxCat, PNV) incapaces de decidir, en la ocasión, si son más nacionalistas que de derechas, o a la inversa.

La posición de Rivera es, como siempre, clara y tajantemente ventajista. Está en contra de la moción (no le reporta ninguna ventaja personal), de modo que exige: su retirada, primero, y la convocatoria inmediata de elecciones generales después.

Un observador benévolo sacará la conclusión de que lo que desea Rivera es gobernar. Falso. Lo que desea es: a) que siga gobernando un PP llegado a estas alturas a un grado insoportable de putrefacción, y en consecuencia infinitamente maleable a las presiones desde retaguardia; b) contener un previsible crecimiento de las izquierdas plurales, y evitar acuerdos potenciales de conllevancia entre esas izquierdas y las opciones nacionalistas más sensatas, que puedan variar las coordenadas generales de la situación política en el país; y c) seguir indefinidamente en el candelero como deus ex machina, o pepito grillo, o sanpancracio del sistema así acartonado, evitando que nada cambie porque cualquier cambio podría arruinar el momio que le ha llegado por intercesión del Ibex divinal.

El ventajismo de Rivera