sábado. 20.04.2024

El tesorero a la sombra

Un famoso tesorero de nombre desconocido va a pasar una temporada, que esperamos sea larga, en una de las celdas de luxe que tienen las prisiones madrileñas a causa de la creciente afluencia de cacos de gama alta...

Un famoso tesorero de nombre desconocido va a pasar una temporada, que esperamos sea larga, en una de las celdas de luxe que tienen las prisiones madrileñas a causa de la creciente afluencia de cacos de gama alta. Se sospecha que puede tener hasta 48 millones de euros (unos 8.000 millones de pesetas) en paraísos fiscales, y el juez le acusa de haber cometido los delitos de estafa, evasión fiscal, falsedad y cohecho mientras desempeñaba cargos de responsabilidad en el Partido Popular.

Unido a esta organización conservadora como gerente desde 1982, el tesorero desconocido realizaba tan subrepticiamente sus ilícitas actividades, que a lo largo de tantos años nadie pudo darse cuenta de sus fechorías, en un partido que, según José María Aznar, su dirigente más preclaro, era incompatible con la corrupción, y que es, además, un celoso guardián de la moral católica. Así que sabiendo como se sabe que robar, o quedarse con dinero ajeno, es, por lo menos, pecado, este fallo en la vigilancia partidaria sólo se puede atribuir a la ilimitada confianza que los diversos presidentes del partido le habían otorgado y que el tesorero ha traicionado llevando un múltiple sistema de cuentas: la contabilidad A para Hacienda, que tampoco exige mucho, la contabilidad B para el Partido y la contabilidad de la C a la Z, para él mismo.

En un partido de triunfadores, que gobierna para los ricos y que hace de la acumulación de riqueza la máxima expresión del mérito personal, nadie se sorprendía del puntual reparto de sobres con un dinero que sólo podía ser blanco, blanquísimo, pues se vivía en un ambiente de alegre camaradería y honesta opulencia en la España que iba bien. Y si España iba bien, la Bolsa iba bien y la construcción iba bien, no había razones para dudar de que el Partido Popular navegara viento en popa. Si el presidente del Gobierno decía que la bonanza económica se debía a él -el milagro soy yo-, en un partido católicos creyentes, nutrido por gentes ingenuas y sencillas, ¿por qué no iban a admitir que hubiera otros milagros que se debían al tesorero?, quien, cada mes, con puntualidad británica, reproducía el milagro de la multiplicación de los sobres y los sueldos, para asombro y júbilo de sus camaradas. ¿No era esa una señal de la Historia o incluso un reconocimiento divino? ¿Qué razones había para dudar de la voluntad del altísimo? ¿No había apoyado a Franco en la cruzada, por qué no había de apoyar a sus herederos en la economía? ¿Acaso existía alguna advertencia en contra de la Conferencia Episcopal? ¿O alguna pastoral admonición de monseñor Rouco Varela? Nihil obstat! Pues santo era ese dinerito complementario, recibido por servir a España.  

El tesorero desconocido para unos era el conseguidor, para otros el repartidor de sobres, para unos terceros el recaudador de inocentes dádivas; algunos le conocían por el del abrigo con solapas de terciopelo, pero Rajoy, que desde que descubrió su traición, quedó traumatizado y no puede pronunciar su nombre, se ha referido a él simplemente como “el asunto”. Así pues, “el asunto” -presunto, claro está-, ya está en la trena, a donde ha tardado casi 5 años en llegar, desde que Baltasar Garzón, que en santa gloria esté como juez, le implicó en el caso Gurtel al escuchar la grabación de una conversación telefónica en la que el cabecilla de la trama decía: “Yo, Paco Correa, he llevado a Bárcenas a Génova y a su casa más de mil millones…Y sé cómo los saca de España”. El Innombrable ya está en la trena, haciendo compañía a Correa; ya veremos cuántos más le siguen al trullo.

El tesorero a la sombra