Despertamos a diario pensando que ya salimos de la pesadilla. Pero, como el dinosaurio en el relato de Monterroso, el virus aún sigue aquí. Llevamos ya tanto confinamiento que tenemos la sensación de vivir en un tiempo estancado. Cuando esto acabe, que acabará (esta es la frase más repetida por los publicitarios), habremos perdido el mes de abril (profético Sabina) y mucho más. Van ya muchas personas infectadas, muchos ingresados en la UCI, demasiados fallecidos que no pudieron ser acompañados ni despedidos. Todo esto va a dejar heridas que tardarán en cicatrizar. Pero los supervivientes seguirán adelante con su vida, algo diferente a la anterior. Hay un antes y un después de esta pandemia, pero no sabemos como será.
Todo sucedió en un escenario de máxima incertidumbre, para la población y los profesionales. La gente se vió, de pronto, confinada y aterrorizada ante una amenaza desconocida de efectos impredecibles. Los profesionales tuvieron que afrontar una situación nunca antes vivida, con poca protección y escasos medios, y un desconocimiento total sobre el comportamiento del virus. Por mucho que los "profetas del pasado" digan ahora que esto era previsible, y que se actuó de forma tardía e incorrecta, lo cierto es que nadie esperaba esta pandemia global, y todas las instancias políticas y sanitarias fueron actuando y aprendiendo a medida que sucedían los acontecimientos. Aun hoy quedan muchas zonas de sombra e incertidumbres sobre la evolución presente y futura. Aun no sabemos por qué hay personas que pasan la infección de forma asintomática y otras sufren una afectación catastrófica y letal. Pero se está avanzando en el conocimiento de la patogenia, y a medio plazo habrá terapias más eficaces. Debemos mantener la esperanza: encontraremos la vía de salida.
Sabemos que China tardó demasiado en notificar la gravedad de lo que sucedía en su territorio; la OMS se demoró en proclamar la situación de pandemia; los gobiernos europeos (incluyendo el español) fueron lentos en decretar el estado de alarma y ordenar el confinamiento de la población. Incluso hubo países como el Reino Unido donde no adoptaron medidas e intentaron dejar que el virus circulara libremente para conseguir "la vacuna del rebaño"; hasta que se infectaron Boris Johnson y su ministro de sanidad: entonces ordenaron el encierro. Ahora, visto lo que pasó, es fácil señalar los errores que provocaron esta situación de catástrofe global, pero en su momento no era fácil ordenar el cierre de un país, la paralización de toda actividad económica y el confinamiento de la población. Son medidas extremas (en este caso necesarias y que van dando resultados) que tienen enormes consecuencias políticas, económicas, sociales y sanitarias. Poco a poco se irán abriendo las puertas y veremos la luz.
Ahora proliferan los "expertos" que profetizan lo que va a pasar a partir de ahora. No sé como se puede ser experto en algo que nunca vivimos (la última pandemia -la gripe española- fue hace cien años). Muchos afirman que esta crisis es un aviso del cosmos o un castigo de los dioses, cada cual según sus creencias. Hay quien vislumbra que en esta ocasión va a surgir un Nuevo Orden Mundial, donde habrá más justicia social y más respeto por la naturaleza. Hay quien prevé que “superaremos la pandemia, pero despertaremos en un mundo diferente” (Yuval Noah Harari)). También hay quien sostiene que después de la pandemia se va a desarrollar un nuevo hábitat: el cibernatural, con un retorno al medio rural pero conectados por internet (Ferrer i Balsebre). También hay pensadores que ven posible que llegue a Occidente el Estado policial digital estilo chino, con la pérdida de libertades con la justificación de la seguridad colectiva (Byung-Chul Han).
Pero lo cierto es que poco sabemos de como será la vida futura y como nos adaptaremos. Podremos ser más generosos -como parecen indicar las iniciativas solidarias que surgen en estos días precarios-, o puede que las medidas de distanciamiento nos hagan más suspicaces: el vecino –e incluso el sanitario hoy señalado como héroe-, podrá ser un enemigo portador del Mal. Puede que aumentemos nuestra resiliencia y nos hagamos más fuertes ante la adversidad o quizá el estrés postraumático pueda dejarnos sin defensas para afrontar nuevos desafíos. Yo no tengo ninguna certeza. Quien sabe de que manera podremos curar las heridas y restaurar nuestra convivencia. Si algo caracteriza al ser humano es la capacidad de adaptación. Lo más probable es que, poco a poco, retornemos a “nuestra incierta vida normal” (Rojas Marcos) y que recuperemos nuestra rutina diaria sin que se produzcan grandes cambios en el entorno global ni en la vida cotidiana. Pero no va a ser hoy. Aún queda camino por andar.