viernes. 19.04.2024

La sobrepolítica

La sobrepolítica es esa que, llegada a la perversión, se sitúa por encima de la política y voraz, la corrompe, desgarra y consume. Es esa que, tras instalarse en cada esquina...

La sobrepolítica es esa que, llegada a la perversión, se sitúa por encima de la política y voraz, la corrompe, desgarra y consume. Es esa que, tras instalarse en cada esquina pública de los Estados, va consiguiendo generar un profundo desapego, cada vez más cercano al desprecio, entre los ciudadanos y la acción política. Es esa auto-retribuída con prebendas económicas y privilegios de casta, la suya, sin importarle en absoluto lo que está ocurriendo alrededor, ignorante a conciencia de las vidas, necesidades y legitimidades de los otros. La sobrepolítica se asienta sobre las cenizas de cualquier honorabilidad imaginable. Llegada al gobierno, su enfermedad duele a todos, daña al país entero, contamina tanto el presente como el futuro de la sociedad en su conjunto. La sobrepolítica podrá ser mil cosas, vampírica, parásita, vírica, pero jamás será política.

En un país donde acceder a un sueldo en singular es labor inalcanzable para millones; en un estado en el que recibir una retribución digna por el trabajo realizado supone una tarea casi imposible para la mayoría de los trabajadores; en una sociedad en la que, de hecho, los sueldos de quienes los tienen a duras penas llegan para cubrir las necesidades de las familias, aquí y ahora, no dejamos de leer cascadas de informaciones que muestran cómo el Partido Popular ha estado instalado, durante años y años, en un entramado generalizado de sobresueldos con nombres y apellidos propios. Sin entrar en la legalidad o no de esa infame arquitectura sobrepolítica -para eso están los jueces- lo que está claro, no hay margen de error en esta interpretación, es que esos cargos públicos populares que han recibido sobre lo recibido, concedido sobre lo concedido, mucho se han sobrequerido, mucho se han dejado sobrequerer.

Quienes tantos dineros y prerrogativas demandan, quienes de tantas monedas y dádivas se creen merecedores, nada poseen del único capital fundamental que se le debe exigir, además de una obvia eficacia en la gestión del patrimonio compartido, a un político en un Estado sano y democrático. Se llama Ética, se llama Honestidad. Es mentira que los mejores sean aquellos que más quieren obtener a cambio, y como consecuencia, de su hacer público. Los mejores y urgentemente necesarios son otros, son aquellos que más tienen, pero no en sobresueldos, donaciones, billetes o propiedades, sino en Decencia y Sobriedad, Sobriedad y Decencia. Nuestros sobrepolíticos, enfermos de sí mismos, de su codicia, ambición y ceguera social, ellos que no tienen suficiente con una justa retribución por el ejercicio de sus funciones, ellos que nunca se sienten saciados de ingresos, padecen pobreza extrema de estas dos virtudes humanas, de estos dos pilares sin los cuales la política no puede sino acabar prostituida, habitando en los prostíbulos de la opulencia ilegítima.

Cada día que pasa, cada nueva información que se suma a lo ya conocido, cada nuevo asco sobrevenido alrededor de esta contemporánea casta de mancilladores de la política, de estos sobrepolíticos y sus degeneradas maneras de estar y hacer, cada nueva ignominia, nos enfada más, nos duele más. En ocasiones sentimos que nuestras esperanzas se contaminan, aun sabiendo que eso es lo último que debemos permitir, porque de ocurrir ganaría la enfermedad, ganarían los violadores de la sobriedad, ganarían ellos. Hay momentos, a mí me pasa, seguro que a la mayoría de los que estáis leyendo esto os pasa, en los que nos encontramos pensando en algo que no debemos, que resulta tan peligroso como incierto: que la política es como el estiercol. Pero ir en esa dirección supone equivocar el juicio, porque si algo huele a orgánico, lo único que apesta, es la decadencia, la degeneración, la antipolítica, la asqueante sobrepolítica que tanto está pesando sobre nuestras vidas.

Si yo, si yo pudiera, llevaría a todos los sobrepolíticos españoles a una pequeña isla alejada de grandes empresas, grupos de poder y paraísos fiscales, de lujos, sedes y bacanales institucionales o privadas, y los dejaría ahí un largo tiempo para que aprendieran a convivir con el significado de una palabra que habla sobre el ir viviendo a pesar de todo, una palabra que resuena continuamente en millones de hogares preocupados en nuestro país, en las conversaciones de incontables familias que se mantienen con un sueldo, o con ninguno, una palabra mucho más digna, admirable y llena de enseñanzas, que todas las legislaciones y retribuciones sobrepolíticas juntas; para que de una vez por todas se enteraran, sobreanalfabetos, sobreignorantes, sobreavariciosos, de lo que significa: “Sobrevivir”. 

La sobrepolítica