viernes. 19.04.2024

Los Señores de los Anillos

Había una vez unos pequeños seres que poblaban una pequeña comarca situada en el corazón de una tierra media. Aun siendo de escueta estatura si los comparáramos con sus vecinos del norte...

Había una vez unos pequeños seres que poblaban una pequeña comarca situada en el corazón de una tierra media. Aun siendo de escueta estatura si los comparáramos con sus vecinos del norte, no se sentían menores en absoluto. Velludos de aspecto y morenos por circunstancia geográfica, gozaban de un carácter amable y despreocupado que tendía a ser apacible, sosegado, en general mas amigo de la serenidad y el adagio vital que de los sobresaltos épicos y el "Can-can" financiero. Además de razonables trabajadores en sus variadas labores, gustaban sobremanera del tiempo en familia y el cielo despejado, de las celebraciones, el buen beber, mejor comer y largo charlar. Nada de eso lo consideraban un capricho o una rémora, por el contrario, si de algo se trataba, afirmaban, era de un tesoro, su tesoro. Pero no caeré de bruces en un error de bulto nada más comenzar este cuento. Que no se me malinterprete por favor: esa manera de ser no significaba que vivieran por encima de sus posibilidades; simplemente que gustaban de la vida y la vida, que no es imbécil, también disfrutaba con ellos.

Si esta descripción os trae a la memoria al gran J.R.R. Tolkien y sus entrañables "Hobbits" quizás estéis en lo cierto, o tal vez no.

Casi todos los habitantes de esa soleada tierra que era media porque se encontraba situada en medio, entre dos grandes continentes y además muy cercana a un tercero, estaban convencidos de que probablemente lo deseable en circunstancias normales, tanto para el país que compartían como para sus pequeñas vidas y las de los suyos, sería que cada cual se dedicara a sus personales quehaceres; “alpinista a tus montes” solían aseverarse los unos a los otros: que los que fueran músicos se dedicaran a hacer música; los escritores a escribir; los cocineros a cocinar; los médicos a curar; los profesores a enseñar; los periodistas a informar; los políticos a hacer honor a la gran política, sí, a la honorable, y el Gobierno, porque en todo cuento, de una u otra manera, al final siempre acaba apareciendo un gobierno, se ocupara de gobernar pensando en todos y para todos por igual, y no solo enfocado en los privados intereses de cuatro familias afines; cinco amnistiados fiscales; seis beneficiarios de jugosos complementos privados anexos a sus salarios públicos; siete "maneja" dineros-preferentes u ocho poseedores de pasaportes repletos de estampitas con marcado carácter alpino o ecuménico, según el caso.

Pero los pequeños protagonistas de mi pequeña historia de hoy también sabían -bajitos puede que fueran, pero tontos en absoluto- que no siempre los deseos van de la mano con la realidad, ni siquiera en los cuentos. Y por eso cuando, en su pequeña tierra de en medio, el coyuntural pequeño gobierno de turno perdía tanto la pequeña razón como la grande; cuando entrando al galope en una espiral de enajenación social y democrática, comenzaba a legislar a golpe de decreto aturuyado, entonces, los menudos, que al final iba a resultar que no lo eran tanto, no dudaban en asumir, aunque fuera a regañadientes, su responsabilidad como parte de una colectividad, siendo conscientes de que si ellos no decían, si callaban, si transigían con lo inaceptable, los gobernantes acabarían diciendo y haciendo lo que les viniera en gana. Por tanto esconderse detrás de las labores propias, por muy admirables o disfrutadas que estas fueran, permitirse el lujo de escurrir el bulto y ejercer de asombrosos despistados, limitándose a esperar el advenimiento de alguna suerte de justicia divina o neogubernamental, esa que por desgracia nunca aparecía, ni se les pasaba por la cabeza.

Aun así, y dado que eran gente respetuosa en demasía, no descartaban que fuera lícito callar: "que cada cual conviva con sus valores y prioridades que para eso está la libertad individual", comentaban. Pero si no era ilícito, "al menos sí es temerario, estéril e insolidario", señalaban...

Aunque podría seguir con mi pequeño “Cuento”, lo dejaré aquí, antes de su conclusión, y  volveré a  Tolkien: creo recordar, o mejor dicho recuerdo, que en “El Señor de los Anillos” los que querían legislar a golpe de decreto maléfico la Tierra Media, esta sí, la de los Hobbits, a saber: Morgoth, Sauron, Saruman, Orcos, Trolls y demás parafernalia oscura, pensaban lo mismo de los pequeños habitantes de la pequeña comarca que lo que piensan de nosotros nuestros particulares "Señores de los anillos" nacionales. Esto es: que los españoles, a imagen y semejanza de la visión que el “Señor de la oscuridad” tolkiniano, y sus huestes, tenían de los entrañables Hobbits, somos diminutos, insignificantes, débiles y manipulables, gusanitos solo útiles para pescar elecciones, o comarcas, y después permanecer tan digeridos como callados. Craso error. A los primeros, los tolkinianos, los que provenían de los tenebrosos parajes de Mordor, sabemos que el intento de control absoluto de la Tierra Media les salió como el rosario de la aurora, encontrándose al final de la extensa Trilogía compuestos y sin tierra, sin puestos y pasmados. A los segundos, los nuestros y sus incontables anillos de poder diseminados a lo largo y ancho de nuestro país, siempre fieles ellos al más puro estilo verbal de los atropellados ejércitos Orcos; disparando con soberbias descalificaciones, insultos y amenazas a todo aquel que se atreva a disentir; a estos "señores" españoles que tan bien conocemos, supongo que aún les queda algo de cuento; de hecho estamos en medio de él, pero me da la impresión de que, en lo que a sus responsabilidades institucionales se refiere, van camino a un inexorable final editorial anticipado.

Con vuestro permiso me atreveré a descartar que lleguen a escribir una trilogía celebrada; más bien, como mucho, serán recordados como torpes amanuenses de un pequeño libro de bolsillo que no por breve dejará de ser nefasto. Puede que todo esto suene a deseo, y quizás lo sea, pero habiendo copiosos datos, incontables deshaceres, recurrentes torpezas, irresponsabilidades en cascada y trampas ejecutivas y legislativas que lo avalan, no lo veo yo un deseo inalcanzable, y además, siendo esto casi un cuento y estando la fantasía de por medio, todo es posible, incluídas prontas dimisiones gubernamentales que en otras tierras y cuentos ya haría meses que se hubieran producido, aunque solo fuera por la más mínima de las decencias.

¿Habrá llegado, me pregunto, la hora de que en nuestro país, además de Fernández, Rodríguez, etcétera, todos nos sintamos Hobbits; nos sintamos Frodo, Bilbo...? ¿Habrá llegado el momento de que del primero al último hagamos nuestro el apellido "Bolsón" y de que, asumiendo nuestra cuota-parte de responsabilidad, contribuyamos, en lo poco o mucho que podamos, a que los pervertidos anillos de poder actuales; esos en manos de nuestros vigentes señores nacionales, sean devueltos a sus legítimos propietarios? ¿Habrá llegado la hora de que el pueblo tenga la posibilidad de decidir sobre su destino de nuevo, y esta vez, a diferencia de lo ocurrido en las últimas elecciones generales, sin mentirosas promesas de por medio, esas que fueron dichas y redichas a sabiendas de que jamás serían cumplidas, muy al contrario, que serían transformadas con "maléfica" parsimonia en todo lo contrario?

No, "donde dije Elfo, digo Troll" no tiene nada que ver con la legitimidad moral o democrática; tanto en la realidad como en los cuentos tiene un nombre, se llama "engaño", tanto en nuestro pequeño país como en la Tierra Media se llama "trampa", tanto en el ahora como en la fantasía, tanto en lenguaje “Élfico” como en el Castellano de Cervantes, se llama, y seguirá llamándose siempre, de la misma forma: "Mentira".

Los Señores de los Anillos