viernes. 29.03.2024

¿Es Rajoy realmente invisible?

Mi fascinación por los seres “invisibles” viene de lejos. Desde la más tierna infancia me he sentido atraído por todas aquellas entidades cuya naturaleza estuviera principalmente...

Mi fascinación por los seres “invisibles” viene de lejos. Desde la más tierna infancia me he sentido atraído por todas aquellas entidades cuya naturaleza estuviera principalmente caracterizada por su “capacidad” para esconderse de la vista de los otros, para estar y existir, hacer y deshacer, atemorizar y estremecer, sin ser vistos.

Probablemente el primer ser de esta condición con el que tuve que enfrentarme fue el conocido ente llamado Coco. No el de Barrio Sésamo, a él sí lo vi en numerosas ocasiones y puedo dar Fe de su color, azul, y talante, dicharachero. Me refiero al otro, al protagonista de la turbadora canción infantil que tantos enfrentamos siendo pequeños. Nuestro infame dictador nacional aún hacía lo que manifiestamente le daba su santa gana, y a la derecha patria le faltaban unos años para elegir tanto un nuevo nombre comercial acorde con los “tiempos modernos”, Partido Popular, como la suculenta estructura financiera que les llevaría en 2013, por ejemplo, a entregar a la justicia, con desvergonzada altanería, discos duros convenientemente centrifugados de verdad. Mil noches escuché de mi madre el clásico "Duérmete niño, duérmete ya, que viene el Coco y te comerá.". Recuerdo que ella salía de la habitación, que yo no me dormía no fuera a ser que de venir el nombrado me pillara desprevenido entre ensoñaciones, y que el susodicho nunca llegaba a aparecer. LLegué a mi adolescencia, y a la monarquía por elección franquista, temiéndolo en cada uno de mis anocheceres, pero sin poder verlo ni siquiera una vez. Aún hoy, cuatro décadas después, hay noches en las que fuerzo mi vigilia no vaya a ser que, aunque tarde, le dé por venir y me coma.

En todo caso, para mí y a día de hoy, la invisibilidad de El Coco parece fuera de toda duda.

Tiempo después, en mi adolescencia, me sentí cautivado por otro clásico protagonista de la invisibilidad. No veía el momento para sumergirme en la lectura de historias relativas al Monstruo del lago Ness. A diferencia del correligionario de Rajoy y conservador primer ministro británico, Cameron, la anfibia Nessie, dudosamente vista por algunos; sospechosamente reflejada en borrosas fotografías a las que pocos dan crédito; su misteriosa presencia invisible, ocupó mis mojados pensamientos en el lluvioso Donosti de entonces. Si de mí hubiera dependido no habría dudado ni medio segundo en coger un avión y plantarme en el corazón de Escocia para intentar pillarla con las escamas en el lago y sus fauces dispuestas a desayunar humanidad, pero a mis padres no les pareció una buena idea, y dado que yo carecía de financiación propia, de cuarteadas donaciones empresariales, de incontroladas subvenciones estatales, de contraprestaciones y contratos públicos que ofrecer a cambio, y de un estimado contable “creativo” que me resolviera satisfactoriamente todos esos asuntos pecuniarios sin yo enterarme de nada, salvo de poner la buchaca por supuesto, me quedé con las ganas. Así es la vida. Tuve que conformarme con seguir pensando en la estremecedora Nessie a golpe de imaginación.

Por tanto, según mi personal apreciación, la invisibilidad de Nessie, dada la dudosa veracidad de las pruebas existentes que apuntan a lo contrario, es altamente probable.

Ya en la treintena, finales de los 90 del siglo pasado, enfoqué mi atención en los fenómenos Poltergeist. Del alemán Poltern (hacer ruido) y Geist (espíritu), reconozco que, al contrario de lo que me pasa ahora con la de todo menos vaporosa Merkel, me sentí atraído por su misterioso origen. LLevado por mi curiosidad adquirí un completo equipo para la detección de las invisibles fuentes de dichas actividades paranormales. Recorrí mi casa de entonces cientos de veces, centímetro a centímetro. Cargado de paciencia y de artilugios ultrasensibles capaces de detectar hasta la más mínima actividad ectoplásmica o extrasensorial, lo hice, pero mi búsqueda fue infructuosa. Lo único que conseguí en el proceso fue un considerable dolor de espalda consecuencia de la pesada tecnología cazafantasmas de entonces.

Es así que, bajo mi criterio, las entidades que están detrás de los fenómenos Poltergeist, efectivamente,  dominan el arte del escapismo visual. Romper lámparas podrán, mover sillas moverán, encender televisiones encenderán, pobrecitos, pero de dejarse ver nada de nada.

LLegados al presente, 2013, mi más reciente aproximación a lo “invisible” está relacionada con el ente presidencial apellidado Rajoy. Al igual que el mismísimo hombre de las nieves, el Yeti, el Sr. presidente del Gobierno de un país entero llamado España parece invisible, pero ¿realmente lo es?:

A mi entender el caso Rajoy toma características de los tres ejemplos de invisibilidad que antes os he expuesto:

Al igual que pasa con el Coco, solo con pronunciar su nombre la gente se pone a temblar y, además, es el eje central de muchas canciones coreadas en las incontables manifestaciones en defensa de nuestra democracia social.

Las concomitancias con el monstruo del lago Ness son de otro cariz: Como Nessie, de tarde en tarde aparece reflejado en extrañas fotografías y vídeos difícilmente creíbles por su elevado carácter mistérico: ya sea dentro de un plasma Genovés; correteando en pantalón corto por lindos bosquecitos gallegos mientras su país vive inmerso en la incertidumbre; paseando casual en cariñoso grupito camino a un bucólico riachuelo donde algún fotógrafo empapado le espera y el resto de los periodistas convocados por presidencia se dedican a entrevistar a las, habitualmente apolíticas, mariposas circundantes.

Por último, los parecidos entre Rajoy y los entes generadores de los fenómenos Poltergeist también son notorios. Al igual que ellos ver no se le ve, aparecer no aparece, contestar no contesta, explicarse no se explica, pero las consecuencias de su indudable ser y hacer, los efectos colaterales de su estar sin ser visto, son espeluznantes: los derechos sociales menguando desbocados; la sanidad pública a subasta para que pueda ser adquirida a precio de ganga por oscuras empresas privadas; el derecho a la educación pública descuartizado; la dependencia bajo nicho, la libertad de manifestación amenazada y un largo etcétera que hace que las consecuencias de un Poltergeist en una casa preñada de encantamientos parezcan un juego de niños.

Tomando en consideración todo lo aquí expuesto ¿podemos concluir que Rajoy es realmente invisible? Dejaré la respuesta en vuestras manos.

¿Es Rajoy realmente invisible?