Alepo es una muesca más en el revólver ubicado enfrente al Edificio de las Naciones Unidas, con el cañón retorcido, como miserable ejemplo de lo que en aquel foro se decide
Entre un café y un “buenos días” me sobresalta la portada del Diario de Avisos con la imagen de un niño sin brazos intentando manipular una tablet entre los hombros y su nariz como puntero. Detengo la mirada: “La foto de un tinerfeño devuelven los brazos a un niño de Alepo”. El titular sacia mi curiosidad y, sin más, paso la hoja, en busca de carnaza para mi siguiente artículo. Algo se me remueve en el corazón, ante un aviso de la ética, que pasaba por allí: ¿Qué te pasa Moncho, has perdido la razón entre tanta basura?, ¿Ya no distingues la tragedia de lo pusilánime? Avergonzado, vuelvo a la portada, me intereso por ese niño y decido cerrar el diario y pasarme urgentemente por Alepo.
Ahmad Alkalaf, un niño de 11 años. En la fotografía, sólo un año atrás, no podía manipular la tablet, ni atarse las ligas -cordones en peninsular- de los zapatos, dibujar con un lápiz o simplemente jugar con sus amigos. El padre y Ahmad se encuentran, ahora, en EEU, en el Boston Children Hospital, intentando dar forma biónica a unos brazos que permitan a ese niño compensar, por un momento, la humillación de la guerra.
La historia está plagada de Alepos para vergüenza de una especie humana empecinada en repetirla. Jericó, no muy distante, más de treinta siglos atrás, fue víctima de un arma sónica, en forma de trompetas, que derribó sus murallas y aniquiló a sus habitantes. O Troya llevada a cenizas por intrusos caballos, con Paris enamorando a Elena y Aquiles jugando a ser Brad Pitt. Numancia, los celtíberos de Soria, dando sentido al gentilicio y soportando a romanos que tenían a un Quinto por cónsul, así les fue. Un salto en el tiempo, nos puede llevar a Guernica, la vergüenza de una Lufftwaffe y los nacionales. Stalingrado, masacrada hasta el delirio por un Reich en 3ª Fase. Dresde, bombardeada con saña; decenas de miles de muertes inocentes para saciarse de las uvas de la ira, sobrevolando una ciudad con la parca en sus pies. Para finalizar, acudimos al mayor exterminio de la Historia, en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, arrasadas por átomos de la muerte lanzados desde un Enola Gay, en aras de acortar una guerra ¡Maldito argumento! para justificar centenares de miles de muertes.
Alepo es una muesca más en el revólver ubicado enfrente al Edificio de las Naciones Unidas, con el cañón retorcido, como miserable ejemplo de lo que en aquel foro se decide. Alepo nos habla de la mayor ciudad de Siria, como escenario de un tablero de muerte, con 64 casillas, donde se juegan partidas múltiples con un destinatario común: miles y miles de inocentes víctimas, seres humanos de toda edad y condición, que pasaban por allí y allí son aniquilados.
Bashar Al-Ássad, un sátrapa sanguinario al amparo de potencias enfrentadas. Rebeldes con causa, que a fuerza de ejercerla la van perdiendo, repeliendo ataques por parte de ejércitos gubernamentales amparados por Putin I, el zar de todas las Rusias, con formas de KGB. Turquía, la última trinchera de Europa, con Erdogan sediento de venganza y apoyando a quien sea, que algo habrá hecho, en aquel psuedo golpe.
Barack Hussein Obama, presidente saliente del Imperio, incapaz de cumplir su promesa de retirar las tropas de Afganistán, torpe en Irak y frio calculador en Siria. Tapándose la nariz mientras arroja el vergonzante micro. De manera desesperada los medios afines están vendiendo, en las últimas jornadas del primer presidente negro, en papel couché, abrazando a niños en despacho oval, páter amantísimo, marido fiel. Su infidelidad sólo está sujeta a las promesas rotas. Guantánamo queda en el olvido de un “no fue posible” con torturas y torturadores en presente continuo. Por no hablar de aquel muro levantado por Clinton, incapaz de derribarlo (y ahora vienen hordas fascistas, con un pato al mando).
La diáspora de miles de seres humanos en huida de los Alepos de turno, sometidos al ahogamiento por desidia de una Europa desnortada, con rumbo a ninguna parte. Somos responsables activos de todas y cada una de las muertes que el Mediterráneo acoge en su seno. Nos creemos seres individuales con valores y al amparo de nuestra ética, cuando, en realidad, nos asemejamos más a esos cardúmenes de arenques o sardinas, que presas del pánico se agrupan en remolinos orquestados, para ser finalmente engullidos por las fauces de ballenas rorcuales, en orquestada sinfonía. Nos creemos poseedores de la verdad en 140 caracteres, incluso capaces de un “me gusta”. Otra cosa es el “compartir”, eso ya es meterse en líos.
Me declaro culpable de no querer compartir con ustedes la historia de una tablet, sujeta por los hombros de mi conciencia.