jueves. 18.04.2024

Un mundo diferente, ¿en qué?

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Enrique Vega Fernández | La actual pandemia de coronavirus ha desatado toda una serie de prospectivas y especulaciones pronosticando que el mundo ya no podrá seguir siendo igual al actual, al que hemos conocido hasta su aparición. Y como estos análisis han abarcado todos los ámbitos imaginables, no podía faltar el de la seguridad internacional.

En qué vaya a diferenciarse el mundo pos-pandemia del mundo pre-pandemia no podrá comprobarse, lógicamente, hasta que no solo la propia pandemia haya finalizado, sino, incluso, hasta que sus consecuencias tengan tiempo de hacerse palpables. Lo que referido a lo que se viene llamando seguridad internacional, va a suponer, como mínimo, unos cuantos años.

Guerras actuales que parecen tener un patrón común: desarrollarse mediante combates entre las fuerzas armadas de un país desarrollado y fuerzas insurgentes de países o movimientos económicamente débiles y militarmente precarios

Una posible buena forma de ir adelantando trabajo es ir viendo a qué tendrá que compararse esa seguridad internacional pos-pandemia, cuando esté instalada. Es decir, ¿cuál es la situación actual de esa seguridad internacional con la que tendrá que compararse la pos-pandemia? Entendiendo la expresión “seguridad internacional” como, en realidad, un acrónimo de inseguridad (temor) a que se rompa en las relaciones políticas internacionales la situación de paz, de no-violencia y no-destrucción políticamente motivadas. 

Pues bien, la situación de inseguridad mundial, ahora mismo, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, parece ser que es la de no-guerra entre las grandes potencias, a cambio de una permanente proliferación de guerras compuestas. Compuestas de una guerra civil o entre potencias menores y de un enfrentamiento indirecto y parcial (se conoció como “frío”) de las grandes potencias. Por lo que muchas veces los tratadistas se refieren a ellas como “guerras por delegación (proxy wars)”.

Guerras compuestas o por delegación que comenzaron siendo parte del enfrentamiento entre bloques (este y oeste) durante la Guerra Fría: guerras anticoloniales, guerras árabe-israelíes, guerras de guerrillas de liberación latinoamericanas, Vietnam, el Afganistán ocupado por la Unión Soviética, etcétera. Y que tras el final de aquella Guerra Fría tomaron la forma de guerras para la imposición de la paz (en Somalia, en la ex-Yugoslavia, en Liberia o Sierra Leona, etcétera), contra el terrorismo (Afganistán, Sahel, etcétera) o de cambio de régimen (Irak, Libia, Ucrania, etcétera).

¿Va, la pandemia de la Covid-19, a contrarrestar la tentación de resolver, mediante “guerras por delegación”, la competición por recursos, mercados y mentes y mentalidades, cuando y donde parezca conveniente?

Guerras actuales que, en definitiva, y a pesar de su diversidad, parecen tener un patrón común: desarrollarse mediante combates entre las fuerzas armadas de un país desarrollado o una alianza/coalición de países desarrollados (es decir, económica y militarmente poderosos) y fuerzas armadas o insurgentes de países o movimientos económicamente débiles y militarmente precarios. Con el doloroso corolario de los atentados terroristas en el territorio y contra la población de los primeros como desesperada e infructuosa arma de guerra de los segundos.

¿Podría generalizarse, entonces, que, en última instancia, son guerras entre “ricos” y “pobres”, entre “poderosos” y “subordinados”, sin que necesariamente haya que valorar, en cada caso concreto, quiénes son los que están llevando a cabo una guerra justa o justificada y los que no?

Una situación a cuyo mantenimiento contribuye el cada vez mayor protagonismo de la llamada globalización. Porque la globalización no es un solo concepto, son dos. Hay una globalización, que podemos llamar técnica o científica: los espectaculares avances de la electrónica aplicada a la robótica, a las telecomunicaciones y al procesamiento de datos, no sólo cada vez en mayor volumen, sino asimismo cada vez más rápido. Y una segunda, que podríamos llamar “social”: la situación resultante de la desigual capacidad de poseer y utilizar estos avances, de poseerlos y utilizarlos con sus últimas y más sofisticadas versiones, de poseerlos y utilizarlos de forma masiva, mayoritaria y, si se puede, exclusiva, y de utilizarlos cratotrópicamente, es decir, en beneficio propio. Globalización social, que es la que beneficia “a los ricos”, “a los poderosos”: a los Estados desarrollados, cuanto más desarrollados, más, y a las élites financieras de cada uno de esos Estados, cuanto más multinacionales, cuanto más globalizadas, más.

Y si hay algo que caracterice a nuestro mundo actual es, precisamente, la simbiosis [1] e imbricación de las élites económicas y financieras de diferentes países en las multinacionales y fondos financieros de cualquier país. Ya no hay grandes empresas ni grandes fondos financieros (ni siquiera los llamados fondos soberanos) que se puedan considerar “nacionales”. Sólo hace falta repasar quiénes constituyen sus Consejos de Administración, quiénes son sus altos directivos y quiénes son sus principales accionistas. Una Torre de Babel de unas pocas decenas de miles de personas (de los más de siete mil millones de habitantes de la Tierra). Puede haber mayorías, absolutas, raras, o relativas, pero el que es mayoritario aquí, muy probablemente será minoritario allí o allí. Y en un mundo de economía liberal financiarizada (neoliberal) generalizada y cada vez más integrada, estos pocos miles de personas, con intereses económicos en muy diversas partes del mundo y especialmente del mundo desarrollado (“rico”), asumen unas muy importantes cuotas del poder de decisión en cada una de las naciones.

No parece, por tanto, que les convenga la guerra, con su corolario de destrucción física y económica, entre grandes potencias (Estados Unidos, Rusia, China, los países de la Unión Europea, Japón, etcétera), por lo que, más bien, tienden a ser un factor de disuasión. Un factor de disuasión a sumar a la disuasión nuclear, que ya, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial viene atemperando la conflictividad armada directa entre las grandes potencias. Y a la disuasión que supone que, para esta economía globalizada e integrada, lo importante ya no es la posesión de territorio, sino la posibilidad de control e inversiones.

Pero rehuir la guerra (entre grandes potencias) no es rehuir la competencia, centro y alma de la economía (neo)liberal mayoritariamente dominante en el mundo de nuestros días. Competencia por los recursos, por los mercados y, hoy día, por las mentes y las mentalidades (propaganda y publicidad como el mejor logo de nuestro mundo). Competencia sana, lógica y necesaria, pero que la historia nos muestra que, quizás con demasiada frecuencia, se resuelve por esos medios violentos y armados que todos sabemos que son guerras (por delegación), aunque se le quiera llamar eufemísticamente de otra forma por aquello de la propaganda y la publicidad.

Esta es, pues, la “inseguridad internacional” a la que estamos asistiendo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y el final de la Guerra Fría: guerras a las que, como se ha visto, los dirigentes políticos y económicos de las grandes potencias no han sido demasiados proclives cuando a enfrentamientos armados directos entre ellas se trata, sin que, por el contrario, hayan demostrado excesiva pusilanimidad cuando de lo que se ha tratado es de enfrentamientos “por delegación” en el territorio y entre la población de terceros países.

¿Va, la pandemia de la Covid-19, cuando se recupere la salud colectiva, a cambiar, en las sociedades y autoridades (políticas y económicas) de las potencias desarrolladas, la sensación de inseguridad (temor) a que se rompa la situación de paz, de no-violencia y no-destrucción políticamente motivadas, en sus propios territorios y afectando directa y masivamente a sus propias poblaciones?

¿Va, la pandemia de la Covid-19, a cambiar, en las sociedades y autoridades (políticas y económicas) de las grandes potencias desarrolladas, la necesidad de competir por recursos, mercados y mentes y mentalidades?

¿Va, la pandemia de la Covid-19, a contrarrestar la tentación de resolver, mediante “guerras por delegación”, la competición por recursos, mercados y mentes y mentalidades, cuando y donde parezca conveniente?


[1] Simbiosis (Diccionario RAE): Asociación de individuos animales o vegetales de diferentes especies, sobre todo si los simbiontes sacan provecho de la vida en común. (cursivas propias)


Enrique Vega Fernández | Coronel de Infantería (retirado), de la Asociación por la Memoria Militar Democrática

Un mundo diferente, ¿en qué?