jueves. 28.03.2024

Los pasos perdidos

Azaña juntos a mandos militares.

No he podido resistirme. Les confieso que tengo un problema, en no pocas ocasiones con leer una sola frase o palabra un torrente de ideas surgen y casi nunca las plasmo en ningún sitio. Y esto no es por vagancia, si no por deformación profesional. Porque así quieren que sea, porque quiera o no así me han profesionalmente educado.

En esta ocasión sí me suelto a ello, el detonante ha sido que he leído, no sé en dónde, que nuestros representantes políticos han realizado un homenaje a Manuel Azaña en el salón de Pasos Perdidos del palacio del Congreso. De pasos perdidos. Pasos perdidos...

Tan perdidos como no recordar la reforma militar que enfrentó Manuel Azaña. Perdidos como nuestra memoria militar democrática.

Azaña simultaneó el cargo de Ministro de la Guerra con el de Presidente. De lo que no sé si se hablaría algo, pero apuesto a que no, es que fue el principal valedor de un conjunto de decretos aprobados entre abril y septiembre de 1931 por el Gobierno Provisional de la Segunda República que fueron refundidos y refrendados por las Cortes en la que se conoció como la “Ley Azaña” cuyo objetivo era democratizar el Ejército y poner límite al intervencionismo militar en la vida política. También modernizando los Ejércitos sentaba así las bases para la subordinación al poder civil, básico en un sistema de Gobierno moderno que se presuma democrático, del militar.

“Prometo por mi honor servir bien y fielmente a la República, obedecer sus leyes y defenderla con las armas” sería lo que deberían jurar.​

En su búsqueda de reducir espacios de poder autónomos y privilegios se reducía el número de oficiales, desmedido como lo fue durante el franquismo y lo es, hay que afirmarlo, hoy día, y suprimió el Cuerpo Eclesiástico del Ejército. Si el Estado era aconfesional, esto iba en consonancia. Si se buscaba unos Ejércitos sostenibles, esto iba en consonancia. Si se quería limitar el poder y las injerencias militares, se suprimían privilegios. Nada de todo esto ocurre en la España de hoy, la "transacción" que no Transición que se produjo con los militares en 1978, cita que acuñara el que fuera Diputado a aquellas primeras Cortes postfranquismo Raúl Morodo Leoncio.

Se pasaría a situación de reserva a aquellos generales que durante seis meses no hubieran recibido ningún destino, y perderían su pensión si eran hallados culpables de difamación por manifestaciones contra la República. Parásitos y desleales peligrosos fuera, Roma no paga traidores. Sus razones tenía Azaña.

Se reorganizaba el ejército de la península reduciéndose el número de divisiones de 16 a 8, las capitanías generales se suprimían y se organizarían en ocho divisiones orgánicas, dos Comandancias Militares (Canarias y Baleares), y se separaban los cargos de Alto Comisariado de Marruecos del de Jefe Superior de las Fuerzas Militares de Marruecos, que hasta la fecha daba poderes prácticamente autónomos a un mando militar, subordinándolo a la nueva figura del Comisario que siempre recaería en un civil.

Algo sabía Azaña de lo que se cocía en Marruecos, lleno de oficiales ascendidos por encima de los peninsulares por méritos de guerra. Unos oficiales y unos méritos que después se verían y pondrían en práctica masacrando población civil española tras un alzamiento. Unos nombres ya lamentablemente famosos, que bajaron varios puestos en el escalafón del Ejército, como un tal Francisco Franco Bahamonde por ejemplo.

Al margen de esto de los méritos de guerra, también se valoraría más la capacitación profesional que la antigüedad para el ascenso.

Azaña quería un Ejército moderno y con mandos preparados, leales y subordinados, y no bárbaros acostumbrados a poderes de Caudillo ilimitados al margen de las Leyes que presidían España y que se diluían en los territorios africanos.

Se decretaría el cierre de la Academia General Militar que dirigía el general Franco, creada en la Dictadura de Primo de Rivera de 1928, que entendía como un nido de conspiraciones africanistas en la península. Y no se equivocaba.

Un centro que hoy día mantiene el nombre de Franco en la denominación de uno de sus edificios, el edificio Franco. Quédense con eso, como dato.

Neutralizar políticamente al Ejército y ponerlo bajo el control de las Instituciones votadas por el Pueblo, como en otros sistemas europeos. Democratizar desde la base social los Ejércitos, estrechar el vacío entre mandos intermedios y oficiales. Separar de riesgos, como el propio Azaña diría al "enviar a Franco a mandar Baleares, donde estará más alejado de tentaciones". Nunca fue lo suficientemente lejos.

Fundar el Consorcio de Industrias Militares para autoabastecerse sin recurrir a compra de armamento a potencias extranjeras, para que Ustedes no vieran servilismos, y sin que lo supiera para que no vieran tampoco para 2021 un presupuesto de Defensa incrementado un 6'5% con respecto al de 2020 que asciende en plena emergencia sanitaria y social a una indecente cantidad de millones de euros.

Indultar y promocionar a militares condenados y rehabilitar en su honor a ajusticiados por oponerse a la Dictadura.

Pese a todo, el orden público continuó estando militarizado y el Código de Justicia Militar siguió permitiendo que civiles fueran llevados a Consejos de guerra y en tiempos de paz, algo que era impensable ya en otras Democracias occidentales. Hoy día, pensará el lector que menos mal que eso ya no ocurre, pero una Justicia Militar sigue juzgando a los miembros de una policía integral desplegada por todo el territorio nacional por acciones en sus funciones policiales nada militares e incluso por acciones francos de servicio en sus vidas particulares, por lo que controlando a quien controla y teniéndolo en un puño es una quimera pensar que no haya ya injerencia militar en la vida civil.

Manuel Azaña pretendía devolver a los militares a los cuarteles, con gran criterio, con algunas cosas más acertadas que otras, ante unas condiciones nada fáciles, con ideas que se tornaron impopulares, y en unas materias con una actitud muy osada pero tremendamente valiente y resuelta.

Lo que pasó después ya lo saben, la España de las clases dominantes se impuso. También en los Ejércitos, todo lo contrario de lo que soñaba Azaña. La presencia e injerencia militar en la vida política no ha desaparecido. Es más, se ha reforzado con grupos políticos que incorporan militares de alta graduación en sus filas, alguno que fue visto constando en un Manifiesto creado y firmado por militares que surgió amenazando y pretendiendo condicionar la decisión parlamentaria de sacar a Franco de Cuelgamuros, que siempre tienen en boca lo militar, que lo exhiben de forma que podría calificar como obscena.

En fin, que decía yo que este texto había venido propiciado por el nombre de "Pasos Perdidos" de ese salón del palacio del Congreso donde han homenajeado a Azaña, pero donde nadie habrá pensado en los pasos perdidos que nadie continuó.


Un firmante del Manifiesto Contra El Franquismo en las Fuerzas Armadas que, como en alguna ocasión más, permanece en el anonimato

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Acto de homenaje a Manuel Azaña en el Salón de Pasos Perdidos del Congreso de los Diputados (3.11.2020)​

Los pasos perdidos