viernes. 29.03.2024

Derrotistas

fake

Enrique Vega Fernández | Se está utilizando con frecuencia un lenguaje bélico para hablar de diferentes aspectos de la actual pandemia de coronavirus que está azotando al mundo. No es un mal antecedente para comentar ciertas actitudes que también se están dando durante la misma. Concretamente, me gustaría referirme a lo que, en principio, podríamos llamar derrotismo.

El diccionario de la Real Academia de la Lengua da dos definiciones para esta expresión: “En una situación de guerra, actitud de quienes no tienen fe en la victoria de su bando” y “Actitud de desaliento o pesimismo en cualquier empeño”.

Vemos, a diario, dar eco y publicidad a cualquier opinión supuestamente científica que contradiga las medidas o explicaciones que se están tomando o dando por las autoridades competentes, sin una cuidadosa evaluación previa de la solidez realmente científica de la fuente

Si nos da la primera definición es porque el derrotismo es algo que se ha dado, pero también que se ha criticado e incluso se ha penado, en casi todos (por no decir en todos) los conflictos bélicos que en el mundo han sido. Y si se ha criticado, e incluso se ha penado, es porque la expresión repetitiva de estas actitudes acaba (o puede acabar) influyendo y afectando a toda una concatenación de diferentes grupos sociales: la población en general, que sufre todos los rigores del conflicto de muy diferentes formas, especialmente aquellos sectores que resultan, por la razón que sea, más vulnerables en cada situación concreta; las tropas combatientes, que son algo, bastante, más, que los soldados pegando tiros en primera línea del frente; sus familias y allegados; y, por último, last but not least,  las autoridades, en sus diversos escalones y ámbitos, responsables en última instancia de la victoria o la derrota, de los aciertos y de los errores, fallos y carencias, de los excesos y del cumplimiento de la legalidad y del derecho y del ahorro o pérdida infructuosa de vidas humanas y destrucciones materiales.

Grupos sociales, que se influyen y condicionan mutuamente entre sí, pudiendo arrastrar al conjunto a la pérdida de esa “fe en la victoria”, en el triunfo final de la causa por la que se lucha, de la que nos habla la Real Academia. Y sin moral de victoria, sin la “voluntad de vencer” de la que hablan los reglamentos militares, cunde el desánimo; se mina la confianza en quien debe, porque así le corresponde por su posición administrativa, organizar y coordinar en todos los sentidos y aspectos la lucha, haciendo que cada uno se crea en el derecho de actuar como mejor le parezca en su propio beneficio particular, en una especie de falso salvase quien pueda; e incita a la pasividad y al relajamiento de la voluntad de continuar haciendo lo que  a cada uno le corresponde en el esfuerzo colectivo.

Pensemos ahora en la conjunción de la anterior concepción del derrotismo, de la segunda definición de la Real Academia: “Actitud de desaliento o pesimismo en cualquier empeño” y de que esta vez “el empeño” no es ganar una guerra o cualquier otro tipo de enfrentamiento armado y violento, sino simplemente superar el azote de una pandemia, la del coronavirus en España. ¿Está habiendo derrotismo en España? ¿“¿Desaliento o desánimo”, en nuestro esfuerzo colectivo? ¿En nuestro empeño de superar el azote? Conductas que serían, en consecuencia, criticables ¿e incluso punibles?

Hemos visto intentar sacar redito publicitario centrándose o insistiendo en las situaciones más dramáticas, aunque éstas fueran minoritarias

No, punibles no: por la propia imbricación de las actitudes derrotistas con el derecho fundamental a la libertad de expresión. No es, por tanto, una cuestión de conducta a corregir, sino de autorestricción. Las conductas derrotistas en situaciones de emergencia retratan a quien las lleva a cabo, por lo que, lo que sí son, es criticables.

En este sentido, parece que sí está habiendo conductas que parecen no querer o no poder darse cuenta de la complejidad del problema, que, a modo de distopía hecha realidad, se ha presentado sin avisar y sin que se conozca nada o muy poco de ella. La reacción, por tanto, no ha podido ser sino improvisada, aprendiendo y reaccionando sobre la marcha, aquí en España y en el resto del mundo; en donde tampoco ha sido uniforme, sin que hasta la fecha haya certezas de por qué en unos continentes, países, regiones e incluso ciudades y pueblos, antes y en otros después; de por qué en unos más extendida o severa y en otros más reducida o benigna; de por qué unas personas sí y otras no; de por qué para unas personas es una como una ligera gripe, para otras un doloroso proceso y para otras su fallecimiento.

Pese a ello, vemos, a diario, dar eco y publicidad a cualquier opinión supuestamente científica que contradiga las medidas o explicaciones que se están tomando o dando por las autoridades competentes, sin una cuidadosa evaluación previa de la solidez realmente científica de la fuente y de la teoría o solución que expone o propugna. Estamos viendo intentar sacar rédito político o electoral desde todo el espectro político e ideológico del país. Estamos viendo circular bulos (ahora llamados fake news, por aquello de la globalización), algunos auténticamente malintencionados, aunque otros supuestamente bienintencionados, ¡que son los peores! En plena crisis (5 de abril), la propia Policía Nacional informaba que se habían detectado ya más de un millón y medio de cuentas dedicadas a difundir en las redes sociales estos bulos o fake news malintencionados. Hemos visto a supuestos expertos intentando condicionar la vida del gran público para que se hiciera o dejara de hacer esto o aquello, contradiciendo las normas comunes que se nos estaban dando a todos.

Y hemos visto intentar sacar redito publicitario centrándose o insistiendo en las situaciones más dramáticas, aunque éstas fueran minoritarias: por ejemplo, decenas de programas de televisión y radio y de artículos periodísticos en papel o digitales, preguntando y repreguntando a personal sanitario (y a otros muchos colectivos especialmente afectados por la situación) cómo estaban las cosas, sabiendo que el lugar en el que debían desarrollar su encomiable labor estaba pasando ese o esos días por una situación precaria y laboral y personalmente dificilísima. Qué va a responder una persona en esa situación, agotada por su esfuerzo diario y temerosa de que éste sea la causa de su contagio y del posible contagio de sus familiares y allegados al volver a casa. Qué falta de todo, que todo es precario, que todo está yendo a peor. Tiene todo el derecho del mundo a desahogarse ¡faltaría más! y a decir la verdad ¡faltaría más! Pero no es esa persona la pregunta. La pregunta es si los medios de comunicación no tienen también el deber de autorestringirse, sabiendo que esa incesante y permanente repetición de los aspectos más lamentables, crea alarma e incertidumbre, incrementa el miedo y difunde la desconfianza en las autoridades sanitarias y políticas que, haciéndolo mejor o peor, son la únicas que en este momento están en condiciones de poder coordinar la respuesta. E insisto, no es la noticia en sí, perfectamente legítima y necesaria, la que es perjudicial, sino su incesante repetición y protagonismo para ganar (¿obscenamente?) audiencia.

No, la lucha contra la extensión y destrucción del COVID-19 no es una guerra, por eso debe seguir imperando durante su presencia el derecho fundamental a la libertad de expresión, pero sí está también matando y creando mucha angustia, como si realmente fuera una guerra. Quizás fuera oportuno que todos y cada uno ejerciéramos también nuestro deber de autorestricción en aras de reducir la incertidumbre y el miedo. Lo que siempre ayudará a que le resulte más fácil a todo el mundo cumplir sus compromisos individuales con el esfuerzo colectivo.

Démonos tiempo primero para alcanzar la victoria y, a continuación, reinstalados ya en la tranquilidad, explotemos el éxito ejerciendo no sólo nuestro derecho sino, fundamentalmente, nuestro deber de sacar las debidas lecciones aprendidas de los fallos y los errores cometidos y de los aciertos alcanzados. De los propios y de los ajenos.


Enrique Vega Fernández | Coronel de Infantería (retirado) Asociación por la Memoria Militar Democrática

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