jueves. 25.04.2024

El neofascismo y sus disfraces frente a la democracia liberal

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Steve Bannon

Ríos de tinta fluyen en estos tiempos de polarización ideológica y del auge de los populismos de ambas tendencias que hacen tambalear los largos años de consensos democráticos que se habían producido en nuestras sociedades. Entre tanto, los nuevos mensajes políticos, lejos de toda pedagogía de cierto rigor científico, tornan a presentar a sus autores como “los salvadores” de toda situación, importando más el envoltorio que el contenido, alejándonos de Hobbes a favor de Maquiavelo, tan malinterpretado el segundo como sigue siendo.

El marketing político ha ido puliendo nuestras estrategias de manipulación, que no sólo de comunicación, que pervierte lo que Tage Erlander, uno de los artífices del Estado del Bienestar sueco, se empeñaba al poner en primer lugar en la política el “fair play”. Argumentaba que sin la verdad no podía haber “juego limpio” y que sin este “juego limpio” no podía nadie trabajar en defensa de unos objetivos comunes y que la ciudadanía desconfiaría y si la ciudadanía desconfiaba, mejor que el político se fuera, literamente, a su casa. “O se confía o no hay empeño humano que mereza la pena”, eran sus palabras.

En política, pocas cosas ocurren por azar: el gurú Steve Bannon sabe muy bien qué mensajes hay que lanzar en cada país y cómo deben financiarse sus partidos

Hoy podemos ver que cada uno diseña los marcos comunicativos propios importando más el espacio que otros actores políticos dejan libre y el “juego limpio” de Erlander se transforma en un juego de tablero donde importan los movimientos de piezas más que el sentido material que pueda ofrecerse a la ciudadanía. La búsqueda de una sociedad armónica y vertebrada, en la que la política ayude en la gestión del conflicto y no a su contribución, se aleja en medio de la crisis económica de tinte neoliberal que sigue dejando tantas víctimas civiles por el camino, en medio de una pobreza que no cesa, vulnerabilidad y riesgos permanentes de exclusión social.

Se acusa a unos de “comunistas”, a otros de “fascistas”, en el empeño de poner etiquetas y de estereotipar a las personas. Parece que volvamos a un siglo atrás en muchos intentos de enfrentamiento interesado, que no confrontación sana del pluralismo democrático, con clara intención de menosprecio o insulto en ello, alejándonos así de la defensa de la democracia, a la que se pone en peligro cuando no importa el significado de las palabras ni de los mensajes que desde los propios políticos dan como gasolina para cualquier fuego.

Diversos politólogos, tan rigurosos en sus planteamientos teóricos, sostienen que Vox no es fascismo al no ser un partido proteccionista en lo económico queriendo reducir el Estado, alejándose del componente estatalista de ese fascismo que vimos hace 100 años, como además, este partido planea la eliminación de la educación pública, la concertación de la sanidad pública y por ende, con recetas “neoliberales” que lo alejan, sin ir más lejos, de Marine Le Pen (no tanto de su padre, Jean-Marie). Aunque siendo sinceros, tampoco hay señales de una construcción ideológica sólida, habiendo una clara presencia de oportunismo en un grupo heterogéneo que fue rechazado en el PP y ha  decidido montar su propia empresa. Hablan de privatizaciones y se les sigue llamando “fascistas”, de ahí a que muchos cuestionen qué es fascismo y qué no y si Vox lo es. Esto no va sólo de quién tiene una opinión u otra. O se es riguroso eligiendo las palabras con respecto a lo que cada partido presenta o no se es y si no se es riguroso, se miente y eso Tage Erlander también lo defendió como mecanismo contra los conflictos y la desconfianza.

Ahora bien, aunque no haya un contenido ideológico sólido y no haya ese componente favorable al Estado, no significa tampoco que no haya nuevas formas de que toda ideología, en el siglo XXI, tenga también su tiempo y lugar. El revestimiento ideológico conforma nuevos disfraces en todos los partidos; así lo vemos también en partidos históricos, en un ejercicio de lógica supervivencia en la sintonía con los cambios de toda sociedad en su evolución.

Nuevas formas se hacen presentes a través del “neoinstitucionalismo”, “neofascismo”, “neosocialismo” o “neocomunismo”, pero siempre existe una esencia, un hilo conductor de pensamientos y acciones, que nos muestra una determinada praxis ideológica frente a toda entelequia. El proteccionismo de Estado pudo definir el fascismo en su vertiente económica, como también lo definía en su rechazo “al diferente”, el término asiduo “raza” en busca de una depuración retrógrada y queriendo mostrar un pasado “perfecto” entre nuestra Historia que nunca lo ha sido tal, como tampoco en ningún lugar. El ‘neofascista’ sostiene una concepción pura de la nación, rechaza el mestizaje y señala al inmigrante como nuevo chivo expiatorio. Su auge procede de la precarización económica y social que diversos partidos usan como caladero para poder tener sus propias piezas dentro del tablero, oponiéndose al proceso de integración europeo en nombre de identidades étnicas, políticas, culturales y confesionales, apelando, como bandera, a la defensa de la nación asediada a través de la exclusión xenófoba, sometiéndose así poco a poco a la retórica nacionalista y al uso demagógico de la figura del inmigrante, cambiando el nombre del enemigo: del judío y el comunista -en los años de la crisis del Estado Liberal de los años ’30 pasados- al inmigrante y desde la crisis europea de los refugiados en 2015, el musulmán. Aquí se coincide claramente en las tesis de Le Pen, de hija y padre (el padre simpatizó en los ’80 y ’90 con el neoliberalismo, al contrario de Marine). La idea del “antieuropeísmo” está también presente, lo que anteriormente se disfrazaba de “euroescepticismo”, presentando la alternativa de construir una Europa en la que la religión (la civilización cristiana) y la raza sean criterios de discriminación entre “buenos” y “malos ciudadanos”.  

Hay una estrecha relación entre esta visión del apartheid entre nacionales y extranjeros inmigrantes en su concepción de la nación. La extrema derecha sueca se hace ahora llamar “los principales defensores del Estado del Bienestar”, utilizando constantemente este apelativo que tuvo a sus principales intelectuales en Suecia liderando los partidos socialdemócratas. Eso sí, en ese “Estado del Bienestar” sólo caben los suecos y no sólo de nacimiento. Los alusiones a la superioridad “de la raza pura” los han llevado a ser también el tercer partido más votado en las últimas elecciones generales, en septiembre de 2018, manifestándose también un temor a la evolución de los usos culturales, que reiteradamente usan en sus discursos, lo que se traduce en su homofobia y antifeminismo, consensos logrados en toda democracia liberal europea, no sólo en España.   

El liberalismo busca la no intervención estatal, el neoliberalismo ha demostrado su paroxismo en la destrucción de lo público y eso desnaturaliza al fascismo pero sólo en esa parte del modelo económico. Keynes, Galbraith, Stiglizt, Krugman; todos ellos han llegado después del fascismo. Imposible poder aplicar analogías fuera de contextos históricos en los que se desarrollan las teorías políticas y sociales. Creo importante resaltar que la preocupación en el ámbito académico viene con la falta de lectura que cada vez va a más. Las ventas de libros disminuyen, las editoriales y librerías cierran y el crisol de oportunidades de información como de desinformación que es Internet permite que ese envoltorio del que hablaba antes sea más importante que el contenido, siendo los mensajes cada vez más simples apelando a los bajos instintos y no invitando a la reflexión como ejercicio de “juego limpio” para la sociedad. Una crisis que crea vulnerabilidad y exclusión social es el campo de cultivo perfecto para que arraiguen bien estos mensajes. Vulnerables y excluidos socialmente son también los “menas” (los menores extranjeros no acompañados), mencionados peyorativamente en dos ocasiones en un debate electoral, pero esos no cuentan. Son extranjeros y punto. ¿Y qué solución se ofrece a los vulnerables y excluídos sociales que sean españoles, que tenemos a mucha más población en esa situación? Ya sabemos lo que el neoliberalismo piensa de este mundo de “vencedores” y “perdedores” en el que nos ha situado la ortodoxia neoliberal que carga contra todo lo público y contra toda intervención del Estado. 

La democracia requiere de suma de voluntades, consensos y si nos remitimos a los informes del Instituto Internacional para la Democracia, que tiene su sede en Estocolmo, podremos comprobar cómo, una vez más, la percepción que los ciudadanos tienen de sus políticos es buena porque, entre otros, no esperan de ellos que les mientan. Si el cambio climático, la pobreza y la migración, los persistentes fallos de nuestro desempleo estructural, las causas que empujan a miles de personas a abandonar sus países de origen como también de abandonar los españoles el nuestro, la defensa de los derechos humanos, la búsqueda del fin de las crisis humanitarias (en un largo etcétera) no son material de sobra para estar buscando recetas desde la política pública en posibles soluciones, el ciudadano se sentirá cada vez más alienado de este sistema del que espera o esperaba una respuesta.

En política, pocas cosas ocurren por azar: el gurú Steve Bannon sabe muy bien qué mensajes hay que lanzar en cada país y cómo deben financiarse sus partidos. La comunicación no es utilizada como manera de interacción o de permeabilidad de la cambiante opinión pública sino que la vacuidad conduce a escenarios en los que los mensajes de odio consiguen penetrar bien en el imaginario colectivo, con discursos impensables o poco o nada atractivos un tiempo atrás. Las soflamas son fáciles pero interesa que expliquen cómo van a ser los Presupuestos Generales del Estado quien llegue a gobernar. Esto va por todos. La Democracia Liberal se nutre de unas garantías que procure la libertad de sus ciudadanos y su resguardo, pero sin unos consensos claros de avance en el progreso social y de limitación a lo que socave estos principios de cohesión social, seguiremos  buscando “enemigos” en las víctimas que muchas de ellas no se pueden defender.

El “fair play” sigue mostrando diferencias entre unos ciudadanos satisfechos o no con su política y la democracia se consolida gracias, fundamentalmente, a esa satisfacción ciudadana, lejos de discursos calculados de rechazos y exclusiones, tan presentes en toda época de crisis económica y de desconfianza en los partidos políticos (más bien, en sus actores).

María José Vicente | Profesora de Derecho y de Ciencias Políticas y de la Administración. Universidad Complutense de Madrid.

El neofascismo y sus disfraces frente a la democracia liberal