jueves. 18.04.2024

Yo estuve en Colliure

Foto La Moncloa (2)
Pedro Sánchez en la tumba de Antonio Machado en el cementerio de Colliure.

Porque vivieron lo impensable: lo que ni la escuela, ni la cultura, ni los sociólogos, ni los economistas jamás soñaron. Y cuando el horror impensable ocurre, hay que tenerlo siempre presente. Lo impensable se convierte en el punto de partida de lo que hay que pensar

Estuve en la reciente celebración del 80 aniversario de la muerte de Machado y de la Retirada (como allí se dice) de casi medio millón de exiliados republicanos españoles. Estuve con un grupo de amigos de San Sebastián de las Reyes (ciudad vecina de Madrid) que organizaron un viaje de cuatro días cargado de visitas, de emociones y de adquisición de conocimientos que ignorábamos. Fui al Memorial de La Junquera sobre el exilio, estuve en La Vajol, donde Negrin se resguardó y se escondieron cuadros del Museo de El Prado para que la guerra no los destruyera. Estuve en Colliure ante la tumba de Machado, y en el campo de internamiento de Argeles sur mer, donde encerraron con alambradas de espinos en plena playa a 100.000 personas sin medios ni infraestructuras, ni siquiera para la higiene personal. Lo que provocó enfermedades y muertes descontroladas. Estuve en la maternidad de Elna, donde Elisabeth Eidenbenz, maestra venida de Suiza, consiguió, ante tanto horror, crear un centro para que pudieran nacer 595 niños con menos insalubridad de la que existía en el campo. Estuve también en el campo de Rivesaltes. Todos estos campos concentraban a exiliados republicanos y poco tenían que envidiar a los que se construyeran más tarde en Alemania. Estuve en la marcha simbólica hacia el campo de Argeles que concentró a miles de viejos exiliados y familiares de republicanos que se quedaron en Francia, organizándose en la FFREEE (Fils et Filles de Républicains Espagnols et Enfants de l´Exode), pasando por el cementerio construido para enterrar a españoles muertos en el campo de Argeles, donde vivían con precariedad cargada de muerte. Estuve en toda esa zona y me enteré de que en la frontera de Portbou se acumularon unos 10.000 pasos diarios, lo que envolvía todo en desastre, desorden y precariedad. La frontera se abrió a la población civil el 28 de enero de 1939 y el 9 de febrero ya habían pasado 140.000 personas refugiadas, a principios de marzo pasaron 458.000. Desde allí Antonio Machado anduvo kilómetros hasta Cerbère, cruzando montes del bajo Pirineo bajo lluvia, como lo hicieron el resto de exiliados que decidieron pasar por esta aglomerada frontera. Yo presencié cómo una hija, residente en Lyon, de un exiliado fallecido en el campo, saltó en llanto al reconocer a su padre en una de las fotografías del Memorial de Argeles. Yo vi el dolor que cargaba sobre torpes y cansados andares de nuestros cercanos antepasados que tuvieron a irse para huir de la muerte del dictador sin saber que les esperaba otra muerte. Yo aprendí datos, vi caras de dolor y pisé por donde otros murieron con el cuerpo roto.

Y cuando lo veía se me partía el corazón y se me cargaban de rabia los sentidos. ¿Por qué nuestro silencio en España? También allí, en Francia, hubo silencio, hablar de ello era tabú, nos decía una de las guías del Memorial de Argeles, pero la sociedad civil forzó a recordar y en 1999 se comenzó a explicitar todo lo que estaba enterrado en el olvido. “Los ciudadanos de Argeles no olvidan la Retirada y los campos de 1939. En una Europa reunificada y en Paz es preciso preservar esta memoria para las generaciones futuras” dice una placa a la entrada del Memorial. 

Para saber, recordar y honrar a quienes murieron en la precariedad “con el único pecado de luchar por la libertad”, como dice una de las placas conmemorativas, es preciso salir de España, porque aquí solo hay silencio bajo el paranoico razonamiento de no querer reabrir heridas, que nunca se cerraron, tan solo se silenciaron. Es importante reivindicar la memoria, para que lo ocurrido como horror no se repita

Reyes Mate, catedrático e investigador del CSIC, dice, referido a los campos nazis, pero aplicable a nuestro silencio sobre el exilio: “Porque vivieron lo impensable: lo que ni la escuela, ni la cultura, ni los sociólogos, ni los economistas jamás soñaron. Y cuando el horror impensable ocurre, hay que tenerlo siempre presente. Lo impensable se convierte en el punto de partida de lo que hay que pensar. El deber de memoria no consiste en acordarse de lo mal que lo pasaron los judíos, sino en entender que nuestra construcción racional y moral del mundo tiene que fundarse en el sufrimiento de las víctimas. Eso es una novedad porque, aunque es inveterada nuestra capacidad de causar dolor, nunca hemos dado importancia al sufrimiento de las víctimas porque eran literalmente in-significantes. Ahora son como el “a priori” del significado… Forma parte del deber de memoria no dejar de preguntarse cómo pudimos llegar a eso”. Sobre todo, para que no se pueda repetir. Y no es ajena la posibilidad de repetir cuando se escuchan discursos y razonamientos muy cercanos a las condenas con las que se comenzó el dolor de quienes no queremos recordar. 

Hay sicólogos que afirman que el silencio sobre hechos de dolor conlleva sentimiento de culpa. No parece alejado de esta teoría el hecho de que quien, en España, defiende el olvido de lo pasado y critica recordar el dolor generado por la represión con la excusa de “reabrir heridas” esté más cerca de quienes dicen que ganaron la guerra que quienes defienden el deber de recordar. La culpa puede estar subsistiendo en el inconsciente colectivo de nuestra sociedad, lo que apuntaría a que la reconciliación fue parcial. No es explicable desde otras variables el olvido forzado que se da en España, no en Alemania, donde el dolor fue más atroz, o en Italia. Y, lo que es peor, el olvido se está imponiendo, la sociedad no quiere saber lo que pasa dentro de la sociedad, Bauman dice que lo peor del 5% de población que más tiene es que no sabe nada de lo que ocurre en lo que le rodea. 

Reyes Mate dice que hasta ahora los problemas los resolvemos con olvidos y en ellos escondemos las desigualdades que se están produciendo en este mundo global que, paradójicamente, nunca fue más rico y más injusto. Pero lo tapamos con los olvidos. Urge reivindicar la memoria, explicitar lo que sucedió y sucede, para curar, para conciliar, para que la concepción social se haga desde quienes sufrieron y, así, nunca se vuelva a repetir lo que nunca debió suceder. 

Yo estuve en Colliure