viernes. 29.03.2024

La política (y el marketing) suele vaciar de contenido a las palabras

palabras

Cada vez es más frecuente que, al escuchar el discurso (o razonamientos) de los políticos (especialmente de algunos), se sienta que sus palabras no llegan y no convencen. Y no es que ellos mientan, no son mentirosos, o no saben que lo son, sino que el hábito que tienen en usar palabras y palabras puede hacer que les pierdan el respeto. Lo que dijeron ayer no se corresponde con lo que dicen hoy y mañana dirán otras cosas que nada tiene que ver con lo dicho hoy. Salen de sus bocas palabras sin color ni significado. Y, con ello, desvirtúan el lenguaje y, sobre todo, la credibilidad. 

Esto no encaja exactamente con la frase que dicen que dijo el “viejo profesor” Tierno Galván: “los programas electorales están para incumplirlos”. Por cierto, también lo ha dicho algún político actual y no en el mismo sentido, pues el “viejo profesor” sí se comprometió con la sociedad. Lo programas se pueden incumplir para optar por otras líneas de trabajo que no veían cuando no se estaba en el poder. Lo que se plantea con este vaciar de contenido a las palabras es más grave, pues se basa en una falta de respeto al lenguaje. 

Parece que Huxley decía que “cuanto más siniestros son los deseos de un político, más pomposa, en general, se vuelve la nobleza de su lenguaje”, lo que explicaría que esta tendencia de vaciar de contenido a las palabras ya es de antiguo

Siempre la palabra comprometía, incluso se llegaba a decir que si se da la palabra se cierra un contrato verbal. Dar la palabra era signo de honestidad y de coherencia. La expresión “es persona de palabra” dignificaba y valoraba positivamente a quien se refería. Perder el respeto a la palabra es perder el respeto a la convivencia. Las personas se relacionan con sentimientos, con miradas y, casi siempre, mediante palabras. Estas relaciones transmiten credibilidad, confianza, para que la convivencia sea inclusiva, relacional, trans-personal. La palabra es eje de confianza. Si se pierde el respeto a su significado se rompen los lazos de la convivencia. Y los políticos, algunos más que otros, están en este desvanecimiento social. Lo que es más grave por ser ellos quienes deberían construir las bases de la sociedad.

Vaciar de contenido a la palabra es romper esa coherencia (convivencialidad) para reforzar el personalismo, que nada tiene que ver con la implicación en la sociedad. Este rasgo comienza a definir a muchos políticos. Cada vez más se alejan de la coherencia. Y al hacerlo, se distancian de la realidad. Unos defienden la Constitución cuando les interesa y la bordean cuando les viene bien; a veces defienden la cohesión social pero sus actos y su práctica les desmienten. Otros defienden los derechos laborales pero sus acciones van en contra, rompiendo las bases del estatuto de los trabajadores. Hay quien defiende la pluralidad, pero la niega en su comportamiento social o defiende que el sistema económico no puede ir contra las personas, pero refuerza con sus leyes ese mismo sistema. Hasta aquí son ejemplos de incoherencia, que también van acompañados de olvido del compromiso que significa la palabra

La famosa (y olvidada) Cumbre de Lisboa (año 2000) se comprometía a crecer en economía y en cohesión social, pero al día siguiente de la firma de estas conclusiones se olvidó lo de la cohesión social. Algo similar ocurrió en la reunión del G20 en Pittsburg (2009), defendiendo en sus conclusiones la necesidad de regular la “voracidad” de los bancos y en el viaje de vuelta se olvidaron estos compromisos. Incluso el Presidente francés, Sarkozy, por esas fechas habló de la necesidad de reinventar el sistema capitalista, pero, nada más terminar la frase, la palabras volaron. ¿Y cuantas Cumbres por el clima han pasado sin que sus compromisos hayan tenido influencia en las políticas que construyen los mismos que firman las conclusiones? Hay empresas que contaminan sin escrúpulos pero financian la actual cumbre del clima (COP25), bañándose de publicidad que los viste (o ellos se lo creen) de respetuosos con el clima. Los 20 mayores bancos españoles se comprometen a financiar la lucha contra el cambio climático.

La hemeroteca revela esta incoherencia. Quienes hoy mandan en Madrid (Ayuntamiento y Comunidad) criticaban a la anterior alcaldesa no atender bien a quienes duermen en la calle o son excluidos por no tener “papeles”, pero hoy ellos no ponen el dedo en la yaga porque, dicen, el problema no es de ellos, es del Estado. Hay algo por debajo de estos “olvidos”, si es que son olvidos, que es la lejanía para leer la realidad, lejanía o incapacidad. Lo que es grave. Que los políticos no sepan leer la realidad y actuar en consecuencia va contra la esencia de la buena política. Hablan y hablan, pero la realidad está alejada de lo que dicen, por lo que no se transforma. Enric González decía (El País, 8/12/2019) que “prestamos muy poca atención a los hechos y muchísima a tal o cual explicación de los hechos que se adapta a nuestros prejuicios y a nuestros impulsos reptilianos. Si conviene falseamos los hechos. Hacemos cualquiera cosa para encajar la realidad en un determinado marco ideológico”. Lo cual, en política, también significa olvidarse de las personas que soportan esos hechos que se intentan disfrazar para que su descripción verbal no comprometa. 

Parece que Huxley decía que “cuanto más siniestros son los deseos de un político, más pomposa, en general, se vuelve la nobleza de su lenguaje”, lo que explicaría que esta tendencia de vaciar de contenido a las palabras ya es de antiguo. Aristóteles advirtió que “la palabra ha sido concedida para expresar el bien y el mal, y, por consiguiente, lo justo y lo injusto, y el hombre tiene esto de especial entre todos los animales: que sólo él percibe el bien y el mal, lo justo y lo injusto”, pero si se vacía de contenido la palabra desaparece su valor, lo que, en política, es la fuente del descrédito.

Los políticos han de recuperar el valor de la palabra, y asumir el compromiso que eso representa. Sin esta recuperación el descrédito seguirá creciendo. Más aun si se acompaña de corrupción. “En política sucede como en las matemáticas: todo lo que no es correcto está mal”, decía Edward Moore Kennedy. Una política alejada del sentir social, no comprometida con ello y rodeada de palabras sin compromiso, rompe su significado, se decolora y genera brechas sociales difíciles de recuperar cuando estos desgarros se han instaurado en la sociedad. Ocurre que las brechas sociales están haciendo cuerpo en la sociedad. Los políticos tienen la palabra. Ojalá la cumplan.

La política (y el marketing) suele vaciar de contenido a las palabras