viernes. 29.03.2024

Pobres niños

La protección de los menores está siempre dificultada por las limitaciones que imponen los derechos de los progenitores.

Una vez mas lo fundamental es una legislación que proteja de manera efectiva a la infancia, así como la concienciación y la reprobación social de los abusos que se producen

No me refiero a los niños pobres, a los refugiados que penan sin rumbo concreto por una Europa cada vez más insolidaria y ensimismada que no duda en vulnerar los derechos humanos, y en ignorar las muertes que se producen casi a diario, para supuestamente asegurar su cómoda supervivencia, sino a los niños, a todos los niños y niñas que sufren en silencio y con forzada resignación las arbitrariedades de sus progenitores.

Desgraciadamente en este país los menores, los niños y niñas, son propiedad de sus padres y madres que toman decisiones en su nombre, que les imponen todo tipo de situaciones y riesgos, sin que les quepa posibilidad alguna de resistirse, porque a efectos prácticos, en muchos casos, en la mayoría de ellos, los niños son utilizados como objetos o como animales de compañía y sometidos a aquellas circunstancias y actividades que deciden sus progenitores sin más criterio que su gusto y sus ocurrencias. Así un padre puede decidir que no vacuna a sus hijos y de resultas de ello producirse una muerte, someterle a riesgos evidentes aunque no tengan consecuencias concretas, darles dietas que ponen en riesgo su salud, arrastrarlos a lugares impropios de su edad, etc.

La protección de los menores está siempre dificultada por las limitaciones que imponen los derechos de los progenitores que son una herencia del derecho romano (la patria potestad) y que facilitan que estos puedan someterlos a todo tipo de situaciones extemporáneas en nombre de la libertad, por supuesto no la de los menores, que no eligen y solo sufren las consecuencias de las malas decisiones de los adultos.

Reconocer los derechos de los niños, la tutela que sobre ellos debe ejercer la sociedad para evitar el uso inapropiado de los adultos de su capacidad para adoptar decisiones que les son o probablemente les pueden ser lesivas es bastante complicado. En los casos extremos no resulta difícil tenerlo claro, como pediatra he visto casos terribles de maltrato, algunos de los cuales acabaron produciendo muertes o graves secuelas en quienes los sufrieron, pero lo más complicado es la detección temprana del problema, y sobre todo los casos en los que  la violencia física no existe o es mínima y donde todo queda cubierto por el reconocimiento social y legal de los “derechos de los padres”.

El problema está en cómo abordar el tema sin que se produzca una intromisión excesiva de las administraciones públicas sobre los derechos individuales de las personas y  sus legitimas diferencias en cuanto a las formas de entender la vida, sus costumbres y sus creencias, y donde colocamos el listón de la intervención pública, que a veces, y eso también lo digo por experiencia, puede ser arbitraria y excesiva.

Una vez mas lo fundamental es una legislación que proteja de manera efectiva a la infancia, así como la concienciación  y la reprobación social de los abusos que se producen, y que toda la ciudadanía tenga claro que tiene que haber limites a la capacidad de los progenitores para imponerse sobre sus hijos, y que los niños no son una simple propiedad y  tienen derechos más allá de las opiniones, y las tradiciones (en muchos casos indefendibles y peligrosas)  de sus progenitores.

Pobres niños