viernes. 29.03.2024

Adú, los únicos inocentes

Valla de Melilla

Sale uno del cine hecho mierda. Pero no hay más remedio que ir a verla, es  una obligación para darnos cuenta que casi nadie es inocente, que casi todos somos culpables o cómplices de este drama contemporáneo.

Me refiero a “Adú”, una película recién estrenada, una denuncia sin concesiones, brutal, que busca golpear con fuerza los ojos, los oídos y la conciencia de la gente acomodada sobre este drama de los flujos migratorios a la desesperada huyendo de las muertes más diversas, ya sean por las guerras y otras violencias o por el hambre y la falta de todo

Para describir ese calvario sin final, la epopeya sufrida hasta llegar a “las puertas del cielo” español y europeo que es Melilla para estos infelices, se elige a un niño camerunés de 6 años, Adú, a su hermana de no más de 10 o 12, Malika (desgarra ver cuando la absorbe el vacío al abrirse el tren de aterrizaje en el que viajan furtivamente, claro) y un joven somalí, Masar, objeto de violación y abuso en su país, que sobrevive deambulando por África porque siempre hay un camionero al que complacer por unas monedas que den algo de arroz.

No quiero destriparles su odisea hasta que llegan al Monte Gurugú, donde se hacinan en condiciones inhumanas miles de personas de toda edad y procedencia, desde el que miran a Melilla pero ven antes la valla metálica tupida de más de cien metros y las cuchillas que desgarran con solo mirarlas, sin otro horizonte ni razón de vida que escalar la valla y jugarse la vida para caer del lado español y europeo.Tienen que ver esas escenas.

En 2018, según ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, unos 70 millones de personas en todo el mundo, en torno a la mitad eran niños y niñas, se desplazaron a la desesperada en busca de seguridad y supervivencia. No menos del 10 o 15% murieron en el intento, sin más compañía que su propia muerte o el agua o las cuchillas que la provocaron. ¿Hasta cuándo, hasta cuántos muertos más soportará nuestra conciencia y la de nuestros mandatarios?

Hay situaciones y personajes con fuerte carga simbólica: La España y la Europa más despreciables, la de las autoridades culpables del drama por acción o por omisión del cumplimiento de sus propias leyes, son guardias civiles cínicos e insensibles, jueces dispuestos a absolverlos cuando se les va la mano en la valla y muere algún negro, policías de paisano arrastrando a Masar a suelo  marroquí unos minutos después de que la Guardia Civil los rescatara casi ahogados del mar y los depositara en suelo español (las siniestras “devoluciones en caliente”, rigurosamente ilegales, asesinas, cínicamente practicadas y negadas cada día).

Por supuesto, la película no cierra las puertas a la esperanza, y la España y la Europa decentes, humanas y solidarias, están representadas por Mateo, un guardia civil como es debido, por las voluntarias de la Cruz Roja que hacen lo que pueden en el monte Gurugú para paliar las carencias de todo de esa pobre gente que espera para saltar la valla, por las voluntarias de “Médicos sin Fronteras” en Camerún o Senegal, por Paloma, la abogada de CEAR (Comisión Española de Ayuda al Refugiado) que defiende a un grupo de negros espectrales acusados de saltar la valla… Hay que ver el choque dialéctico entre Paloma y Mateo, el joven oficial de la Guardia Civil. Hay que viajar al otoño de 1977, cuando personas  como Don Joaquín Ruiz Gimenez, Don Justino de Azcárate, Marcelino Camacho y un servidor, entre otros, constituimos y presentamos en público CEAR, a la que acabo de referirme, y de la que años después nuestro inolvidable Eugenio Royo fue activista ejemplar y galardonado por ello.

Adú, tras dormir y reponerse en el Centro de Menores, sale a la calle, en busca de la luz y la paz después de haber pasado tanto a su pequeña edad. El paisaje es desolador para sus inmensos ojos oscuros: Suciedad, chicos deambulando sin norte alguno, metiéndose pegamento o lo que pillan, marginación, desolación, chicas ofreciéndose … Está en Melilla. De los tres que lo intentaron, sólo él logró llegar al “paraíso”. Fin.

En 2018, según ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, unos 70 millones de personas en todo el mundo, en torno a la mitad eran niños y niñas, se desplazaron a la desesperada en busca de seguridad y supervivencia. No menos del 10 o 15% murieron en el intento, sin más compañía que su propia muerte o el agua o las cuchillas que la provocaron. ¿Hasta cuándo, hasta cuántos muertos más soportará nuestra conciencia y la de nuestros mandatarios?.

A todo esto, corre paralela una historia que encabeza Luis Tosar, un actorazo y un hombre comprometido a tope para bien, que, imagino, resulta un gran reclamo comercial para los productores; pero yo creo que el centro de gravedad de la película son los chiquillos y la chiquilla mentados, aunque por sí solos no tengan mucho tirón en taquilla.

Mañana mismo, lunes, arreglo la afiliación a alguna otra ONG; sólo estoy en 4. Es lo único que se me ocurre individualmente.

Adú, los únicos inocentes