Parece que nadie cuestiona que los principales problemas del país tienen su causa en la elevada tasa de paro y el alto índice del trabajo precario. Temas como la desigualdad creciente, los bajos salarios o incluso el futuro de las pensiones tienen en gran medida relación con el alto nivel de paro y de precariedad.
Si tuviéramos que poner rostro al paro y la precariedad nos saldrían dos caras muy evidentes, una sería de mujer y la otra de gente joven, entendiendo el concepto de joven o juventud de forma amplia, es decir gente de menos de 40 años.
La cuestión a tratar aquí sería la de la relación del sindicalismo y la gente joven y viceversa.
No hay duda que el futuro del movimiento sindical está relacionado con su capacidad de mantener sus actuales bases afiliativas y avanzar incrementándolas allá donde hay mucho campo por recorrer cómo es en el ámbito de la gente joven la cual tiene cuantitativamente menos presencia en la actual realidad sindical.
En un momento, como puede ser el del proceso congresual de CCOO, donde estamos comprobando como el sindicato está llevando a cabo un relevo generacional en sus equipos dirigentes y donde personas alrededor de los 45 años ocupan las máximas responsabilidades, parece conveniente plantearse la necesidad de avanzar en el terreno afiliativo de los menores de 40 años.
Hay evidentes causas objetivas en relación a la dificultad para avanzar en la afiliación de este sector de la población pero a la vez también hay razones objetivas para que la gente joven se afilie.
El sindicalismo en nuestro país se ha fundamentado en un sistema de valores que ha conformado históricamente al activo sindical. Son los valores de la solidaridad, la democracia y la igualdad. Estos valores estaban presentes en los y las sindicalistas que lucharon antes y después del proceso de la transición, pero estos valores impregnan de igual manera el actual relevo generacional, gente que creció con el inicio de la democracia cuando los valores de la lucha por la democracia todavía estaban presentes y cuando era el tiempo donde se vivían claramente conquistas sociales como la sanidad y la educación pública y donde la lucha social y sindical se veía reflejada de forma amplia en la vida social.
Estos valores inherentes a los primeros años de la democracia han sido progresivamente sustituidos por otros derivados de la cada vez más creciente hegemonía de la derecha neo-liberal que se refleja en todos los campos de la vida social. Primero en los años 90 y el inicio del siglo XXI durante la borrachera derivada de un superficial crecimiento económico que parecía no tener fin, muy vinculado al crecimiento de la burbuja inmobiliaria y que después con el brusco despertar del sueño ha derivado en la crisis económica y financiera.
Ha sido una época donde se han fomentado ya desde la escuela unos valores diferentes, no ajenos al fomento de una educación cada vez más segmentada hacia la especialización y la técnica en detrimento de la educación humanística que fundamenta conocimiento global y valores. Así cada vez se ha fomentado más en todos los niveles educativos y sociales los valores del individualismo, de la competitividad y del consumismo y estos valores han conformado las mentalidades de gran parte de las nuevas generaciones.
Posteriormente cuando esta gente joven ha conectado con el mundo del trabajo se encontró primero una situación muy cambiante donde se había incrementado mucho el peso de sectores como servicios o construcción en detrimento del sector industrial. Y posteriormente con la crisis económica se han topado con la desaparición o reducción drástica de sectores laborales como la construcción o el bancario, y la congelación práctica del incremento de la ocupación pública.
Es así como una gran parte de la gente joven trabajadora no conoce otra realidad que la del trabajo precario, del paro, de variadas formas de trabajo sumergido, y la alternancia entre varios trabajos y tiempos de desocupación, todo ello acompañado de bajos salarios y dificultades para conseguir afrontar una vida independiente. Esta situación ha comportado que su relación con el mundo de trabajo no haya sido continuada y sin que se haya dado un proceso de socialización en el trabajo como sucedía anteriormente. Todo esto agravado por las nuevas formas de trabajo individualizado que proliferan, desde las personas con trabajo autónomo hasta el trabajo con nuevas tecnologías que permite formas de trabajo aislado.
Es fácilmente comprobable como el máximo nivel de afiliación de la gente menor de 40 años se da entre los sectores con más estudios y que trabajan en grandes empresas industriales o de servicios, mientras que el nivel de afiliación es muy menor en pequeñas empresas de servicios y entre gente con menor cualificación.
La individualización y el aislamiento favorecen la indefensión. La gente joven tiene que comprender que sus problemas no son problemas individuales, y que a pesar de que les puedan afectar más a ellos no son problemas tanto sólo generacionales sino globales. Que la solución a su situación sólo vendrá de una lucha global contra un sistema que crea precariedad, paro, bajos salarios, empeoramientos de los servicios públicos y carencia de prestaciones públicas suficientes para la mayoría y que sólo es beneficioso para una minoría que cada vez usurpa en mayor cuantía los beneficios del conjunto de la sociedad.
La gente joven se encuentra rodeada por una cultura del individualismo y de rechazo a todo aquello que es colectivo y que a la vez es potenciada por todos los medios del poder económico, político y mediático. Esta es una de las causas de que se mantenga su negativa situación y para liberarse deben hacer un esfuerzo para salir de este círculo vicioso.
El sindicalismo desde sus posibilidades, disminuidas por los feroces ataques sufridos durante la época de crisis, tiene que intentar aprovechar el momento que da la ligera recuperación actual para iniciar una ofensiva para recuperar posiciones. Y sin duda debe poner una especial relevancia para hacer llegar su voz a la gente joven, que a pesar de su desconocimiento, ha sido un objetivo preferente de la acción del sindicato. A pesar de los continuados ataques que se hacen contra los sindicatos a los cuales se acusa de defender sólo a los trabajadores con trabajo fijo, hay que decir que la mayoría de las grandes movilizaciones han sido siempre precisamente en defensa de sectores de la población trabajadora más débil. Lo podemos ver ya en la famosa Huelga General del 1988 contra el Plan de Ocupación Juvenil del Gobierno González, continuando por la exitosa Huelga General de 2002 en defensa de los parados y contra el Decretazo del Gobierno Aznar, y así hasta ahora cuando CCOO y UGT han presentado más de quinientas mil firmas al Congreso en defensa de la ILP por una Renta Mínima Garantizada para la gente sin o con poco ingresos.
El sindicalismo tiene que levantar la voz todavía con más fuerza y hacerla llegar de forma especial a quien como las generaciones de menos de 40 años están sufriendo en grande medida lo peor de la actual situación socio-económica, pero a la vez la gente joven tiene que hacer también una reflexión para huir del individualismo y dar el paso y acercarse a aquellos que defienden los intereses colectivos del conjunto de la clase trabajadora, y por tanto también los suyos.