viernes. 29.03.2024

Es el momento de reforzar un sindicalismo de clase renovado

El sindicalismo de clase tiene que pasar a la ofensiva para no sólo recuperar derechos recortados sino para conseguir otros que le permitan hacer frente a la nueva situación de profunda desigualdad social.

No hay duda que la clase trabajadora y el sindicalismo de clase han sufrido directamente el impacto de la crisis económica. Una profunda crisis como la que hemos sufrido es el peor marco para la defensa de los intereses de los trabajadores. El aumento del paro a medida que la crisis crecía y el miedo entre los trabajadores con trabajo a incrementar las filas de los parados creó un marco de temor en el conjunto de los asalariados que reducía su capacidad de movilización y respuesta. En consonancia con esta situación de la propia clase hay que entender que la actuación del sindicalismo, a pesar de hacer frente a múltiples agresiones, ha sido más defensiva que ofensiva. Ha tratado de limitar las políticas de ajuste impuestas por el Gobierno pero con unas fuerzas debilitadas debido de no sólo a la propia situación de miedo del conjunto de la clase trabajadora sino al hecho de que la política laboral ha comportado un profundo recorte en lo relativo a los derechos laborales y sindicales. La legislación de la última Reforma Laboral del PP ha comportado una clara limitación de la capacidad de intervención sindical, ha reducido el papel de la Negociación Colectiva, e incluso ha establecido medidas de penalización de la actividad sindical cómo es el establecimiento del artículo 315.3 del Código Penal que criminaliza la actuación de los piquetes en caso de huelga. A pesar de las dificultades el sindicalismo no se ha quedado quieto y dentro de sus posibilidades ha tratado de limitar la ofensiva neoliberal, pero es evidente que lo ha hecho desde posiciones de debilidad objetiva.

El sindicalismo confederal impulsó dos huelgas generales, el 2010 y el 2012, ha dado musculatura y apoyo a las mareas ciudadanas en temas como la sanidad y la educación, y la prueba de su resistencia son los más de 300 sindicalistas que han sido encausados penalmente por su participación en piquetes en el decurso de las huelgas generales, para los cuales por cierto se piden penas más graves que las que se aplican a implicados en casos de corrupción. Sólo hace falta comparar como a los 8 sindicalistas de Airbus la fiscalía les pedía 8 años de prisión, mientras que a Díaz Ferrán, ex-presidente de la patronal, tan sólo le pedían 4 años por el caso de su implicación en la quiebra fraudulenta de Viajes Marsans. Casos como la lucha y la victoria judicial de “CocaCola” de Fuenlabrada, la movilización en defensa de los “8 de Airbus”, o la campaña “Huelga no es delito” entre otras hacen ver que a pesar de todo el sindicalismo continúa día a día su lucha. Todo esto a pesar de aquellos que de forma interesada y/o desinformada se dedican a criticar a los sindicatos, y que en muchas ocasiones no quieren ven que muchos de los derechos de que disfrutan son fruto de la lucha del sindicalismo.

Pero ahora estamos ya en una nueva situación, hay indicios de recuperación económica y de un cambio profundo en la situación política. Y se hace evidente que para que haya un cambio real es imprescindible la participación del sindicalismo de clase que tiene que pasar a la ofensiva para no sólo recuperar derechos recortados sino para conseguir otros que le permitan hacer frente a la nueva situación de profunda desigualdad social.

No hay duda que el sindicalismo confederal tiene que exigir a los políticos que se reclaman del cambio el restablecimiento de nuevo de derechos como el de la Negociación Colectiva y el Diálogo Social como marco de las relaciones laborales. Pero no basta con recuperar los antiguos derechos eliminados por la reforma laboral sino que hay que establecer nuevos derechos de participación del sindicalismo confederal, tanto el marco de la organización del trabajo en la empresa, como en su participación en las tareas parlamentarias con el objetivo de ser escuchadas sus opiniones tanto en el establecimiento de la política económica cómo en los temas relacionados con las políticas laborales y sociales que afectan el conjunto de las clases trabajadoras. No hay duda que no hay cambio social real sin reforzar el instrumento transformador que significa el sindicalismo confederal de clase.

La crisis ha obligado los sindicatos, y especialmente en el caso de CCOO, a efectuar un “aggiornamento” tanto en cuanto a su organización interna como en sus políticas que le permitan su adaptación a una situación social cambiante. La crisis ha obligado al sindicato a establecer un Código Ético de Conducta interno; le ha hecho actuar sobre su estructura interna, unificando organizaciones y reduciendo estructuras y haciéndolas más ágiles; le ha hecho establecer prioridades en su actuación; y le ha hecho abrirse a las nuevas situaciones sociales derivadas de la crisis y las desigualdades que ha provocado, así como a los cambios producidos dentro de la propia clase trabajadora. CCOO ha iniciado un camino de actualización de estructuras y prioridades para ser útil para las nuevas necesidades de la clase trabajadora en su conjunto y a partir de sus diferencias internas existentes dentro de la propia clase.

La clase trabajadora, la antigua clase obrera, ha sufrido profundas transformaciones internas a las que el sindicato tiene que dar respuesta para canalizar sus intereses. El objetivo del sindicalismo y especialmente de CCOO tiene que ser englobar las situaciones diversas que se dan dentro de la clase para evitar lo que la derecha política y económica quiere: enfrentar los trabajadores con salarios más dignos con los parados, los precarios o los trabajadores pobres. No es en las diferentes situaciones que se dan dentro de la clase trabajadora donde hay la base de las desigualdades sino que está en los sectores más poderosos del capital financieros y especulativo que mientras el conjunto de la clase trabajadora sufría de formas diferentes los efectos de la crisis ellos obtenían más beneficios que nunca.

La clase trabajadora hoy no se puede identificar con la antigua clase trabajadora industrial. Hoy cada vez más en nuestro país tienen mayor volumen el sector servicios, con trabajos quizás menos duros, pero más precarios y mal remunerados. Asimismo hay millones de personas en paro con un 20% de paro estructural, y una gran parte sin prestaciones ni subsidios, más de 2 millones de personas. También hay un volumen muy importante de más de 5 millones de personas, el 20% de la gente que trabaja, que es pobre con sueldos por debajo el 700 euros, en gran parte gente con trabajos temporales y/o a tiempo parcial. El sindicato hoy a nivel general, pero también en el ámbito de la empresa tiene que establecer una política reivindicativa global pero que contemple todas las particularidades.

El sindicato hoy tiene que entrar directamente en nuevos temas, tiene que continuar con su tarea en cuanto al reparto primario de la renta entre salarios y beneficios empresariales, pero se tiene que involucrar también en el reparto secundario de la renta, el del papel redistributivo que tiene que hacer el Estado, es decir el que determina el estado del bienestar, servicios públicos, sanidad, educación, subsidios, Renta Mínima, pensiones etc.

Y el sindicato tiene que salir de la empresa. Hoy ya cada vez existen menos los grandes complejos fabriles en el entorno de los cuales se establecía la vida de las familias trabajadoras y donde crecía de forma casi espontánea “el instinto de clase” que por la acción sindical o política se transformaba en “conciencia de clase”. Hoy todo es mucho más complejo, pero el sindicato tiene que plantearse su papel de representación de los trabajadores en todos sus aspectos.

El objetivo básico de la política sindical es conseguir una economía que se base en la creación de ocupación, con trabajos decentes y salarios decentes, y esto sólo es posible con ocupación de calidad, con trabajo productivo, estable y con derechos. Sin esto no se puede hablar de un estado del bienestar digno.

Pero hasta conseguirlo debe actuar también sobre la situación actual que comporta incidir sobre los aspectos más graves de la pobreza, la desigualdad y la exclusión social. El sindicato tiene que implicarse cómo ya se ha dicho en el reparto secundario de la renta y luchar para abordar temas luchando por medidas como la Renta Mínima, el mantenimiento de subsidios para las personas en paro, mejora del SMI, restablecimiento del poder adquisitivo de las pensiones, pero a la vez medidas contra la pobreza energética o contra los desahucios.

El sindicalismo confederal y en concreto CCOO está haciendo pasos claros en esta dirección dirigidos a establecer una mayor vinculación con los movimientos sociales ciudadanos y con los nuevos actores políticos.

Y los pasos se van dando por las dos partes. Así hemos visto como algunos nuevos sujetos políticos, que hasta hace poco definían los sindicatos confederales como “casta sindical”, hoy han establecido relaciones no tan sólo cordiales sino de colaboración continuada con los sindicatos y han hecho suyas las propuestas económicas y sociales concretadas por CCOO en la “Propuesta para uno modelo más democrático de relacionas laborales y un cambio en la política económica y social”

Esta es una nueva situación que puede ser positiva para ambas partes. Permite una mayor incidencia del sindicalismo en el ámbito de la política, y permite a los nuevos sujetos políticos disfrutar de la experiencia del conocimiento de la realidad que tienen por su práctica los sindicatos.

A la vez puede permitir huir a los nuevos sujetos políticos de falsos planteamientos, como la existencia de una clase formada por el “precariado” enfrentada con los trabajadores estables, y comprender la realidad global y compleja de lo que es la clase trabajadora huyendo de conceptos poco concretos como hablar de los de “abajo” y los de “arriba” y volver a plantear la realidad  del conflicto de clases.

Es el momento de reforzar un sindicalismo de clase renovado