jueves. 28.03.2024

Hiperliderazgo en los partidos emergentes

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Parece que los nuevos “hiperliderazgos” pretendan fagocitar a sus aliados tradicionales actuales para obtener lo que precisan para su consolidación

Los nuevos sujetos políticos que se aglutinan en la llamada “nueva política” parecen conformarse en torno a “líderes” indiscutibles como punto de referencia. Líderes surgidos en algunos casos de los ámbitos mediáticos, caso de Pablo Iglesias, o del liderazgo de movimientos sociales con una buena utilización mediática, caso de Ada Colau.

Estos nuevos sujetos políticos parecen crearse a la contra de lo que simbolizan la existencia de los aparatos organizativos de los por ellos denominados “viejos partidos”. Se trata de una forma que parece más espontánea y más vinculada en genérico a la “gente”, en el caso de Podemos, o a los “mandatos de la ciudadanía”, en el caso de los “colauitas”. En todo caso es evidente que se trata de nuevas formaciones aglutinadas en torno a liderazgos muy fuertes, los cuales se soportan en núcleos reducidos de colaboradores.

Estos nuevos sujetos políticos parecen aportar un bagaje nuevo, un nuevo lenguaje y aparentemente nuevas formas de hacer y estar en la política y que hacen una apelación constante a su proximidad a la gente o en su caso a la ciudadanía en genérico.

Se trata de formaciones sin una militancia estructurada, muy fluida, que se basa más en inscritos que en afiliados y basadas en una concepción ideológica poco definida en torno a propuestas genéricamente populistas poco concretadas ni definidas.

Es evidente que su novedad, su fuerte impulso y su buena utilización mediática y el impacto visual que han conseguido ha sido importante y renovador, en el sentido de que ha sido un buen revulsivo para una situación política estancada en el bipartidismo que parecía no dar opciones a propuestas alternativas.

Pero también podemos establecer que los nuevos sujetos políticos presentan fuertes interrogantes. El primero es que se crean en torno a lo que podríamos denominar “caudillismos” o “hiperliderazgos”, con un núcleo muy homogéneo y vinculado por fuertes relaciones personales. La organización está totalmente bajo el control de este núcleo y sus formas participativas se basan en la participación directa de las bases bajo las propuestas o control del núcleo, sin que se establezcan formas organizativas intermedias entre los núcleos dirigentes y las bases. Lo hemos visto en el caso de Podemos, donde la elección de sus máximos organismos se ha hecho mediante una propuesta cerrada de listas y sin repartos proporcionales. Y estamos viendo que excepto en el caso de Andalucía o Aragón, donde la minoría proveniente de Izquierda Anticapitalista es mayoría, la dirección estatal actúa con total discrecionalidad, en Euskadi donde ha dimitido la dirección, en Cataluña con una dirección inexistente a pesar a ganar, y en Galicia donde hay planteamientos confrontados con la dirección gallega en cuanto a las alianzas. La organización y la militancia fluida que la conforma tiene poca fuerza respecto al núcleo central que tiene un fuerte control y decisión sobre todas las cuestiones políticas y organizativas, a pesar de las proclamas públicas sobre el sometimiento permanente a la decisión de las bases. En el caso de la formación de Colau la situación es todavía más evidente, la organización es prácticamente nula y todo pasa por la decisión del círculo íntimo de la propia Ada Colau que va colocando a su gente más próxima en gran parte de los lugares de representación. Sólo hay que ver cómo se decidió no participar en “Cataluña Sí Que Es Pot”, o cómo se escogió la lista al Congreso de Diputados de “En Comú Podem”, sin ni siquiera efectuar primarias con una gran parte de los primeros puestos designados a dedo por Ada y su gente. Mucha demanda de participación ciudadana pero en la práctica mucha decisión desde los núcleos dirigentes.

Pero es evidente que los déficits organizativos pueden pasar factura a medio plazo. Un partido que quiera tener futuro precisa de organización que es la garantía de su futuro. Precisa de militancia, de cuadros formados y de una ideología clara que es lo que hasta ahora se nota a faltar a las nuevas formaciones. Evidentemente tienen que ser organizaciones más participativas y menos burocratizadas. Pero hace falta afiliación militante y cuotas, que permita la conformación de una afiliación que mantenga el debate respecto al cumplimiento de los objetivos políticos estructurales y coyunturales de la formación política. Y una participación estructurada, hasta ahora no se ve en las nuevas organizaciones, como tampoco se conoce su definición clara respecto a qué modelo económico, político y social se promueve, a qué relaciones se quieren establecer respecto a los movimientos sociales y sindicales, fuera de los llamamientos genéricos a la participación social. Qué definición tienen respeto el papel del trabajo y de la clase trabajadora. Se hace difícil entender llamamientos como los de Ada Colau a crear un nuevo sujeto político, alejado de las formaciones políticas prevalentes y que quiera aglutinar a la gente desde la CUP al PSC, pese a la existencia de profundas diferencias en aspectos sustanciales.

En muchos casos parece que los nuevos “hiperliderazgos” pretendan fagocitar a sus aliados tradicionales actuales para obtener lo que precisan para su consolidación. Es interesante, en este sentido, ver la relación de alianza y rivalidad entre Iglesias y Colau que parece quererse disputar el liderazgo de los “emergentes”.

Las antiguas izquierdas como IU, y otras no tan antiguas y más modernizadas cómo ICV o Compromís, tienen trayectoria, tienen militancia con cultura política, cuadros políticos formados y tienen una cultura política capacitada y experimentada y tienen vínculos antiguos y consolidados tanto con movimientos sociales como sindicales. También tienen carencias, como conseguir una proyección pública de sus propuestas, quizás debido a su antagonismo claro respecto a los poderes económicos y mediáticos, pero tienen proyectos políticos de trayectorias consolidadas, cosa de la que carecen los “emergentes”.

Las confluencias entre las izquierdas alternativas tradicionales y los “emergentes” sólo serán positivas si cada una de las partes respeta las aportaciones de los otros sin voluntad de hegemonía de parte. La unidad entre iguales, desde el consenso les puede llevar a obtener la hegemonía cultural y política en la sociedad. Que es la que debería interesar a todos en su conjunto, la que se debe conquistar.

No hay duda que para conseguir una nueva izquierda, que pueda conquistar nuevos derechos, son precisas organizaciones fuertes, cuanto más mejor, y con fuerte identidad política, y donde se sitúe especialmente a la clase trabajadora en el centro del proyecto político.

Finalmente hay que decir que los hiperliderazgos “caudillistas” no se dan sólo en el ámbito de las fuerzas progresistas. Sólo debemos observar el proyecto de “laboratorio” de C’s, donde se seleccionó un líder fotogénico y con capacidad dialéctica como base y único capital de la nueva derecha española.

Hiperliderazgo en los partidos emergentes