viernes. 19.04.2024

La bolsa o la vida

gritar

Libros hay a miles, “Todo está en los libros”, pero hay uno que se nos antoja clave para intentar enfocar con perspectiva estos tiempos inciertos que nos ha tocado vivir. Se titula El miedo y Occidente, 2012, y su autor es Jean Delumeau (1923). ¿Por qué clave? Pues porque se produce cierto hartazgo al ver cómo, cada día, todo tipo de opinólogos y “especialistas” lanzan su speech contra otros, siempre a corta distancia, cuerpo a cuerpo, con el ánimo de buscar culpables –deporte universal- y sin la menor intención de entender la que nos ha caído encima. Nos está tocando vivir una pandemia, una peste inesperada a todas luces, equivalente a cualquiera de las que cuenta Delumeau en su libro. Por ejemplo, la mal llamada “peste española” de 1918, la que produjo incalculable número de muertos, quizá 40 millones. Ahora no llegamos todavía ni al millón, y eso tras más de 10 meses de pandemia. Ocurre que esta vez ha caído en una sociedad hedonista, engreída y que se creía ya inmune y muy por encima de este tipo de desastres. Eso hace que ahora deambulemos por las calles como autómatas resentidos, en busca de culpables, y con el policía presto que llamarle la atención al “otro” en cuanto no se emboce bien la mascarilla.

Aquí todo es televisado: recuento de muertos, hospitalizaciones diarias, curvas de estadística. Monotema y al por menor, por si se escapa algún fiambre sin registrar

La referida peste española duró poco más de dos años, ésta que nos acosa no sabemos aún cuanto puede durar -esperemos que no llegue a los dos años-, pero lo que sí parece fácilmente pronosticable es que los muertos no alcanzarán ni con mucho la décima parte de aquellos 40 de la “española”: ahora mismo en este país el tanto por ciento de muertes con respecto a los que la han contraído es del 97% menos que en el primer pico de marzo. ¿A qué viene, cabe preguntarse, tanto miedo, tamaña histeria, como los que vivimos cada día en Occidente? Pues en gran parte al tipo de sociedad a la que hemos llegado. Primero, que aquí todo es televisado: recuento de muertos, hospitalizaciones diarias, curvas de estadística. Monotema y al por menor, por si se escapa algún fiambre sin registrar. Claro que no sabemos cómo fueron la vaina ni el cuajarón del miedo en 1918 porque, para empezar, recién acababa la peor guerra de la Historia.

El miedo no se puede medir, la felicidad tampoco, mas, esperamos que estas referencias a esa última gran pandemia sirvan al menos para tomar alguna distancia y mejorar la perspectiva. Algo fundamental quizá sea la diferencia en cuanto a calidad de vida entre lo que ocurría hace un siglo en España y lo que tenemos ahora. Entonces sólo teníamos dos regiones donde existía algo que podríamos llamar burguesía, Cataluña y el País Vasco. Hecho fundamental, por cierto, para poder entender la España actual de las Autonomías, habida cuenta de que Franco se apoyó en ellas dos para el desarrollo industrial a partir de los 60 y antes, aunque ya sabemos con qué resultado, lo había intentado Manuel Azaña, quien ensoñó con que, una vez desarrolladas esas dos regiones, por solidaridad, tíranse del resto e igualasen a “toítos los españoles”. Ahora ya sí se han extendido esos beneficios a toda la península, “mutatis mutandis”, aunque vemos que la solidaridad de esas dos ricas regiones con respecto a los ciudadanos de Lugo o Badajoz aún deja mucho que desear. Sí que se han ido extendiendo los réditos de lo que Antonio Escohotado explica en Los enemigos del comercio. 2019. Él señala, “grosso modo”, dos enemigos principales, el catolicismo, la expulsión de los mercaderes del templo, y el comunismo, la dictadura anticapitalista del proletariado. Por lo demás, el desarrollo del comercio, desde los fenicios a los estadounidenses, pasando por los protestantes, ha conllevado que Occidente tenga la sociedad con el mayor bienestar jamás conocido, lo que conlleva, por fuerza, cierta distribución de la riqueza. Cabría preguntarse qué tanto por ciento de los españoles de 1918 –por ahí estarán las estadísticas- gozaban entonces de piso con ascensor y calefacción central, segunda vivienda, coche en el garaje, viajes a Cancún y mascota con peluquero y psiquiatra. La mejora de la esperanza de vida y el aburguesamiento de la sociedad española en el último medio siglo ha sido brutal, y eso se ha debido al desarrollo económico. Pues bien, es justo esa economía la que hoy enturbia todo y la que impide que los políticos no tomen las medidas imprescindibles para frenar la pandemia.

El País tituló ayer mismo (25.09.2020): “Un estudio científico dice que España precipitó la desescalada sin estar lista”. Cabe lo de siempre, echar la culpa a los políticos, el “son todos iguales”, que ya es un tópico que bala todo quisque como mantra de rebaño. Los políticos son emanación de la propia sociedad y, por tanto, no cabe decir que sean ni un ápice diferentes de sus votantes. ¿Qué ha ocurrido, por ejemplo, con la decisión de Pedro Sánchez en cuanto a la desescalada? Pues que se encontró en campo abierto entre dos fuegos cruzados, los médicos y los economistas. Como ha salido mal y España arroja los peores números de la segunda oleada, la culpa es suya, que no les hizo caso a los epidemiólogos. Estoy por decir que no habría habido político capaz de retrasar la desescalada ante las atmósferas de presión de empresarios, hoteleros, restauradores, dueños de bares, banqueros. Se le habría echado a la yugular todos, empezando por los líderes de la oposición. Si tan mal lo ha hecho el Gobierno, amenazado incluso con una posible moción de censura, cabe preguntarse por qué no cae. Y la respuesta es muy sencilla, porque la oposición es aún peor, porque no hay una mayoría de españoles que confíe en ellos. Tanto unos como otros se mueven en medio de un atraco, la bolsa o la vida. Es decir, la economía, la estrella de la casa, la única verdad, la que llevó a España hasta 2008 al mejor periodo de su historia, es ahora la espada que nos tiene contra la pared de la pandemia. Se retransmiten minuto a minuto los índices de paro, las oscilaciones del PIB, el incremento de la deuda pública. Todos esos rebordes del sistema, que amenazan con que muera mucha gente de hambre, nunca van a amenazar de muerte a los burgueses españoles ni a sus familias. Morirán de hambre algunos de los últimos llegados en pateras, eso sí puede ser, pero, claro, pensemos que esos seres humanos son los mismos que hasta hace 40 años se quedaban en sus países del subdesarrollo, donde la esperanza de vida -y qué vida- era de 35, 40 años. Cuando se han enterado de lo que gana Messi en un mes y de que aquí la esperanza de vida ronda los 80 años, se han precipitado a arriesgar sus vidas en medio de las pirañas y los océanos. Cualquiera de nosotros habríamos hecho lo mismo.

Todos esos pobres desgraciados no presionan a ningún gobierno. Los que presionan y ponen cada día más difícil la lucha contra el coronavirus son -somos- los burguesitos y descendientes, que tememos perder parte de nuestro nivel de vida, sufrir un ERTE y no poder viajar a las Canarias. Eso es lo que hace que nos pongamos histéricos y salgamos a la calle en busca del culpable: el gobierno primero, claro, los chinos y la conspiración, los del botellón, el que no lleva la mascarilla. No hay derecho. Esto es un atraco, la bolsa o la vida. España nos mata. Cuando lo que tenemos es una pandemia similar a las que estudia Delumeau y, al menos en los próximos meses, vamos a seguir nadando en un océano de virus. Es el precio que ahora nos toca por estar vivos y por más culpables que busquemos, la realidad sigue ahí. Tú critica, vecino, que así te desahogas, pero que sepas que eres un histérico insoportable y que casi mejor sería que respiraras, con el bozal bien puesto, eso sí, y te callaras un poco.  Alguna meditación, transcendental o de las otras, tampoco te vendría mal. Y de los opinólogos y especialistas por ahora ya hemos dicho bastante.

La bolsa o la vida