viernes. 29.03.2024

‘Lo que somos, lo que aparentamos’

En la rampa de salida de las primarias socialistas ya está todo listo. O casi todo...

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En la rampa de salida de las primarias socialistas ya está todo listo. O casi todo. Patxi López, Pedro Sánchez y Susana Díaz aspiran a liderar el PSOE y depuran proyectos y estrategias para convencer a la militancia de un partido que lleva demasiado tiempo en situación de interinidad.


Nicolás Maquiavelo, advertía en El Príncipe, que “Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos”.  Y esta es la pregunta que cabe hacer a los candidatos/as que aspiran a liderar el PSOE: ¿Es necesario exagerar tanto las apariencias y agitar a la militancia con discursos, proclamas y promesas ajenas a su trayectoria más reciente? Porque, siendo comprensible un cierto entusiasmo electoral, no lo es tanto convertir las primarias en un concurso de ocurrencias publicitarias destinadas a medir el súbito izquierdismo de sus mentores.

Los candidatos/as de las primarias socialistas como los de otros partidos progresistas acostumbran a invadir habilidades e ideas que no les son propias, quizás en un intento de aparentar más que de ser. Conocido lo ocurrido en los últimos 15 meses -y si había alguna duda, Jordi Sevilla se ha encargado de despejarla-, ¿alguien puede creerse que la renovación del ideario socialdemócrata se pueda construir a partir del no es no frente a la abstención a la investidura de Rajoy? No me extraña que con tanta altura intelectual se quiebren los límites de las ideas para adentrarse con pasmosa facilidad en las arenas movedizas de la gestualidad, el espectáculo y la mera campaña publicitaria.

Dos candidatos y una candidata: ¿tres proyectos?

Bueno, conviene precisar que, de momento, son tres las candidaturas a la secretaría general del PSOE -podría haber una cuarta- que ya se disponen a sumar el número de avales requeridos para ser confirmados como tales, pero podrían ser más. Cabría pensar que si tres son las personas que aspiran a liderar el partido, otros tantos sean los proyectos que representan. No es así. El debate de las ideas se rinde a la retórica y el arrebato, y quien ayer lucía moderación a raudales hoy reniega de aquella y presume de acercamiento al nacionalismo, democracia directa, complicidad con el movimiento sindical o inmaculada identidad socialista. Falta saber, que importancia conceden a las políticas públicas, la economía y el empleo o la fiscalidad.

En nuestro país, es frecuente valorar al otro en función de lo que se parezca a ti. Si Pedro Sánchez improvisa una alianza de las izquierdas -radicales y moderadas- y el nacionalismo (independentista o no), recibirá el aplauso de las formaciones políticas que habitan en este territorio. Algunos de los que aplauden tuvieron en sus manos la posibilidad de hacerle presidente, pero prefirieron nuevas elecciones para que lo fuera Rajoy. El propio Patxi López, el primero en postularse como candidato, no dudó en afear la conducta de  quienes defendieron la abstención ante la investidura de Rajoy, recurriendo a una ecuación tan simple como maniquea: “un PSOE que permite gobernar a la derecha está condenado al fracaso”. Es verdad, que en las últimas semanas, el tono de su campaña apunta más al modelo de partido y al debate político entre candidatos.

En la centralidad del proyecto socialdemócrata parece colocarse la última candidata en presentarse, Susana Díaz, pero desconocemos el contenido de su propuesta. Sabemos eso sí, que acude  con mucha ilusión y esperanza, que este partido debe estar unido, y que España echa en falta un gobierno socialista. Ideas de “gran calado”, que, seguramente, hagan suyas los otros candidatos. Todo ello, acompañado de una desmesurada gestualidad en la interpretación del discurso.

Ser y parecer

Las izquierdas españolas siguen empeñadas en disfrazarse de lo que no son. No aprenden y le exigen a su adversario en la izquierda, que asuma el proyecto del otro. En función de la respuesta elevarán o no el tono de la descalificación o la colaboración. Pero si el diálogo y el pacto entre las izquierdas se entiende así, ¿dónde queda la autonomía cultural y política de cada partido?

La madurez de una democracia ha de medirse fundamentalmente por la solvencia y madurez de sus partidos. Resulta poco creíble que uno u otra candidata a las elecciones primarias ensaye una súbita radicalización de su propuesta política para rendirse así a las exigencias de buena parte de su militancia. Primero porque hace añicos la trayectoria política del candidato aspirante; y segundo, porque violenta la conducta histórica del partido al que pertenece. El PSOE se ha alejado, con más frecuencia de la necesaria, del ideario socialdemócrata, de manera singular a la hora de fijar las prioridades presupuestarias y las políticas públicas derivadas de aquellas, si de verdad  quería defender los intereses de la mayoría de la sociedad. Pero este debate sigue ausente de las primarias. Algunos candidatos han preferido agitar escenarios de consumo fácil e ideas sin pulir, consiguiendo de paso un efecto perverso: envenenar a la militancia.

Soy un firme convencido del diálogo político en las sociedades abiertas. Y no en situaciones excepcionales, sino como guión ineludible del proceso democrático. Un diálogo que debe ser entre distintos, en ocasiones transversal, y siempre entre las fuerzas progresistas y de izquierdas. Y para ello, nadie debe abandonar su territorio. En los últimos cuarenta años no conozco pactos de mayor impacto en la vida de la gente que los firmados por PSOE y PCE en 1979 para gobernar los ayuntamientos. Fueron la herramienta indispensable para transformar los pueblos y ciudades de España. Nadie tuvo que vestirse de lagarterana, ni simular identidades sobrevenidas. Bastó con sentarse en una mesa, compartir diagnóstico sobre la situación y acordar un programa municipal común para los cuatro años de mandato. PSOE y PCE, no hace falta decirlo, eran partidos con recorridos históricos, políticos e ideológicos muy distintos, pero primó el interés de la ciudadanía y el pacto salió adelante.

Por eso, merece la pena recordarlo. En España y en Europa, la izquierda es plural y el diálogo ha de ser entre distintos. Sin embargo, lo peor que le puede ocurrir a una formación política o a las izquierdas es improvisar el disparate y confundir el diálogo con un trágala. Si para ganar las primarias, uno debe simular el acercamiento al radicalismo estéril y a un modelo de partido que regule en estatutos dos consultas a la militancia al mes y dos asambleas generales al año, podría incluso llegar a ganarlas, pero en ese mismo instante sería un candidato para la derrota en las elecciones generales. En definitiva, las izquierdas han de acostumbrarse a dialogar y, si fuera necesario, pactar, sin necesidad de invadir otro territorio que no sea el suyo.

‘Lo que somos, lo que aparentamos’