jueves. 25.04.2024

El riesgo de pertenecer a las mayorías

Los debates oficiales son cosa de hombres, salvo que lo evites forzando la programación. El de ayer lunes entre los cuatro aspirantes a la presidencia del Gobierno no pasará a la historia.

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En la sociedad de la información, la edad de un partido no es la de su DNI. Tampoco la que proclaman sus líderes en campaña electoral a golpe de estética de mercadillo. La edad de un partido es la que decide la televisión. Y en este caso, será fácil advertir que lo nuevo es ya viejo y lo viejo sigue siéndolo. Quizás, si en lugar de propaganda y atrezo, hablásemos de ideas y propuestas, los discursos serían más reconocibles. El debate de ayer lunes entre Rajoy, Sánchez, Iglesias y Rivera aclaró algunas cosas, pero dejó pendiente la principal: la recuperación del valor de la política.

Mucho se ha hablado estos días de la identidad socialdemócrata. Los que siempre la han proclamado en sus estatutos, y a veces hasta han ejercido, desprecian a quienes ayer la calumniaron y hoy dicen que la llevan en su corazón. Como las estrellas de fútbol cuando besan el escudo de la camiseta de su equipo, semanas antes de aceptar la mejor oferta económica de un club en manos de un jeque. Incluso las/os comunistas -que dicen serlo- y forman parte como candidatos/as de la coalición Unidos Podemos, parecen ocultar su rostro. Hay que cultivar la transversalidad, conquistar territorio y ganar votos. La política y las ideas pueden esperar.

La derecha española  gestiona mejor este debate de identidades. Es evidente que en su seno conviven liberales y conservadores, integristas y pragmáticos. Una composición plural que gana enteros ahora que irrumpe Ciudadanos reivindicando la magia del centrismo.  Las derechas españolas suelen trascender al debate ideológico, seguramente porque estamos hablando de una de las derechas más toscas de Europa y la menos enraizada en la tradición democrática. No faltarán aquellos que atribuyan al escaso poso cultural del PP, una virtud: gracias a su tosquedad intelectual y a su conservador ideario han conseguido, de momento, impedir que tome cuerpo en España una alternativa ultraderechista. Ese voto sigue siendo suyo.

El debate

No se puede vender humo. No votaremos ninguna propuesta sin memoria económica (Rivera). Reconozca Rajoy, que sus políticas no han funcionado. No se equivoque de adversario, señor Sánchez (Iglesias). Muchas de las medidas que propongo podrían estar ya en marcha, pero los señores Rajoy e Iglesias lo impidieron (Sánchez). España estaba en quiebra, pero nosotros la recuperamos (Rajoy). Nada inesperado. Todo bastante previsible. Si acaso, una buscada y se me antoja que excesiva moderación de Iglesias y un cuerpo a cuerpo de Rajoy y Rivera que desestabilizó a este último en la parte final del debate. Sánchez, no sé si para bien o para mal, el más previsible, sin salirse del guión de las últimas semanas. De su discurso, la parte más débil, la que hace referencia al día después de las elecciones. Y no es para menos. El mapa de representación política  puede ponerle en un brete. Y una triste realidad: cuatro hombres aspirando a la presidencia del Gobierno, cuatro hombres hablando de soslayo de brecha salarial o violencia de género (bueno, solo dos. Rajoy y Rivera ni eso. Justo es reconocer que Sánchez es en, este sentido, el que más se lo cree),  y es que rescatar el valor de la política, como decía al principio, tiene que ver con la presencia de las mujeres en el debate público.

De los cuatro bloques pactados para el debate, el más interesante el de economía y empleo, por sus decisivos efectos en capítulos esenciales de la vida de las personas: economía familiar, proyecto de vida, pensiones, vivienda, y políticas sociales. Y fue aquí, sorprendentemente, donde mejor parado salió el presidente en funciones. Echó mano de la experiencia, la retranca y el cinismo (al gobierno no se viene a hacer prácticas; predicar es fácil, gobernar más difícil), volvió a fabular sobre la herencia recibida y los éxitos de su gestión, y advirtió de que este país necesita un gobierno serio y estable. Sánchez le puso en algún aprieto, fue claro e incisivo en la denuncia de la precariedad y la eliminación de derechos, alertó sobre la pobreza salarial y social, abogó por la recuperación de la negociación colectiva y el papel de los sindicatos, defendió una subida del salario mínimo y, consciente de la delicada situación de las pensiones, anunció un impuesto específico para complementar la financiación del sistema público de pensiones a través de las cotizaciones sociales. Mucha vaguedad en este bloque del candidato Rivera y extremada moderación del candidato Iglesias, justo en el terreno más propicio para quebrar el discurso conservador.  La economía, el empleo, la protección social y los servicios públicos debieron haber puesto en más apuros al candidato del PP, cuyas políticas de austeridad han sido afeadas incluso por el informe de la OCDE, que recientemente invitó a los gobiernos europeos, especialmente a los defensores de los recortes, a cambiar de rumbo y aplicar políticas más expansivas de inversión pública.

El debate sangró por la herida de estos últimos seis meses. En este periodo hubo un presidente a la fuga, un candidato valiente pero maniatado en su propio partido, un consorte que se atrincheró por momentos y un francotirador empeñado en evitar gobierno y convocar de nuevo elecciones. Fueron meses de conversaciones, espantadas y pactos de alcance limitado, con tres de los candidatos en el ruedo -alguno con prismáticos- y el cuarto en el palco. De aquellos barros estos lodos. El resultado: de nuevo a las urnas el 26 de junio.

Y en el horizonte ya vuelven los posibles pactos postelectorales. Las izquierdas acarician mayorías, aunque lo hacen enfrentadas, troceadas, mirándose de reojo. Cómo pueden cambiar las cosas en poco tiempo. Los radicales de ayer se moderan hoy y se convierten a la socialdemocracia; los socialdemócratas de marca, hacen frente a la adversidad con cierto arrebato andaluz y un errático ideario de consignas; los liberales depuran su centrismo, ofrecen síntomas de agotamiento, y sin embargo siguen exprimiendo la oportunista equidistancia; la derecha del PP no sale del agujero. Parece que puede ser el partido más votado, pero sigue sin ni siquiera imaginar un solo apoyo. Al final, habrá que esperar a la distribución de los escaños, porque entonces las sumas pueden provocar amnesia repentina y cambio de planes. En el debate hubo una solemne promesa, por todos compartida: no habrá nuevas elecciones.

No sé quien dijo que “en política siempre se corre el riesgo de pertenecer a las mayorías”. Es la esencia de la democracia. Lo que tiene peor solución es la credibilidad, la solvencia, la confianza que pueden inspirar las mayorías sobrevenidas.

El riesgo de pertenecer a las mayorías
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