viernes. 29.03.2024

La 'nueva' política cambia de tercio

Las dificultades para hacer realidad un gobierno de progreso son muchas, algunas muy poderosas.

iglesias

Las dificultades para hacer realidad un gobierno de progreso son muchas, algunas muy poderosas. Pero la voluntad política de las izquierdas debe ser firme e inteligente: para mejorar la vida de la gente hay que gobernar.


Cuando el pasado viernes, 22 de enero, Pablo Iglesias irrumpió en la sala de prensa del Congreso de los Diputados, tras entrevistarse con el Rey, y se ofreció para ser vicepresidente de un gobierno presidido por Pedro Sánchez -lo que comunicó al monarca pero no a este último-, hizo gala, ciertamente, de una infantil provocación. Pero solo con una provocación de este tenor, puede Iglesias sobreponerse a tanto arrebato de indignación retórica frente a la casta socialista y los gobiernos de coalición que exhibió hace tan solo unas semanas en campaña electoral (“no formaré parte de un gobierno que no presida yo”). Así que para los que siempre hemos defendido que las políticas públicas y los programas progresistas se sacan adelante, sobre todo, gobernando, merece la pena pasar por esto para explorar la posibilidad de un gobierno impulsado por las izquierdas, pero dispuesto a procurar consensos más ambiciosos.

Tras las elecciones generales del 20D, afloraron en las formaciones políticas proyectos e ideas no siempre coincidentes. Y si bien es verdad, como recordó  Rodin, que “donde todos piensan igual, nadie piensa mucho”, sería deseable que las bondades de la diversidad y el pluralismo no derivaran en deslealtad y mala fe. Y algo de esto ha ocurrido en la mayoría de los partidos tras los resultados electorales. En el Partido Popular, y siempre a su manera, faltó tiempo para que alguno/a de sus dirigentes en la sombra, sugirieran la necesidad de prescindir de Rajoy y agradecerle los servicios prestados; en el PSOE, las cosas no fueron mejor. La presidenta de la Junta de Andalucía, de la mano de España y del populismo liberal, en el mismo instante en que se hicieron públicos los resultados del 20D, cuestionó al secretario general y su agenda política, la misma que, teóricamente, defendió toda la dirección en campaña electoral. Parece que Pedro Sánchez, con el inestimable apoyo de Patxi López, aguanta el órdago. Podemos, en un acelerado reciclaje hacia la política (ni nueva, ni mediopensionista) se lía con asuntos más peregrinos. Primero líneas rojas, luego grupo parlamentario confederal de composición plurinacional y economía independentista, y finalmente una escenificación  de propuesta de gobierno, que pareció diseñada por la agencia de publicidad del PP. De Izquierda Unida, ya se encargó Garzón de empujarla a la irrelevancia. En su nombre habla Pablo Iglesias.

Gobierno de progreso

Sin embargo, por muchas zancadillas que se pongan, las izquierdas y las formaciones con mayor vocación por las políticas sociales deben intentarlo. Hay que anteponer las prioridades del país, y elaborar un programa de gobierno sensible a lo que la gente demanda: economía, empleo de mayor calidad, protección social y políticas públicas, derechos sociales y laborales, reforma fiscal, países del sur en Europa, debate territorial, reforma constitucional. Y seamos claros. Algunos de estos temas exigen, primero, la unidad de las fuerzas de progreso; y segundo, voluntad de pacto y consenso más allá de las fronteras ideológicas. ¿O alguien ha pensado en reformar la Constitución con el apoyo del 50% de la ciudadanía y la hostilidad del otro 50?

De manera que, sin ignorar las dificultades -ya veremos si todas salvables-, PSOE y Podemos deben trabajar discretamente, sí discretamente, por el pacto de gobierno, abrirlo al apoyo parlamentario de otras fuerzas, impulsar consensos amplios para las reformas más ambiciosas y gobernar con sentido de la responsabilidad a favor de la inmensa mayoría de la sociedad. Un método de trabajo perfectamente compatible con la información detallada del posible acuerdo a sus partidos, a toda la ciudadanía y a los medios de comunicación. Para eso, unos deben creerse que son de izquierda (aun de centro izquierda), y otros abandonar la retórica indignación y cultivar la cultura de gobierno, así en el cielo como en la tierra.

Agazapados esperan los proveedores del fracaso de las izquierdas, que operan en todos los rincones del tablero político y a través de influyentes grupos económicos y financieros. Y entonces, antes o después de las nuevas elecciones, volverán a brillar las estrellas de la austeridad y del gran gobierno. Que nadie lo dude.

La 'nueva' política cambia de tercio