jueves. 18.04.2024

Melodía de seducción

A las elecciones deben presentarse agrupamientos y/o plataformas electorales amplias. Los partidos deben quedar como proveedores de programa e ideología. Es la llamada ‘unidad popular’. (Foto: Prudencio Morales).

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Imagen tomada en una manifestación del 15M. (Foto: Prudencio Morales)

A las elecciones deben presentarse agrupamientos y/o plataformas electorales amplias. Los partidos deben quedar como proveedores de programa e ideología. Es la llamada ‘unidad popular’

En el anterior artículo publicado en Nuevatribuna afirmaba que “a la nueva política no le gustan los partidos”. En este me detengo en el mantra que pretende unir a las nuevas formaciones políticas y a alguna no tan nueva como IU: la unidad popular. Remaré a contracorriente: si atendemos a la acción y reflexión de sus mentores, la unidad popular ha venido para llevarse por delante a Izquierda Unida, y si me apuran para asestar un golpe ¿de gracia? al ideario de transformación y cambio de la izquierda. Será, si no lo evitamos, el triunfo del populismo.

A los partidos de historia y memoria, la nueva política les acusaba de haberse convertido en aparatos electorales, sin transparencia ni conducta democrática en su interior. “Son parte del régimen de la transición, de aquel pacto de élites que se hizo de espaldas a la ciudadanía, y que derivó en estructuras piramidales y burocráticas, con direcciones acomodadas y procedimientos autoritarios”. Aunque si he de ser justo, alguna/o de los portavoces de la nueva política ha matizado, incluso replicado a sus amigos de candidatura, sobre la transición y ha reivindicado el combate por la libertad y su decisivo papel en aquella de quienes entonces pelearon por una sociedad abierta y democrática, fundamentalmente el sindicalismo de CCOO y el PCE./PSUC.

Pero veamos cómo renuevan la política y sus métodos las nuevas formaciones. En estos días tienen lugar reuniones, asambleas y encuentros autoconvocados en distintas provincias   -en Madrid y otras provincias, bajo la marca corporativa de Ahora en Común- para debatir la posibilidad de una candidatura a las elecciones generales. La primera matización viene a propósito del calificativo “nueva formación política”. Allí acuden militantes de toda la vida de IU y exIU, IUCM, PCE y exPCE, EQUO, independientes y otros que no lo son tanto, y ciudadanos/as sin partido. Nadie les ha elegido. A nadie representan. Se autoorganizan, aunque ya estén organizados. Van a debatir de ideas e iniciativas que ya han debatido. Van a decidir de propuestas que ya han decidido. Y si la democracia gana enteros, emergen como nueva política depurados métodos de reorientación y un grupo de personas impiden o retuercen votaciones, cumpliendo un cometido que otros en la sombra acordaron.

Unidad popular: una melodía en alza

Escrito en un papel o escuchado en una tribuna pública, la retórica de la unidad popular ha logrado seducir a partidos, movimientos y colectivos de amplio espectro. Es una demanda social sin precedentes para derrotar a la derecha y al bipartidismo. “Se trata de tejer por abajo la unidad de todos los actores rupturistas, sin tutela alguna. Han de ser ciudadanos y ciudadanas que sin más representación que la de su DNI, construyan poder popular y unidad electoral en la perspectiva de una nueva época. Cuando los partidos se ponen al frente de la unidad popular, el proceso fracasa. Solo cuando se respeta el espíritu del 15M se avanza en la buena dirección. Se acabó el régimen. Comienza el tiempo de los de abajo”. Esta es la teoría de la unidad popular, una formulación repetida por partidos, mareas y movimientos, aunque con intenciones diversas. “No importan las siglas, si hay unidad para el cambio”. ¿Será verdad esto? Veamos.

En primer lugar, parece legítimo cuestionar la candidez de los discursos de ‘ciudadanía frente a partidos’, sobre todo si estos vienen de quienes ya tienen partido o trabajan afanosamente por el suyo. No habrá siglas de partidos en las candidaturas de unidad popular, ha dicho Garzón… salvo que una de ellas se llame Podemos. Hay que tejer por abajo la unidad de todos los actores rupturistas, pero ¿para qué?, ¿para reconstruir y revitalizar las políticas de izquierda en torno a la economía, el empleo, los servicios públicos, los derechos civiles o el ecologismo político, asumiendo si es necesario el gobierno de las instituciones; o para impugnar lo existente a golpe de un relato fabulado, de retórica imprecisa, que lo mismo vale para aupar a la derecha a la alcaldía de Gijón, que para reclamarse de la revolución bolivariana? ¿Es la unidad popular la cruzada contra los partidos políticos españoles de forma indiscriminada, sin que a cambio  ni siquiera se intuyan instrumentos alternativos de participación democrática y proyectos programáticos solventes, más allá de las asambleas populares de militantes de los mismos partidos? Y finalmente, ¿es una alternativa saludable la que presume de desmemoria, o lo que es peor, la que difama la memoria?

No. Lo diré cuantas veces sea necesario. Muchos han sido los errores de las izquierdas, algunos de ellos de gran trascendencia. Pero mucho peor será participar de un proceso inspirado y agitado para enterrar la izquierda, su historia, sus conquistas, su futuro y también, sí, sus errores. No tengo duda. La unidad popular, como la entienden y practican los actuales dirigentes de IU, de Podemos y otros voceros de ciudad ha venido para llevarse por delante a la izquierda, y de forma más plausible, a IU. ¿Estamos a tiempo de evitarlo? No lo sé, pero sí estamos obligados a intentar evitarlo.

Lo volveré a defender hasta con terquedad. Soy partidario de las coaliciones electorales de las izquierdas, en estrecha colaboración con la sociedad civil organizada, a partir de un programa compartido, una estrategia política unitaria y unas candidaturas comunes. ¿Son menos democráticas las coaliciones que las plataformas ciudadanas de unidad popular? Es verdad que existe un apreciable apoyo electoral hacia este tipo de agrupamientos. Pero no menos cierto es que para algunos, este apoyo electoral es sinónimo del ocaso de los partidos y el final de las ideologías, lo que añade mayor incertidumbre al futuro de la nueva política.

De la izquierda que necesitamos apuntaré algo en un próximo artículo. De lo que ya estoy convencido es de las consecuencias a medio y largo plazo de este tipo de experimentos. La izquierda, su proyección social y su ideario de transformación pierden autoridad, viabilidad y apoyo. Y en su lugar, emergen fuerzas de naturaleza ideológica difusa y estrategia política indefinida, dos condiciones inherentes al proyecto populista. Las izquierdas pagarán durante un tiempo sus propios errores y las consecuencias de esta visión mágica de la política. Pero no debemos desfallecer. A veces, como repite el cantautor León Gieco, “para poder seguir, hay que empezar de nuevo”.

PD.- (*) Hoy lunes se ha conocido el nuevo triunfo de Syriza y Tsipras en las elecciones griegas. Un motivo de satisfacción y orgullo que pone a cada cual en su sitio, tanto dentro como fuera de Grecia. Triste espectáculo el de la socialdemocracia europea y alguna izquierda despistada que se dejó llevar por el sectarismo y/o la radicalidad académica.

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