jueves. 28.03.2024

Funerarias de vivos

Empecé a odiar lo del estado de Bienestar cuando empezó a usarlo el PP para destruirlo.  Hoy, con la perspectiva del tiempo y vistos los escombros...

Empecé a odiar lo del estado de Bienestar cuando empezó a usarlo el PP para destruirlo.  Hoy, con la perspectiva del tiempo y vistos los escombros, lo que han destruido es el Estado de Justicia Social. Ese Estado que garantizaba la igualdad en materias básicas como eran la Educación, la Sanidad o la Dependencia. Habíamos conseguido incluso arrear una patada en el culo a los mandamientos dictatoriales de la Iglesia y habíamos dejado en manos de las mujeres la última decisión de tener hijos o no. Y con las posaderas rojas aún, el matrimonio homosexual abría la posibilidad de equiparar derechos a sentimientos sin que la orientación sexual fuera un inconveniente.

Hoy, en este siglo XXI hermanado con los peores usos y hábitos del XVIII, el PP ha convertido este país en la sala de espera de una macro funeraria para vivos. En ella, los mayores agonizan sus necesidades más perentorias sin atisbo de humanidad. Mayores que no pueden pagar medicinas y que usan sus escasos euros para comer porque las tripas rugen y se encogen más que el colesterol o la diabetes, que no duelen pero matan. Dependientes que ven disminuidas sus posibilidades de llevar una vida con la ayuda que necesitan al mismo ritmo que se suceden los casos de corrupción de sus secuestradores. Secuestradores, sí, porque se quedan con la ilusión, con la esperanza, con lo poco que les queda y sólo dejan el dolor. Niños sin lo mínimo en un país en el que si eres hijo de ministra del PP te lloverán globos, confetis y los coches volarán mágicamente hasta los garajes. Y lo harán con dinero negro, con dinero robado a todos y cada uno de nosotros y con la impunidad moral que les da saberse perdonados por la divina providencia.

Decía Arias Cañete que él se duchaba con agua fría y comía yogures caducados. Es su particular gula, decir orondas sandeces insultando hasta el infinito a quienes se han muerto por comer productos intoxicados porque no tenían otra cosa que llevarse a la boca.

España va tan bien que nuestros ministros se devanan los sesos para restringirnos hasta nuestro derecho a la protesta y al pataleo. No hacen más que mencionar luces y túneles aunque pareciera que la única luz que se atisba son los resplandores de las explosiones de todo lo bueno que habíamos construido durante toda la democracia entre todos. Y es que Montoro ataca a mamporros todo lo que su minimalismo neuronal es incapaz de arreglar.

Ha hecho de la Agencia Tributaria su cortijo y de los defraudadores su club de fans. Hasta la necedad y hasta el infinito. Como el tonto que se siente listo y poderoso. O algo así.

Han convertido este país en una especie de patíbulo, en la antesala de una funeraria en la que lloras por el que se va o por lo mal que está el que se queda. En ese espacio carente de esperanza y en el que sólo queda esperar la llegada de lo inevitable.

Y en esa cabina acristalada vemos pasar nuestro estado de Justicia Social y con él los Derechos Humanos. Lo bueno de esta funeraria para vivos es que nosotros tenemos las llaves para abrir las puertas y las herramientas para reconstruir lo que siempre fue nuestro y no debimos dejarnos arrebatar.

Este país será rico e irá bien cuando comida, techo, agua y electricidad no falten. Pero no por caridad, sino por derecho.

Dicen que no hay nada mejor que aprender en cabeza ajena a base de probar de la propia medicina. Las cárceles tenían que estar llenas de quienes han hecho de este país una masacre de derechos y un abuso de la vergüenza ajena. Murió Mandela y Rajoy se emocionó porque ese era el estadio en el que ganó España el mundial de fútbol. Y es que en cabeza hueca de sentimientos una patada a la dignidad es el peor de los insultos.

Lo bueno es que este mal tiene cura: mandarles a la porra.

Sólo así saldremos de esta funeraria de vivos.

Funerarias de vivos