miércoles. 24.04.2024

Carta abierta a Esperanza Aguirre

Me dirijo a usted como presidenta que es de la Comunidad de Madrid y como lideresa regional del PP madrileño. Paso por alto sus títulos de nobleza y grandeza de España, así como su lazo e insignia de dama comandante del Imperio Británico.

Me dirijo a usted como presidenta que es de la Comunidad de Madrid y como lideresa regional del PP madrileño. Paso por alto sus títulos de nobleza y grandeza de España, así como su lazo e insignia de dama comandante del Imperio Británico. Lo que me interesa es contarle a usted y a los madrileños que lean esta carta mi experiencia personal e intransferible sobre el funcionamiento de la sanidad pública madrileña, que no tiene nada que ver con la suya de hace un par de meses, cuando se tuvo que operar de un cáncer de mama.

Vaya por delante mi felicitación por la entereza con que afrontó el trance y por el éxito de la intervención quirúrgica a que se sometió. Alabo su decisión de recurrir a la sanidad pública a la hora de operarse, aunque el diagnóstico inicial procediera de la privada. Es un secreto a voces que, en España, en tratamientos serios, donde esté un hospital público, que se quiten los privados. Comprendo que usted dispusiera durante su estancia hospitalaria no sólo de una habitación individual, sino también de alguna salita adicional, en lugar de disfrutar de la compañía de otros dos o tres enfermos, con los que se comparte todo, incluso el espacio para visitas, que es la propia sala de los enfermos. Es lógico que toda una presidenta de la Comunidad de Madrid, que aspira a más, reciba unas atenciones personales y materiales vedadas al común de los mortales. A pesar de conocer sus intervenciones públicas y su talante jacarandoso, no dejó de sorprenderme que se lanzara a calificar de estupenda la comida hospitalaria, y que lo dijera con todo desparpajo, no como quien cuenta un chiste que no tiene gracia.

Me alegro muy sinceramente y de todo corazón por lo bien que le salió todo, sin necesitar tratamiento bioquímico posterior. Me llamó poderosamente la atención la naturalidad externa con que hablaba del cáncer al dar a conocer su situación, aunque la procesión fuera por dentro, como es lógico. Más adelante le diré por qué me fijé en su actitud.

Dicho lo anterior, añadiré a renglón seguido que soy firme partidario de la sanidad pública. Como tal, tengo que decirle por derecho y a lo claro que usted está llevando a la ruina a toda la sanidad madrileña. Fíjese bien, señora lideresa, que digo toda la sanidad, porque el deterioro de la pública está arrastrando en su caída a la privada.

Usted me disculpará si he entrado en materia de lleno tan aprisa. He vivido muy de cerca en mi familia el drama de ver cómo el cáncer se llevaba por delante a mi hermana mayor y a una cuñada. Mi hermana murió va para veintinueve años, tras la reaparición con metástasis del cáncer de mama del que la habían operado tres años antes. Mi madre jamás llamó por su nombre a la enfermedad de su hija. Y se le mudaba la color cuando nos la oía a alguno de sus más próximos, que los demás bien se cuidaban de no herir su sensibilidad, bordeando la realidad de los hechos. Parecía como si temiera que mentar la palabra cáncer en su presencia fuera a neutralizar de golpe y porrazo los efectos taumatúrgicos inútilmente esperados de sus oraciones a todos los santos abogados de los imposibles.

Han pasado casi tres décadas y no puedo olvidar que los últimos tiempos de la enfermedad de mi hermana fueron para ella un doloroso purgatorio en vida. Se me rompe de nuevo el corazón al recordar sus confidencias y calladas oraciones pidiendo a Dios que tuviera compasión de ella y la dejara morir. En cualquier caso, y más tratándose de una monja católica, apostólica y romana, resulta estremecedor.

Cuando enfermó mi cuñada, el único consuelo de la familia es que el malhadado cáncer invasivo que le arrebató la vida y dejó viudo a mi hermano duró relativamente poco. Tras la comprobación científica de la inutilidad de una intervención quirúrgica y de cualquier otro tratamiento, pudo morir en su casa de Salamanca, en hospitalización domiciliaria, acompañada por sus seres más queridos. En su propia cama se fue apagando poco a poco, bien asistida por el servicio de cuidados paliativos de su hospital de referencia. Ningún prepotente Lamela con ínfulas de gran inquisidor acusó a nadie de homicidio, y no hubo que aguantar a bocazas impertinentes, como Miguel Ángel Rodríguez, la estupidez de llamar nazis a los médicos que la cuidaron.

Entenderá, señora presidenta, que le diga con conocimiento de causa, siquiera sea por proximidad familiar, que fue usted una valiente cuando dio cuenta con toda entereza a la opinión pública de la toma de conciencia de su caso, animando a enfrentarse al cáncer como una enfermedad que puede curarse en la mayor parte de los casos, sobre todo si se detecta a tiempo.

Con razón escribió Eurípides, y yo se lo recuerdo, señora lideresa, que “si los dioses hacen el mal, no son dioses”.

Pero bajemos a la tierra, que el funcionamiento de los hospitales públicos madrileños no es cosa de dioses, sino responsabilidad política de usted. Espero y deseo que duerma más tranquila después de la intervención quirúrgica que se le practicó para extirparle el tumor cancerígeno de su mama. En lo que a mí se refiere, y en mi experiencia como paciente al que se le han hecho en un hospital público madrileño dos biopsias en siete meses, me siento víctima de prácticas sádicas, terroristas y torturadoras en sentido psicológico, pero nada figurado. Si cree que exagero, lea lo que sigue y atienda a las definiciones del diccionario de la lengua española de la RAE.

Previo paso por el centro de atención primaria y el centro de especialidades, a la vista del valor del indicador PSA, el 2-8-2010 se me prescribió en el servicio de urología del HGU Gregorio Marañón la realización de una biopsia de próstata, con la anotación de “preferente” en el orden de espera. Cuál no sería mi sorpresa cuando, al pedir fechas de consulta, comprobé que tenía que esperar cuatro meses y medio para saber si tenía o no cáncer. Usted misma, señora presidenta, nos ha recordado la importancia de disponer de un diagnóstico precoz y a tiempo para acometer la cura de un cáncer con posibilidades de éxito.

Una sanidad pública que maltrata de ese modo a sus pacientes es inadmisible, salvo que quiera desviarnos a la sanidad privada, a base de desatención en la pública”. Así lo escribí en mi reclamación, exigiendo fechas razonables y aceptables para disponer del diagnóstico. Conseguí lo que quería, pero sólo parcialmente. Me dieron fecha para hacerme la biopsia a las tres semanas. Pero la fecha de consulta para conocer el resultado fue para siete semanas después de la realización de la prueba. Se rechazó de plano mi nueva reclamación para “acortar al máximo posible el tiempo de angustiosa espera y de tortura psicológica para que sepa si tengo o no tengo cáncer”. Cuando por fin me dieron el informe del análisis anatómico patológico pude comprobar que llevaba cinco semanas durmiendo mientras yo me reconcomía de angustia.

Señora presidenta, me atengo a su experiencia personal. Usted reconoció que lo pasó muy mal hasta que obtuvo el resultado de la biopsia. ¿Entiende por qué digo con toda razón que me siento víctima de prácticas sádicas, terroristas y torturadoras por parte de la sanidad pública madrileña, de cuyo funcionamiento es usted responsable? Hay sadismo clínico médico, señora lideresa, cuando se condena al paciente a vivir con el alma en vilo y el corazón en un puño durante semanas o meses, manteniéndole in albis e ignorante de si padece o no una enfermedad grave, tal vez incurable, siendo así que los resultados de las pruebas diagnósticas obran en poder del servicio médico implicado, que se niega expresamente por escrito a adelantar la fecha de información al interesado. Y no se escandalice si hablo de terrorismo, porque el terror consiste ni más ni menos que en sentir miedo muy intenso (RAE). Y el dolor psicológico infligido a una persona se llama tortura (RAE). Lo peor es que no se trata de un caso aislado, porque al medio año he vuelto a tener que sufrir los mismos padecimientos.

En el caso que he contado, el servicio de urología del HGU Gregorio Marañón me dijo por fin verbalmente en octubre de 2010 que no tenía cáncer. Y salí tan contento. Pero tuve la precaución de pedir una copia del informe del análisis anatómico patológico de la biopsia. Y fue así como supe, por una segunda opinión médica desencriptadora, que lo mío no es un cáncer todavía, sino una alteración celular precursora del cáncer.

En el proceso de seguimiento, en marzo de 2011, al comprobar la elevación de los valores de los índices del PSA, se me prescribió una segunda biopsia. ¿Qué habría hecho usted, señora presidenta, si, al pedir fecha para la realización de la prueba, le dan un oficio diciendo que “al no poder facilitarle día y hora para dicha consulta se pondrán en contacto con usted a fin de comunicárselo?” La pregunta es puramente retórica, porque a usted no la maltratarían de esa manera. Por mi parte, reclamé por escrito, preguntando “cuántos días tardarían en hacer a la presidenta Esperanza Aguirre una biopsia desde su prescripción”. No tuve tanta suerte como usted, pero en dos semanas se me practicó la prueba. Luego ha venido el calvario de reclamar y reclamar la fecha de la consulta para conocer el informe del análisis anatómico patológico. Y en esas estoy, esperando respuesta a mi reclamación, con una pregunta obvia por mi parte: “¿Cuánto tardaron en darle a Esperanza Aguirre el resultado de su biopsia?” Estoy esperando la respuesta.

¿Cree, señora presidenta, que soy un exagerado, o piensa que tengo motivos para estar cabreado? No pretendo aburrirla, sino ponerla al corriente de situaciones que a lo mejor usted desconoce, aunque lo dudo, que por algo presume de estar al tanto de todo. Le resumo brevemente otro caso personal. Por recomendación del médico de familia, en junio de 2010 acudí al cardiólogo del CEP, que me prescribió un ecocardiograma. La prueba se realizó en un plazo razonable, en un servicio externo concertado. ¿Cree que miento si le digo que la consulta con los resultados del informe de la prueba fue en marzo de 2011? Podía haberme muerto entretanto.

La situación de la sanidad pública madrileña es tan catastrófica que la mayor parte de las familias paga un seguro médico con una compañía privada, teniendo, como se tiene, derecho a la sanidad pública gratuita. Por cierto, no es mi caso, ya se lo adelanto. Las desviaciones de demanda sanitaria al sector privado, con médicos que en muchos casos hacen doblete público-privado, han llevado a estas consultas a tal saturación que las quejas sobre sus deficiencias van en aumento. Por eso culpo a usted, señora presidenta, de la desastrosa situación de toda la sanidad madrileña, tanto de la pública como de la privada.

Encima, para colmo, su consejero Fernández-Lasquetty nos manda una carta preelectoral alabando los “servicios sanitarios modernos, eficaces y cercanos” de la Comunidad de Madrid. ¡Ya está bien!

Carta abierta a Esperanza Aguirre
Comentarios