jueves. 28.03.2024

Nos va a pasar lo que al asno de Buridan

saludeconomia

En su obra Sobre el cielo, Artistóteles afirmaba que creer que la tierra es estacionaria porque al ser esférica recibe fuerzas iguales por todas partes que la paralizan era tan absurdo como pensar que una persona con hambre y sed y situada entre la comida y la bebida permanecería quieta y moriría de hambre. Indirectamente, defendía que los seres humanos tenemos la capacidad de decidir libre y racionalmente incluso en esas situaciones de disyuntiva. Una posición bastante lógica pero que -con unos argumentos u otros- han negado otros grandes filósofos, desde el cordobés Averroes hasta Spinoza.

La cuestión se la planteó también el francés Jean Buridan (1300-1358) para defender su principio de determinismo moral. Afirmaba que un ser humano enfrentado a una elección de ese tipo siempre optaría por la más valiosa porque tendría voluntad suficiente para esperar hasta descubrir cuál de ellas era preferible.

Para poner en solfa esa idea determinista, fue cuando sus críticos recurrieron a la figura de un asno, queriendo señalar que esa espera resultaba irracional pues podía diferir la satisfacción ad calendas graecas: si se tiene hambre y sed y comida y agua a ambos lados, sólo un asno y no un ser racional esperaría para decidir entre ellas porque, si lo hacía por demasiado tiempo, moriría de hambre y sed.

La crítica le sirvió al filósofo francés para pasar a la historia porque, desde entonces, se habla del «asno de Buridan» para referirse a esos posibles bloqueos que pueden darse cuando un sujeto no es capaz de elegir bien entre usos escasos susceptibles de usos alternatvo (precisamente Lionel Robbins definió más tarde -en 1932- a la economía como «la ciencia que estudia la conducta humana como una relación entre fines y medios escasos que tienen usos alternativos»).

Nos va a pasar lo mismo que al asno de Buridan. Ahora, o en la próxima pandemia, moriremos de hambre y de sed disponiendo delante de nosotros, sin embargo, de los recursos que pueden proporcionarnos satisfacción

En estos momentos complicados que estamos viviendo, en medio de la pandemia de la Covid-19, parece que bastantes políticos, economistas o empresarios, vuelven a caer en una trampa de efectos parecidos a los que sufrió el asno de Buridan.

Unos lo dicen expresamente y otros lo callan pero actúan creyendo que nos enfrentamos a una disyuntiva fatal de ese tipo: puesto que tenemos recursos escasos, o salvamos vidas o, alternativamente, salvamos a las empresas y a la economía.

Tratando de actuar racionalmente, nuestros dirigentes están queriendo salvar al mismo tiempo las dos necesidades pero cada día que pasa observamos más claramente que ese es un empeño fatal, frustrante e ineficaz porque lo que viene ocurriendo es que, al final, ni están salvando a la economía ni están haciendo frente con éxito a la pandemia.

El error proviene de que que su pensamiento es lineal -o en este caso bipolar- y no complejo y de que se mueven en las coordenadas convencionales que no se corresponden con el funcionamiento real de la economía.

Para quienes están tomando las decisiones que mueven el mundo en esta pandemia, la economía y la vida son alternativas porque no entienden bien la naturaleza de la una y de la otra, porque no se dan cuenta de que la economía no es sólo lo que está dentro de la esfera de lo monetario y de la expresión mercantil en donde la han encerrado artificialmente, sino todo aquello que sirve para garantizar el sustento del ser humano. Y, al mismo tiempo, porque entienden la vida como un abstracto sin concreción o como algo que está por encima, por debajo o al lado de la economía, de la política, de la sociedad…  pero no intrínsecamente unido a ella. Por eso es posible que día a día se haga política, se tomen decisiones económicas o sobre cualquier otro ámbito de la sociedad sin que las condiciones de subsistencia, el bienestar efectivo de las personas y de la naturaleza sean los indicadores centrales, las alertas a tener en consideración, los valores de referencia, las coordenadas en las que debamos movernos. Es decir, sin que lo que preocupe y guíe las decisiones sea el estado de la vida, entendida esta en su sentido más lato.

Si entendieran que el mundo en el que vivimos es complejo, que no existe la economía, la política, la sociedad, la empresa… como aspectos o ámbitos aislados, como dimensiones particulares y segmentadas de la vida, sino que ésta es un todo, único y al mismo tiempo disperso, en donde se tejen en red todas esas dimensiones o espacios, aunque en apariencia se nos presenten a menudo desmembrados. Si entendieran eso se darían cuenta de que es un empeño de antemano fracasado tratar de encontrar un equilibrio aceptable entre el número de vidas que se pueden salvar y el deterioro de la economía o de las empresas que se está dispuesto a asumir, o viceversa. Ni cualquier pérdida de vidas humanas estaría justificado, ni hay por qué renunciar a la vida económica que satisface necesidades humanas.

Cuando la economía se circunscribe al ámbito de lo monetario no queda más remedio que contemplarla como un universo finito, de recursos limitados y opciones mutuamente excluyentes, alternativas, como salud o economía, o economía o vida. Cuando se entiende que es una dimensión compleja dentro de la complejidad se puede superar esa visión dicotómica y reduccionista.

Nos va a pasar lo mismo que al asno de Buridan. Ahora, o en la próxima pandemia, moriremos de hambre y de sed -léase, de enfermedad o de escasez material- disponiendo delante de nosotros, sin embargo, de los recursos que pueden proporcionarnos satisfacción.

Si creemos que las alternativas de satisfacción son excluyentes porque las contemplamos como mundos paralelos (¡la salud o la empresa, la bolsa o la vida!) necesitaremos cada día más y más y más, no sabremos ni podremos arreglar nada en su completitud si no nos aumenta constantemente la dotación de recursos a nuestra disposición, lo cual es imposible. Y en el mientras tanto, como ahora, comenzaremos a enfermar de la mala salud, de la mala vida, y de la mala economía, al mismo tiempo. Si aprendemos a percibir esas necesidades como un todo, como fruto de experiencias solo aparentemente disociadas porque, en realidad, son una misma, podríamos satisfacerlas fácilmente, no con más sino con menos, siendo y estando de otro modo en el mundo complejo de la vida.

Nos va a pasar lo que al asno de Buridan