viernes. 29.03.2024

La huella de Bonmati en el sindicalismo internacional

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Escribí una breve nota para un álbum que le regalaron sus compañeros cuando se jubiló hace no tanto y repetiré algo de lo que allí dije y me extenderé un poco más.

Creo que el trabajo internacional en un sindicato de clase y, por tanto, basado en principios internacionalistas, no es cosa de unos especialistas ni de un departamento específico, y menos de una sola persona.

El secretario general, y no el del departamento, es quien toma la palabra en los principales eventos internacionales porque el trabajo internacional es la prolongación de la acción sindical nacional a los escenarios de la integración y de la globalización, hoy tan decisivos.

Naturalmente, los miembros de la dirección más ocupados en las tareas sindicales domesticas, buscan la máxima confianza en los responsables de la secretaria/departamento/servicio/área/espacio (su nombre varía según las organizaciones o las épocas) Internacional. En el caso de UGT, el sindicato tuvo en Bonmati durante treinta años su principal  hombre “del exterior” y a él se asocia en buena medida la imagen y la valoración de su sindicato en muchos países.

Se nos fue un amigo y un camarada; un militante socialista de solera y de convicciones. Un hombre bueno, apasionado y cariñoso, a quien no le importaba mostrar abiertamente sus afectos y sus emociones

Cuando a finales de 1987 me hice cargo de las mismas funciones en CCOO, Manolo llevaría en ellas un par años tras sustituir a Manuel Simón a quien yo conocía por acciones de solidaridad internacional que habíamos organizado en Madrid en los años en que fui secretario general regional de CCOO. Manolo, a quien no había tratado aún “conoció” a lo largo de su mandato a todos los responsables de Internacional de CCOO, menos al primero, Serafín Aliaga: Leónides Montero, Juan Moreno, Javier Doz, Montserrat Mir y Cristina Faciaben. En lo que a mí se refiere, diré sin ningún formalismo que nuestras relaciones personales fueron muy amistosas y las sindicales se caracterizaron por la colaboración en la gran mayoría de las veces y por la franqueza y lealtad en el manejo de las discrepancias, que fueron escasas y coyunturales. El largo conflicto que agrió a nuestros predecesores por el veto de UGT (y de ELA-STV) al ingreso de Comisiones Obreras en la CES fue afrontado y resuelto en la forma que diré más adelante.

Creo que como a cualquier otra persona, a Manolo Bonmati hay que valorarlo principalmente por la faceta humana y por la actividad profesional o militante.

Empezaré por lo segundo. Se volcó en Europa y en América Latina, por este orden. Era un europeísta convencido de que la Unión Europea tenía que superar sus deficiencias y profundizar el sueño federalista que lanzaron  los pioneros pacifistas que  trataron de impedir, sin éxito, las dos grandes matanzas europeas del siglo XX, llamadas guerras mundiales, por haber desbordado ampliamente el viejo continente.

Aunque no se les hizo caso y se les llamó visionarios en sentido despectivo, Coudenhove-Kalergi, Sigmund Freud, Albert Einstein, Thomas Mann, Altiero Spinelli y nuestros Unamuno, Ortega y Gasset y Madariaga, entre otros, sembraron la semilla de la unidad europea que retomaron Monnet y Schuman y que fructificó en parte en la CEE de 1957 y en la actual UE.

UGT estaba entre los sindicatos convencidos del europeísmo crítico que sustentaba la Confederación Europea de Sindicatos a favor de una Europa Social, que trascendiera la mera integración económica o monetaria. En estos días dramáticos de la pandemia que asola tantos países se confirma una vez más la urgencia de ese proyecto.

Bonmati y yo firmamos conjuntamente varios artículos en El País y en otros periódicos sosteniendo esas posiciones.

A diferencia de UGT, otros sindicatos socialdemócratas, escandinavos y británicos principalmente, se opusieron mucho tiempo al “Mercado Común” por considerarlo una obra meramente capitalista. Es curioso que justamente muchos de ellos y sus partidos de referencia, una vez en la UE  hayan sido (junto a algunos de los países del antiguo Este comunista) los más reacios a fortalecer políticamente la UE y con ello las políticas de cohesión social, empleo, solidaridad territorial y tolerancia hacia los inmigrantes.  

En el área comunista “occidental” también había división en las décadas de los 60, 70 y 80 pues los partidos comunistas de Italia y España eran favorables a la integración europea mientras que los de Francia y Portugal eran contrarios. Y ese posicionamiento se repetía en los  sindicatos afines, así que en España toda la izquierda política parlamentaria y sindical era pro-europea, como lo era casi unánimemente el país entero recién salido de una dictadura fascista. Lástima que la deriva sectaria y grupuscular del PCE y de Izquierda Unida tirara por la borda tantos años de lucha y de evolución (Política de Reconciliación Nacional del PCE, 1956) desde el estalinismo hacia el eurocomunismo y el constitucionalismo democrático.

En cuanto a América Latina, la diáspora del exilio español tras la Guerra Civil se estaba revirtiendo en los años setenta y ochenta en una oleada de refugiados de las dictaduras militares de Argentina, Chile y Uruguay... Para  CCOO y UGT  la solidaridad con esos pueblos oprimidos y tan cercanos era un deber que intentamos cumplir, y una vez restablecida la democracia en casi todos los países latinoamericanos fortalecimos los lazos con sus sindicatos.

También aquí había una coincidencia entre CCOO y UGT aunque hubiera preferencias o alianzas diferentes. UGT trabajaba estrechamente con los sindicatos afiliados a la ORIT, regional de la CIOSL, mientras que CCOO, que no pertenecía a ninguna Internacional, trabajaba más con sindicatos vinculados a la FSM y con los  independientes que eran muy importantes.

Con la entrada de CCOO en la CES (1990) y en la CIOSL (1996) se atenuaron en buena medida estas particularidades, pero tanto UGT como CCOO mantuvieron relaciones privilegiadas con algunos sindicatos en las ayudas de sus institutos de cooperación (Fundación Paz y Solidaridad e ISCOD) y en los posicionamientos políticos.

En el año 2000 dejé de pertenecer a la dirección confederal de CCOO y a partir de 2001 pasé a ser consejero de la CES para América Latina por encargo de Emilio Gabaglio. Por tanto la persona que, más o menos, coordinaba el trabajo puesto en marcha  después de que la primera Cumbre de Jefes de Estado euro-latinoamericanos (Rio de Janeiro, 1999) impulsara las negociaciones con el Mercosur y con otras subregiones y países. Mantuve, bajo la batuta de Gabaglio, una estrecha colaboración con CIOSL/ORIT y con CMT/CLAT a través de sus respectivos vicesecretarios generales José Olivio Miranda de Oliveira (también desgraciadamente desaparecido) y Eduardo Estévez.

A la CES se asociaban en ésta actividad los sindicatos nacionales europeos que tradicionalmente tenían mayores vínculos con América Latina, es decir los de Francia, Italia, España, Bélgica, Portugal, Holanda, Alemania y en menor medida alguno nórdico. Y en ese campo volví a tener contacto muy fluido con UGT, en particular con Joseba Etxebarria responsable de la región, pero también con Bonmati en tanto que máximo responsable internacional de UGT. Al igual que sucediera en la etapa anterior, encontré en la UGT, muy activa en América Latina, plena coincidencia y complicidad para  que la CES incluyera América Latina entre las prioridades de su acción exterior.  

Sobre el espinoso contencioso de la demanda de entrada de CCOO en la CES ya he dado mi opinión en muchas ocasiones pero la reiteraré aquí porque Bonmati y yo tuvimos que ver en su resolución.

Cuando se crea la CES en febrero de 1973, desde la Delegación Exterior de CCOO (DECO) sita en Paris se hace una primera petición de adhesión. Esto no llegaría sin embargo hasta el 14 de diciembre de 1990, o sea justo dos años después de la gran huelga general del 14-D pero 18 años más tarde de la carta que Carlos Elvira enviara al británico Victor Feather, presidente electo de la CES. Entre medio los años finales pero duros del franquismo, la transición política y los primeros pasos de la democracia en los que desgraciadamente se desató una lucha feroz por la hegemonía sindical entre la central histórica y la nueva que había surgido de las luchas obreras de los años sesenta con el apoyo del clandestino partido comunista y de las organizaciones obreras católicas. Esa competencia era la clave principal de la oposición a nuestro ingreso en la CES pero claro es que la guerra fría también estaba aún presente.

La UGT no había sido invitada en principio al primer congreso de la CES pero protestó y pudo estar en la fundación. Antonio García Duarte, miembro de la Ejecutiva exiliada escribió desde Toulouse una carta al secretario general de la FGTB belga Georges Debunne, anfitrión del congreso fundacional, argumentando de ésta manera:  

Precisamente en un momento en que la Federación Sindical Mundial y los partidos comunistas europeos se emplean sin descanso y con importantes medios, a penetrar y a organizar la masa de trabajadores emigrantes (a los que llaman  el «subproletariado europeo») vuestra actitud hacia la UGT no nos parece nada oportuna. La UGT combate sobre el terreno las tentativas de implantación de Comisiones Obreras y del Partido Comunista Español en Europa.

La mayoría de los sindicatos de la CES eran partidarios del ingreso de CCOO pero no era suficiente pues se requerían dos tercios para la admisión y no se alcanzaron en las votaciones del Comité Ejecutivo de la CES. Cuando parecía que ya se iban a obtener en 1981 el presidente de la DGB alemana, Oscar Vetter, amenazó por escrito con abandonar la CES si se admitía a CCOO y a la CGTP de Portugal. Ante esta actitud de la más importante central afiliada se echaron atrás algunos sindicatos por temor a la ruptura de la CES y el dossier quedó aparcado.

Lógicamente mi primer objetivo al ser nombrado secretario de internacional  de CCOO a finales de 1987 era reactivar la demanda para el ingreso en la Confederación Europea de Sindicatos, mientras que hasta entonces una tarea no menor de un secretario internacional de UGT consistía en impedirlo. Pero en 1988 se estaba fraguando la unidad de acción y por eso el final del caso no fue tan tenso como lo había sido unos años atrás y se pudo zanjar en un par de años. A la secretaria general de CCOO había llegado Antonio Gutiérrez, un hombre joven que enseguida sintonizó muy bien con la mayoría de los dirigentes europeos con un discurso renovador y muy europeísta, y eso hacía aún más difícil, insostenible, el veto de UGT.

Nos pusimos de acuerdo en que el ingreso de CCOO, al que ya urgía la propia DGB,  tenía que hacerse con consenso. Nosotros desde CCOO teníamos que frenar algunas impaciencias y Manolo necesitaba algún tiempo para, con el respaldo de Nicolás Redondo, vencer resistencias, y lo logró con convicción unitaria y a la vez con  lealtad a la UGT.

También nos ayudamos mutuamente a establecer relaciones con sindicatos de otros países con los cuales la lógica de la guerra fría nos tenía alejados. Comisiones dejó de ser un apestado para la AFL-CIO de EEUU, que imponía un aislamiento a las organizaciones “comunistas” rayano en el ridículo. El agregado laboral de la embajada de EEUU en Madrid se reunía con UGT y CCOO a la vez pero no a solas con nosotros y cuando de manera natural le propuse que almorzáramos (era un antiguo sindicalista, buen tipo) me dijo que sí, pero se trajo al agregado británico que además nos invitó con lo cual el americano no incumplió la prohibición de su gobierno de tratar directamente con rojos peligrosos.

Bonmati también nos ayudó a establecer  relaciones con Histadrut de Israel (cuyo responsable de internacional era Asher Wolkwicz), Solidaridad de Polonia, UGT de Portugal o Force Ouvriere de Francia cuando aún la dirigía Marc Blondel, que se aferraba a un trasnochado anticomunismo. Bruno Trentin en sus diarios (Diari 1988-1994) le suelta a Blondel, una seca tarascada: Inefables intervenciones de Blondel de F.O en las cuales la estupidez, la torpeza, falsedad y arrogancia componen una mezcla de enorme interés para un psiquiatra o para un arqueólogo…Sin embargo el responsable de internacional de FO, Jacques Pé, era un hombre más unitario y presentable que su jefe y pudimos normalizar unas mínimas relaciones de todas maneras lejos de las que manteníamos  con la CGT o con la CFDT.

Nosotros a su vez ayudamos a UGT a relacionarse con sindicatos como la CGT de Francia,  la CGTP de Portugal y algunos latinoamericanos como la CGTP de Perú, la CTC de Cuba o la CUT de Colombia.

En UGT Manolo dirigía un pequeño equipo mientras que yo monté el mío desde cero pero ambos se agrandaron con compañeros y compañeras de mucha valía para las diferentes áreas geográficas y para el trabajo administrativo y de traducción. De CCOO citaré solo a Miguel González Zamora (fallecido en 2018) porque tenía mucha amistad con Bonmati y con Zufiaur, Mila Lacanal, Jaime Frades y con el resto de compañeros de UGT con los cuales se entendía bastante bien en la CES y en la OIT donde representaba a CCOO.

Fueron años de una fuerte unidad de acción en el país y aún más en el trabajo internacional que se plasmó en numerosas acciones comunes no solo en política europea o de solidaridad sino también para explicar fuera las huelgas o los pactos que hacíamos en España. Desplegamos una amplia campaña en Europa y en América Latina con informaciones en varias lenguas explicando los crímenes terroristas ya que los sindicatos nacionalistas vascos hacían en el extranjero apología de la violencia en el caso de LAB o atenuaban la responsabilidad de ETA con ataques injustificados a la democracia española como solía hacer ELA.

Cuando se agudizaron las disputas internas en CCOO entre la mayoría confederal y el sector crítico agradecí mucho coincidir en UGT con una persona como Manolo que no se entrometió ni se aprovechó de nuestra dura pugna, facilitando así que el trabajo se llevara con bastante respeto mutuo. Tampoco nosotros usamos los problemas que atravesó UGT, como el de la quiebra de su cooperativa de viviendas.

Si por algo nos peleábamos Manolo y yo era por los cigarros del secretario general de la CES. Emilio Gabaglio (al que organizamos asambleas de delegados en muchas ciudades españolas) era un gran fumador pero solo de toscanos, y cuando le regalaban habanos los guardaba. Los dos estábamos atentos para ver quien los pillaba antes. Cuando yo le preguntaba a Emilio si tenía algún habano y él me respondía que Manolo pasó el día antes y se los llevó, reconozco que mis pensamientos no eran tan unitarios.

Desde que una vez tocó la lotería de Navidad en CCOO, los dos departamentos nos intercambiábamos participaciones, pero hay que decir que no volvió a tocar: ¡la unidad  siempre es buena… pero no mágica!

Se nos fue un amigo y un camarada; un militante socialista de solera y de convicciones. Un hombre bueno, apasionado y cariñoso, a quien no le importaba mostrar abiertamente sus afectos y sus emociones. 


Juan Moreno | Secretario de Relaciones Internacionales de CCOO (1987-2000)

La huella de Bonmati en el sindicalismo internacional