viernes. 29.03.2024

Posverdad, somos lo que se necesita que seamos

Miente, miente que algo quedará. Más allá de la verdad solo existen las mentiras, pero eso está cambiando.

Es una lección de los muertos, si no marchamos juntos desapareceremos. Hay una mentira emotiva que puebla las calles, y de este concepto, el director y escritor español Héctor Carré, nos adentra con su documental En la era de la Posverdad para intentar entender la significación del nuevo periodismo.

De niño creí que no decir la verdad nos sumiría en un letargo que indefectiblemente convertiría nuestra vida en vacuidad, y nuestro derredor, en un gran silencio. Pero este mito ha caído por su propio peso, o, mejor dicho, por el peso de las líneas editoriales. Debido a los recortes en las redacciones y a la falta de tiempo que tienen los periodistas para la investigación de una noticia, el nuevo periodismo se ha encontrado ante la imposibilidad de acceder al trabajo de campo, es por ello que se genera un periodismo de espera. 

Noam Chomsky se negaba a aceptar que la verdad no existía, esa especie de idea posmoderna, para el solo simbolizaba un muro que había que derribar si queríamos llegar a salvo a un nuevo amanecer, pues la prensa comprometida con la verdad es el oxígeno necesario en una democracia. Sin embargo, el periodismo independiente suele ser un oasis en el desierto, una utopía que avanza a pasos agigantados.

En antítesis a Chomsky se sitúa Ryszard Kapuściński, el escritor y periodista polaco entendía que la verdad no es lo importante, ni siquiera la política, lo que realmente interesa es su capacidad de convertirse en entretenimiento, ya que una vez creada se puede comerciar con ella, y cuanto más espectacular, más dinero se puede conseguir por esa información.

De allí se puede desentrañar este concepto de Posverdad, el arte de la mentira elevada a su máximo esplendor. El recordado Tartufo de Moliere, el gran impostor del siglo XVII francés fue un ícono de los acomodamientos y las conveniencias humanas en un contexto histórico, ideológico y artístico.

El mercado son los anunciantes, el producto que están vendiendo es la audiencia, así solamente se podría entender que ante la invasión de noticias por el uso indiscriminado de las redes hay cada vez menos credibilidad hacia quienes las emiten. Una gran facción de los periodistas se ha convertido en voyeristas, meros mirones del escenario, con la connotación peyorativa del caso. Aunque la verdad no exista, se generan consensos para establecer determinadas ideas desde el poder, pues este poder es atractivo y tentador para todos, incluido para los reporteros, el esfuerzo de reducir la capacidad de pensar de forma independiente se ha convertido en un nuevo norte.

Cuanta autenticidad había en Antoine de Saint-Exupéry cuando decía que lo esencial era invisible a los ojos, lo que no se veía comenzaba a tergiversar las realidades. Otro tipo de facciones en la profesión de informar llevan alto el estandarte de Winston Churchill, entienden la raigambre de defender la isla, cualquiera sea el coste, se deberá luchar en las playas, en los campos de aterrizaje, en las calles, en las colinas, nunca la rendición será una alternativa para aquel periodista que lleva su cuerpo al campo mismo de la batalla. Una eterna lucha de lobos y corderos, de títeres y titiriteros, domesticar la información, el desenfoque, los cantos de sirena, un nuevo flautista de Hamelin que intenta crear una opinión pública para conseguir poder.

Cuando este poder se ejerce, necesita ejercerse sobre esa resistencia que él mismo construye. La aparición de Cambridge Analytica, el gran manto de sospecha gubernamental sobre las estadísticas, la complicidad gráfica en el periodismo contemporáneo suministrándole al lector información que no está fundamentada en hechos, esta información se convierte en opinión, se creerán por igual los hechos y las mentiras compartidas. La realidad ejecuta lo que los medios establecen como formato de pensamiento, a pesar que el horizonte lejano nos acerca a WikiLeaks y a Julián Assange como llaneros solitarios de las causas perdidas.

El contenido versus la superficialidad, el historiador italiano Indro Montanelli decía que el periodista es un océano de sabiduría con un centímetro de profundidad. Ese océano traía consigo inundaciones informativas donde el agua bebible era escasa, agua mala, un mar donde encontrar información potable se hace cada vez más difícil.

El diccionario menciona que la posverdad es un neologismo que describe la distorsión deliberada de una realidad en la que los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales, con el fin de crear y modelar la opinión pública e influir en las actitudes sociales.

Pensé en algo más coloquial, en una persona que ha vivido por años con vitalidad y alegría, de pronto su corazón se detiene y muere, la posverdad no es su deceso, la posverdad es saber qué hace ese hombre entre los muertos. Hay una serie que está haciendo furor en el mundo entero, La casa de papel, una manada de hombres y mujeres detrás de una careta de Salvador Dalí intentando, cual Robín Hood, equipar la báscula de la injusticia social. La verdad es que son atracadores en pos de un fin común, románticos delincuentes que buscan llegar al zénit de la existencia, pero el vox populi los sitúa en un pedestal, he aquí la posverdad, al fin de cuentas somos lo que se necesita que seamos. 

Posverdad, somos lo que se necesita que seamos