martes. 19.03.2024

A lo mejor tuvimos Sarajevos en vez de infancias felices

Monumento por los niños muertos durante el asedio de Sarajevo. Cilindros que muestran los nombres de las víctimas.

Cuando me pongo a pensar en el concepto de periodismo, a mi mente solo vienen imágenes de corresponsalías de guerra, Robert Capa decía que, “si tus fotos no son lo bastante buenas es porque no estás lo bastante cerca”. Siempre tuve esa noción del periodismo, un periodismo de cuerpo y no de palabras, el trabajo de campo periodístico que comienza con una etapa de investigación para culminar luego mimetizándose con el paisaje hasta el punto mismo de fusionarse con él.

Un libro que me marcó al respecto fue Territorio Comanche de Arturo Pérez-Reverte, un trabajo periodístico llevado adelante por el escritor español en pleno conflicto en territorios de la antigua Yugoslavia, guerra también conocida como la Tercera Guerra de los Balcanes.  En este tipo de conflictos suelen darse episodios con la prensa en donde, como dice Reverte, “los corresponsales de guerra son como una tribu, son circos ambulantes, se pasan la vida yendo a sitios de donde la gente se va. Donde el único horror que deambula por doquier es no tener un sitio donde sepultar a sus muertos”. 

El periodista español nos adentra en el concepto mismo del nombre del libro: “Para un reportero en una guerra, territorio comanche es el lugar donde el instinto dice que pares el coche y des media vuelta; donde siempre parece a punto de anochecer y caminas pegado a las paredes, hacia los tiros que suenan a lo lejos, mientras escuchas el ruido de tus pasos sobre los cristales rotos. El suelo de las guerras está siempre cubierto de cristales rotos. Territorio comanche es allí donde los oyes crujir bajo tus botas, y aunque no ves a nadie sabes que te están mirando”. 

El empresario argentino en telecomunicaciones Martin Varsavsky, fundador de Jazztel y Fon, dijo que la única parte de los periódicos que se está muriendo es el papel. Esta opinión de Varsavsky va en consonancia con lo que plantea Pérez-Reverte, el trasfondo de la imagen como captura de la muerte y la desesperación en territorios beligerantes vive fuertemente en las retinas de quienes asistieron a esos lugares de conflicto internacional. Ya los sitios tradicionales de publicación se han acortado, la llegada de las redes ha puesto en funcionamiento un andamiaje muy distinto a los espacios de finales del siglo pasado. Nos mueve diariamente a movernos un paso más, hay una realidad que subyuga, nos encontramos ante un avance tecnológico que requiere una especialización periodística en nuevas tecnologías para impedir caer en esa famosa brecha digital de la que tanto se habla por estos tiempos.

Es cierto, el papel se está muriendo al igual que los árboles de donde es extraído, un nuevo panorama como periodistas nos espera, pero salir a la calle será enfrentarnos con nuestros propios territorios comanches. Deberemos estar atentos como lo estuvo Rodolfo Walsh cuando en aquel café de la ciudad de La Plata escuchó que había un fusilado que vivía, puede que no haya balas en el ambiente, puede que no haya un camino de vidrios rotos que transitar.

Cuando me pongo a meditar del por qué elegí esta profesión rememoro situaciones límites que me tocó recorrer, creo que cada uno de los que elegimos esta carrera debe tener sus pergaminos amarillentos que indicaban esto y no otra cosa en sus alforjas. Puede que de niño no hubiese pelotas ni legos, ni plazas, ni toboganes. Puede que las mujeres, al igual que la periodista italiana Oriana Fallaci, no hayan tenido muñecas, se podría decir que muchos a lo mejor tuvimos Sarajevos en vez de infancias felices, y que por ello estamos aquí.

A lo mejor tuvimos Sarajevos en vez de infancias felices