sábado. 20.04.2024

No maten al mensajero

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(¿Y si fuésemos por efímeros minutos algo más que simples desconocidos?)


El martes 25 de agosto comenzó como cualquier día en la vida de Maitena Arancibia, una joven muchacha que además de cumplir sus primeros 22 años, había completado con altas y bajas las pasantías en las oficinas del gran Fútbol Club Barcelona.  Venida de la gran metrópolis se comenzó a abrir camino en un ambiente muy distinto al que soñaba, apenas había realizado los primeros años de grado en Publicidad y Relaciones Públicas de la Facultad de Comunicación y Artes en la Universidad Nebrija de Madrid y ya estaba lidiando con los avatares administrativos de uno de los clubes más poderosos del mundo. Apenas pasadas las nueve de la mañana decidió abrir una de las ventanas de la oficina del ala oeste del edificio para dejar entrar los primeros rayos de un sol que había amanecido algo esquivo. Papeles y más papeles, le gustaba pensar el trabajo como secretaria en el club como si fuera la protagonista de la película de El diablo viste a la moda. No estaba del todo contenta con el trabajo que tenía, pero lo tomaba como un trampolín para ocupar el cargo que tanto deseaba en los medios, se creía una especie española de Anne Hathaway, eso la ayudaba a seguir adelante. Su oficina estaba contigua al acceso principal del edificio, situado en Arístides Maillol s/n, entre las calles Carrer del Cardenal Reig y la avinguda Doctor Marañón, con una vista plena del Camp Nou, la catedral del fútbol por excelencia. Maitena no concebía ni por asomo lo que estaba a punto de ocurrir, su figura moviéndose entre las sombras del lugar, parecía volverse de forma rauda y sorpresiva debajo de la lupa de la que uno no puede esconderse. Un empleado del correo estacionó su vehículo frente a ella en el momento en que pretendía ir a comprarse unas tapas para festejar al mediodía con sus compañeros el nuevo aniversario de su natalicio. Como no vio a nadie que la supliera en la mesa de informes tuvo que volver sobre sus pasos para atender al empleado postal. 

- Buenos días, traigo un burofax para el Señor Josep María Bartomeu, ¿me puede firmar aquí?

El muchacho espigado y con cara aguileña extendió hacia Maitena una tableta electrónica donde debía dejar constancia de que había sido recibida. Como toda carta documento, ella había sido instruida por sus superiores para abrirla antes de firmar cualquier consentimiento de recepción. La sorpresa vino luego al leer el contenido, lo leyó una y otra vez, una y otra vez, de derecha a izquierda y de izquierda a derecha; como si la noticia cambiase por el solo hecho de leerla desde otra perspectiva.

"Por medio de la presente carta, yo Lionel Andrés Messi Cuccitini, con DNI XXXXX, solicito que se proceda a resolver el contrato de relación laboral que ocupo actualmente en su distinguido club, amparándome en la cláusula número 24 que me permite disfrutar de esa facultad", expresa parte del escrito. Y agrega: "Agradezco todas las oportunidades de crecimiento personal y preparación profesional que se me brindaron durante el tiempo laborado. Aprendizajes que me permitieron consolidar el perfil técnico y humano; pero motivos personales me xxxx esta difícil decisión que espero sea recibida por la dirección de la mejor manera".

El trayecto que separa la oficina de informes del despacho presidencial fue literalmente un descenso a los infiernos, se había prendido la mecha de una bomba que resonaría como un efecto mariposa en los lugares más recónditos del mundo. Ya no sería el coronavirus quien se llevase las tapas de todos los diarios ni los informes centrales de los informativos, Messi había decidido unilateralmente desvincularse de aquel equipo que le trajo la gloria y el reconocimiento. Y ya no eran las manos de una desconocida quienes llevaban la terrible noticia.

- Señor Bartomeu, creo que querrá saber de esta carta. 

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