miércoles. 24.04.2024

La piel que espera

En estos días se cumplirá un año desde que encerramos y condenamos a nuestra piel al silencio, la inacción y el abandono. La piel, el mayor órgano de nuestro cuerpo, ha quedado maldita, condenada a la no existencia, al silencioso ostracismo de la no existencia. En comparación con la atención que dedicamos a otros órganos, parece que nuestra piel es de segunda categoría, como si se le hubiera caído la pertenencia a los 5 sentidos importantes en un sorteo injusto.

Hace un año que nuestras pieles no hablan con otras pieles; que no se intercambian sensaciones, temperaturas o temblores. Hace ya un año que no lanzan mensajes a otras pieles anticipando el exaltado momento del encuentro y de la ciega excitación. Es la piel el centro de todo lo que hemos perdido y condenado, sin saber muy bien lo que hemos hecho y las nefastas consecuencias de ese encierro.

Desde la piel hemos crecido y conocido las mejores y más verdaderas sensaciones del cariño,el amor, el sexo y la tristeza de la ausencia. Es,desde la piel, desde donde podemos establecer las verdaderas referencias que nos relacionan con los demás: es la piel la que establece la verdadera naturaleza de la amistad,del abandono que confía en la ausencia de amenazas o mide y modula las restricciones sociales.

Es la piel la que nos ayuda a organizar las relaciones sociales desde que éramos poco más que monos que se ofrecían, confiados o interesados, al delicado examen de los aliados y amigos en busca de pulgas y bichejos según intereses políticos obligados y calculados.

Desde los experimentos de Harlow, sabemos que es el calor de la piel el que establece la verdadera e imprescindible naturaleza de las relaciones afectivas más sólidas, primarias e imprescindibles para el equilibrio emocional del individuo. Sin embargo, la hemos sacrificado como primera víctima propiciatoria en la actual hecatombe que quema, en el altar sacrificial, todo cuanto se puede ofrecer a los dioses para librarse de la muerte que galopa libre por las calles y las casas. 

Marcamos y delimitamos nuestra libertad en base a lo que nuestra piel vive o puede vivir y es ella la que, tras un año de cautiverio, lanza mensajes de auxilio que le libre del forzado abandono:es nuestra piel, no nuestra alma, la que necesita recuperar su libertad natural. Ella nos dirá cómo es, de verdad, nuestra vida; establecerá el baremo y el nivel de las caricias recibidas,de los rayos de sol que le calientan; de las aguas que borran el polvo del verano o del frío que marca la llegada del invierno y nos lleva a buscar otra piel con la que compartir el calor.

Mientras muchos reclaman la libertad haciendo caso de otras razones, yo le hago caso a mi piel y trato de explicarle que no me he olvidado de todo lo que ella me ha dado en el pasado, me da ahora y me dará en el futuro, pero que debe aceptar el sacrificio y el encierro como una buena chica con la promesa de volver a disfrutar de la caricia del sol y del frescor de las aguas del mar. Volverán aquellas sensaciones que nos colocaron en el mundo de nuestros iguales y volverá la excitación de lo que podría ser y nunca será.

Cuidemos la tristeza de nuestra piel, que nos hará falta cuando caigan las cadenas que ahora nos atenazan y nuestra piel recupere la libertad de recibir la caricia del aire sin barreras.Nos hará mucha falta, no lo dudéis.

La piel que espera