jueves. 28.03.2024

El dedo y la luna

Dice el proverbio que cuando el sabio señala la luna, el tonto se fija en el dedo y mucho me temo que España se encuentra sumida en la contemplación de un dedo que nada señala y que además, oculta la dirección a la que, de verdad, debemos dirigir nuestras miradas. En los últimos días, parece haber una corriente de opinión que, de una forma suave, sibilina y casi silenciosa, quiere instalar en la opinión pública la idea de que “no estamos tan mal”, que “la cosa mejora” y que casi es tiempo y momento de olvidarnos de todo y liarnos la manta a la cabeza para celebrar las peleas familiares de Navidad con total normalidad.

Contra esa corriente se levanta, testaruda como siempre, la espantosa realidad de una terrible y sombría cantidad de muertos diarios que debería ser motivo de escándalo, prioridad absoluta y una corriente de solidaridad con los que se han visto sometidos a la crueldad de las pérdidas poniendo de manifiesto que ellos, sus familiares idos y el dolor de los vivos, es lo único que nos importa, pero eso no es así.

Cada día, en España, siguen muriendo unos 300 pacientes de Covid 19 dejando claro que nuestros dedos, nuestra vida toda, deben señalar y orientarse hacia el momento en el que esta tragedia pueda detenerse y formar parte del pasado.  Parece ser que las vacunas ya están próximas y que en unos meses, pocos, es posible que recuperemos el resuello, pero las navidades se yerguen como un escollo de rutinaria estupidez reivindicativa dejando de lado la verdadera prioridad. Ni siquiera se argumentan ya las consabidas máximas de la importantísima repercusión económica que supone restringir horarios y movimientos, no: ahora se trata de tocar la fibra sensible y sensiblera de las celebraciones familiares sin tener en cuenta, al parecer, que unas 50.000 familias no tienen nada que celebrar. 50 000 familias se acuerdan de sus muertos y son los que podrían contarnos a todos la importancia de seguir la dirección correcta y mirar hacia la solución de este enorme problema sin atender nada que no sea lo verdaderamente importante y trascendente: seguir luchando para acabar con este moderno azote bíblico que nos sigue mordiendo el gañote.

El centro del debate, a lo largo de esta semana, ha sido si las cenas serían de 6 o de 10 personas o si los niños deben contarse o no. Nadie parece asumir que lo que se está preparando para Enero es la tormenta perfecta y que esa tormenta descargará muertos en lugar de granizo, así de simple.

Para los olvidadizos es conveniente recordar, creo, que estamos hablando de seres humanos que van a correr el riesgo de morir por pasar un rato con otros seres humanos a los que podrían ver dos, tres o cuatro meses más adelante. Esos fugaces instantes, esas horas están pesando más en las decisiones políticas que la agonía y la tragedia de muchos en una muerte que, ahora nadie puede alegar que no lo sabe, es horrible. ¿De verdad la celebración de un fenómeno tan regular como el solsticio de invierno, adornado de extraños nacimientos divinos -Natalis Sol invictus el más cercano culturalmente y posiblemente, Mitra- merece esta hecatombe sacrificial? ¿Estamos seguros de que los muertos de enero van a estar conformes con ese balance? 

España lleva meses de tragedia sin que hayamos conseguido unificar voluntades, criterios, decisiones y prioridades, pero todo este juego espúreo y mentiroso para hacer creer a los incautos que su seguridad no se va a ver afectada por media hora de más o de menos o por una restricción mayor o menor, me produce asco, sinceramente.

Desde aquí sólo puedo pedir sensatez, calma, paciencia para esperar a que pase la marea y que cada cual se reúna con su familia cuando haya escampado la tormenta, que será mucho más agradable y sobre todo, mucho más segura. Por mi parte, aseguro que me quedo en casita, en familia -somos 4  y un perro- y sin aventurarme a contagiar o contagiarse, que la cosa no está para hacer el loco.

Robándole el resumen a mi hermana, el objetivo de todos debería ser que nadie falte a la mesa de Navidad del 2021: esa es, creo, la luna que debemos mirar y olvidarnos del dedo que la tapa.

El dedo y la luna