viernes. 19.04.2024

Cosas veredes…

Decía Alvin Toffler que el cambio es la forma en la que el futuro inunda nuestras vidas y hemos podido comprobarlo de golpe: el cambio - la conciencia del cambio - nos ha golpeado en la cara como un botellazo en una riña de taberna. Ver las hordas bárbaras entrando en el Capitolio ha supuesto la cristalización, la última sardina sobre un burro sobrecargado y la explosión de consciencia sobre el absurdo que se ha ido instalando en nuestras vidas de forma silente y sinuosa.

Lo impensable se ha adueñado de la realidad, la controla y la domina sin que hayamos intentado evitarlo: hemos regalado nuestras vidas y las hemos entregado al absurdo de una realidad internacional desquiciada, de una política empobrecida entregada al engaño y a los intereses bastardos con etiquetas equivocadas.

Mucho me temo que no hay grandes soluciones, pero sí hay algo que podemos hacer como ciudadanos responsables y que debería convertirse en un mantra  a la hora de utilizar las redes sociales: Si no has comprobado, no difundas; si perjudica a alguien, no difundas; si no es positivo, no difundas; si solo destruye, no difundas

La culminación de los cuatro años de locura capitaneados por Trump debía depararnos algo así; un espectáculo digno de representar su megalomanía y que la explosión tuviera repercusión en el mundo entero; ese mundo global que había consolidado a la democracia americana casi como un patrimonio común, como una propiedad de todos nosotros. Y efectivamente, “el explotido” ha sido horrísono y debería despertar nuestras conciencias para asumir, de una vez por todas, que el cambio también puede ser regresión, que el avance lineal de la historia se ha demostrado fallido y que la democracia siempre está amenazada.

En estos últimos años hemos podido ver al Reino Unido caer en los brazos de la más perversa y mentirosa demagogia; hemos visto a la mentira robándole a los jóvenes ingleses, expulsados del programa Erasmus, el disfrute de una Europa fuerte y unida. También hemos visto a Trump entregado a una representación histriónica y zafia de lo que debe ser el presidente de un país que es modelo de muchas cosas buenas junto a otras no tan buenas. Trump no es nada, es un fantoche vacío al que solo sostiene un ego desmedido y paranoico, pero ha generado un problema contagiando su paranoia y su demencia a muchos millones de peligrosos supremacistas blancos, enloquecidos patriotas y conspiranoicos incontrolables armados hasta los dientes. Es responsabilidad de los que heredan un partido republicano hecho unos zorros reconstruir un discurso político coherente, estructurado y democrático. Todo un reto.

Hemos visto muchos cambios sin que haya habido reacción alguna ante el peligro: la reacción mantiene siempre la tensión y la amenaza; la eterna voluntad de devolvernos a las cavernas de lo incívico, de la dominación del más bestia y más cruel. Adormecidos por la inercia del día a día, nos olvidamos de esa constante amenaza como si fuera algo del pasado y no lo es: la bestia aguarda y quiere destruir lo que tanto tiempo,tanta sangre y tanto esfuerzo nos ha costado al servicio de esa avanzada construcción que es la democracia occidental.

Johnson, Bolsonaro, Trump y sus iguales han mostrado la verdadera cara de lo que nos amenaza siempre tras la incultura, el aborregamiento, la demagogia y la mentira: el fascismo, el culto a la persona y la manipulación de las masas. 

Tenemos una infección muy activa en Europa con Polonia y Hungría bajo su podredumbre, pero Alemania, Holanda, Francia, España y otros están amenazados seriamente por ese virus que arrasa con todo desde “los hechos alternativos”. Los actuales medios de comunicación han permitido la creación de esa realidad paralela en la que los iguales buscan y encuentran aquello que refuerza sus posiciones al margen de los hechos: no hay más verdad que la que ellos inventan y debemos, todos, trabajar en contra de esa dejadez que permite la instauración de la mentira.

La mentira puede, pero no debe triunfar a la hora de ejercer o alcanzar el poder y sin embargo, estos extraños días están asistiendo a su consagración como herramienta de gestión. La sociedad en su conjunto debería velar por la protección de la verdad,pero el equilibrio es complicado y abre la puerta a la implantación de soluciones más dañinas que el propio problema. Como siempre, el dragón se alimenta de las ventajas que le da la democracia para acabar con ella, pero hay que ser fuertes.

Mucho me temo que no hay grandes soluciones, pero sí hay algo que podemos hacer como ciudadanos responsables y que debería convertirse en un mantra  a la hora de utilizar las redes sociales: Si no has comprobado, no difundas; si perjudica a alguien, no difundas; si no es positivo, no difundas; si solo destruye, no difundas.

Mejor nos iría.

Cosas veredes…