viernes. 29.03.2024

Paisaje después de la derrota

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Ya tenemos nuevo gobierno monocolor del Partido Popular. Después de un año de intentos para conformar un ejecutivo alternativo el resultado no puede ser más negativo para todos los que apostábamos por él.

Tanto el PSOE, como las dos nuevas fuerzas políticas, Podemos y Ciudadanos, nacidas como consecuencia de la crisis del bipartidismo, han visto como el Partido Popular de Mariano Rajoy les ganaba la partida.

Una vez más se constata que la campaña contra el bipartidismo, basada en muy sólidas razones de malestar en la sociedad española, era realmente una campaña para destruir al partido que era la alternativa al Partido Popular, y cuando ha sido necesario todos los medios de comunicación relevantes de este país, se han volcado en apoyar que gobierne el Partido Popular con Mariano Rajoy a su cabeza, y exigir al derrotado Partido Socialista que se dejara de aventuras y le apoyase con su abstención para ser nombrado Presidente y dejarle formar el gobierno que se le antojara.

Ahora vendrá la campaña para que se aprueben los presupuestos, para no cambiar la reforma laboral, la Lomce, recortar los miles de millones que exige Bruselas, etc. etc.

Discutir sobre los errores de las fuerzas alternativas en este proceso, aunque nos lleve a la melancolía, es necesario, fundamentalmente para atisbar una posible recomposición de las fuerzas de izquierda y tratar de no volver a cometer los mismos fallos.

Amplios sectores de intelectuales y personalidades de la izquierda han publicado en estos meses numerosos manifiestos a favor de un gobierno formado por PSOE, Ciudadanos y Podemos, pero esto no ha sido posible por los vetos, estrategias y origen de fuerzas tan diversas. La realidad ha constatado que ese intento era una vana quimera.

Es posible que muchos de los que defendieron que Podemos no debía votar a Pedro Sánchez como Presidente con el apoyo de Ciudadanos ahora se arrepientan. Pero ahora eso no vale de nada, como tampoco responsabilizar a Podemos de que no lo hiciera. Podemos tenía su estrategia de engullir a Izquierda Unida y después ser primera fuerza de la izquierda, pidiendo al Psoe a continuación que le votara para la Presidencia del Gobierno. Esa idea le falló y se quedó sin otra alternativa que explorar una salida con los independentistas catalanes que era totalmente inviable y cambiar de contrincante pasando del bipartidismo a la presunta troika formada por PP, PSOE y Ciudadanos.

Ciudadanos después de perder varios diputados y cientos de miles de votos en las segundas elecciones no podía apostar por unas terceras donde siguiera perdiendo fuerza. Negociar con el Partido Popular y no ponerse muy exigente era y sigue siendo su única alternativa. La baza de ser los adalides de la lucha contra la corrupción ha desaparecido una vez que han votado a favor de Mariano Rajoy como Presidente. Su proceso natural es el indicado por Esperanza Aguirre de volver a incorporarse al PP. Los resultados de Euskadi y Galicia le indican el camino.

El Partido Socialista no jugó a fondo las posibilidades de un gobierno con Podemos y la abstención o apoyo de los nacionalistas. Una parte muy importante, que al final se demostró mayoritaria, se oponía con todas sus fuerzas. Ganaron la batalla, forzaron la dimisión de Pedro Sánchez y ahora se aprestan a tomarse el tiempo necesario para calmar las aguas, dividir a los partidarios del no a Rajoy y ganar el próximo Congreso.

Todo este proceso ha supuesto la implosión del centenario partido de la izquierda española. Han aflorado con toda su crudeza las diferencias internas, el peso de la territorialidad sobre la ideología o criterios de posicionamiento político. Cada dirigente autonómico ha tirado por el camino que consideraba le era más propicio a corto y medio plazo. Una vez más el peso de los territorios clásicos del socialismo español, Andalucía, Extremadura, Castilla-La Mancha y Asturias, se ha impuesto sobre otros donde su representatividad es menor. Esto no es una crítica, es una constatación, sin entrar en ninguna otra consideración.

El PSOE se ha confirmado una vez más que no es un partido. Son 17 partidos que se ponen de acuerdo alternativamente unos con otros. El sistema de un militante un voto ha saltado por los aires después de no haber sometido la decisión de la investidura a votación interna, cuando si se había votado el acuerdo con Ciudadanos. La disciplina territorial de los jóvenes y no tan jóvenes dirigentes socialistas es prácticamente total. Se vota en base a la decisión acordada en cada territorio y lo contrario lleva al ostracismo del rebelde.

La posición del PSC, su posible no participación en el futuro congreso del PSOE, o su no integración en el Comité Federal, recuerdan como una gota de agua a otra, el proceso de desvinculación seguido por el PSUC con el PCE y no augura nada bueno para el futuro de la presencia del PSOE en Cataluña donde vive cerca del 20% de la población española.

En resumen el PSOE ha quedado como el gran perdedor de este año electoral. Ha sido quien más ha intentado formar un gobierno alternativo al Partido Popular y al final sus diferencias internas le han hecho saltar por los aires.

El futuro que se le presenta, hagan cuanto hagan el Congreso, nombren a quien nombren como secretario general no es incierto. Van al desastre total como fuerza de ámbito estatal. Podrán mantener una presencia decisiva en algunas comunidades autónomas pero en la mayoría puede quedar reducida a una representatividad entre el 15-20%.

Por mucho que ahora recupere el apoyo de los medios de comunicación, por mucho dinero que consigan para las campañas electorales, la marca está dañada. Han perdido la credibilidad de amplios sectores de la sociedad, incluidos los que ahora de forma farisaica se apiadan de ellos y claman por su recuperación.

Los que han participado en el aquelarre del Comité Federal y se han puesto de acuerdo para forzar la salida de Pedro Sánchez y no dar la palabra a los militantes (independientemente de las firmas que lo reclamaran), generan un gran rechazo tanto dentro de su partido como entre el resto de votantes de la izquierda. Ni las formas ni el estilo, ni el fondo han sido de recibo.

Por desgracia España no es Alemania y aquí el electorado castiga los gobiernos de concentración, los pactos entre la derecha y la izquierda aunque sean imprescindibles para salir adelante. Cualquier acuerdo entre el PSOE y el gobierno del PP será atacado de forma inmisericorde, no sólo por Podemos, sino por todos los que tienen por costumbre hacer leña del árbol caído.

El Partido Popular ha conseguido mantener el gobierno y ratificar a los ministros que han pilotado la economía de este país (Guindos, Montoro y Bañez) en épocas con mucho paro y caída del PIB. Ahora les será mucho más fácil gestionar una situación que sin duda es mejor que hace cinco años, en la que España se enfrentaba por primera vez y de forma simultánea a las tres crisis: Económica, Financiera y Fiscal.

El incremento de las exportaciones, el aumento de los ingresos por turismo y la disminución del paro por debajo del 20%,  son hechos que dan un mayor margen de actuación al gobierno en el manejo de las cuentas anuales y en las negociaciones con las comunidades autónomas. Los bajos tipos de interés favorecen la resolución del principal problema que deja la resaca de la crisis; la deuda pública por encima del 100% del PIB, que no ha parado de crecer durante la legislatura del PP.

La nueva situación obligará sin duda al PSOE a pactar los presupuestos con el PP. Los gobiernos autonómicos gobernados por el PSOE tienen claro que prefieren pactar con el gobierno central y así lo vienen exigiendo hace tiempo. Es más fácil apostar por acordar con el que tiene la llave de la caja de los dineros, que no negociar con Podemos, que por otra parte ya ha adelantado que retirará su apoyo en muchos territorios. Andalucía los sacará adelante con los votos de Ciudadanos, sin gran oposición del Partido Popular. Extremadura, Castilla La mancha, Asturias y Aragón no tendrán inconveniente en pactar con el Partido Popular su voto a favor o su abstención.

Por todo ello considero se abre un periodo institucional de una relativa “Pax Mariana” donde serán muy habituales los acuerdos del gobierno con otros partidos y muy ocasionales (y en temas menores) acuerdos entre PSOE, Ciudadanos y Podemos para lavar un poco la cara y no aparecer demasiado vinculados al Gobierno.

Queda por dilucidar el problema catalán que con toda probabilidad se zanje con acuerdos solemnes entre Partido Popular, Partido Socialista y Ciudadanos.

Descubrir en esta fase del proceso político que los sectores empresariales apostaban y apuestan con toda la fuerza de sus enormes capacidades económicas y mediáticas a que continuase el gobierno de Rajoy con el apoyo o la abstención del PSOE no es aportar nada nuevo. Lo decían siempre en público y en privado a quien quisiera oírles.

Eso es conocido y sabido por todos los españoles. La CEOE, los empresarios en general quieren que gobierne el Partido Popular y que el PSOE facilite la labor. Cuando todos los medios de comunicación impulsaron con gran despliegue, sin reparar en costes económicos, el 15-M y sus consecuencias, no era para debilitar al Partido Popular, sino al PSOE que era quien gobernaba en aquél momento.

Cuando el experimento se les iba de las manos, tuvieron que impulsar deprisa y corriendo a Ciudadanos para encauzar una parte del rechazo de la sociedad al bipartidismo. Los resultados están a la vista y una vez más, los de siempre, han ganado la batalla.

Los daños colaterales están ahí. Práctica desaparición de Izquierda Unida (curiosamente quien más combatió durante años el bipartidismo), un PSOE dividido y desautorizado por mucho tiempo, Podemos en fase de redefinición y preguntándose qué quieren ser de mayores, los sindicatos escondidos en sus debilidades y la movilización social prácticamente inexistente.

Toca empezar todo de nuevo con paciencia y sin prisas.

Paisaje después de la derrota