jueves. 28.03.2024

Valls y Erdogan: Gladiadores para tiempos de combate

Erdogan y Valls han ganado sus respectivas elecciones municipales sin ser candidatos. Estos dos dirigentes, afincados en los dos extremos del Mediterráneo, comparten ciertos rasgos...

Erdogan y Valls han ganado sus respectivas elecciones municipales sin ser candidatos. Estos dos dirigentes, afincados en los dos extremos del Mediterráneo, comparten ciertos rasgos. Los dos gustan de maneras fuertes, carecen de complejos, no temen la etiqueta de autoritarios, responden sin miramientos a sus adversarios en los pocos casos en los que no golpean primero, subordinan la ideología a las exigencias prácticas de la gestión diaria e interpretan con inteligencia rapaz los sentimientos más primarios de sus ciudadanos. Les encanta mandar. En parte por eso, tienen tantos enemigos fuera como dentro de sus 'hogares políticos'. La propaganda vigente los presenta como los mejores dotados para estos tiempos, malos para la lírica y los principios.

VIRTUD DE LA NECESIDAD

Repasando estos días la trayectoria personal y política del nuevo jefe del gobierno francés, despierta un especial interés su versatilidad, los contornos difusos de su lealtad a los patrones de cada momento y su crudeza a la hora de labrarse su carrera. Tipo duro, este barcelonés, hijo de exiliado y artista, al que más parece haberle calado lo primero que lo segundo, por su instinto para adaptarse a las dificultades y la escasa finura de sus modales. No es la sensibilidad lo que uno encuentra cuando rastrea su pasado político sino fiereza.

Muy bragado en la lucha mediática o 'agit-prop', le proporcionó músculo al elegante pero blando Jospin y contribuyó a dotar de cierto tono populista a la fallida campaña presidencial  de la altiva Royal. A los dos abandonó en momentos de especial crudeza en las habituales sangrías de los socialistas franceses. Y con los dos se reconcilió. Brevemente. Apoyó a Jospin en las primarias, pero consumado el fracaso se buscó un lugar en el campo de Segoléne. A pesar de la derrota frente a Sarkozy, continuó a su lado, pero no soportó un segundo fracaso, ésta vez interno, ante Martine Aubrey, por el liderazgo del PSF. Se separó de la mujer y su todavía marido, Hollande, no discretamente, sino con sonoro portazo.

Con la nueva líder del partido fue tan descaradamente áspero que se ganó una reprimenda pública de ella. Apostó entonces por el desventurado Strauss-Khan, pero la fundición política del ex-director del FMI puso a prueba su instinto de superviviente e intentó ser su propio jefe. La brusquedad con que gestionó su candidatura y su extraña alianza con el proteccionista Montebourg (percibido como izquierdista, pero tan disidente como él), le relegó a un inútil quinto puesto. En otro de sus giros, volvió bajo el manto de Hollande, después de todo más liberal que Aubrey, y pusó al servicio de su campaña su lengua acerada, su espíritu depredador y sus ansias de triunfo.

En estos años de dura labranza, Valls ha destacado por sus posiciones iconoclastas, pero siempre inclinadas a la derecha: abandono de las 35 horas, instauración del IVA social, reducción de las cotizaciones empresariales, entierro del apelativo 'socialista', restricciones a la inmigración, mano dura contra la delincuencia, etc.

Hollande 'premió' su dedicación otorgándole una de las 'pommes chaudes' de su Gobierno: Gendarme mayor de la República, al frente del Ministerio del Interior (2012). Tras la herencia sarkoziana, lo que menos quería el inquilino del Eliseo es que las clases medias, pesimistas como nunca y miedosas como nadie, percibieran a los socialistas como blandos con el delito y la inmigración y temerosos con los intelectuales y los instintos 'gauchistas' del electorado progresista. ¿Quién mejor dotado para morder antes (o en vez) de preguntar? El asunto Leonarda (la gitana kosovar) confirmó que Valls sabe leer los sondeos como nadie en la Rue Solférino. Por eso es hoy el político socialista con mejor nivel de aceptación en las encuestas.

Ahora, en Matignon, no dejará de mirar al Eliseo, y no sólo para esperar órdenes. De nadie más determinada la ambición, ninguno más dotado para el combate. Hollande elige un gladiador para acabar con los leones, propios y ajenos, que amenazan con devorar la segunda experiencia socialista en Francia. Pero el ala más a la izquierda, y no pocos moderados, del PSF alertan, sin embargo, del riesgo de corrosión que puede provocar el ácido proceder del nuevo compañero primer ministro.               

EL PATRÓN CONTRA EL PULPO

Al otro lado del Mediterráneo, Recep Tayip Erdogan saborea el éxito de las municipales con un ánimo de revancha que no se ha molestado en ocultar. Sus palabras amenazadoras y su invitación al exilio forzado de sus adversarios, sin precisar cuáles ni de qué condición (políticos, económicos, institucionales, ideológicos) aventuran un periodo agitado en Turquía.

El primer ministro puede ser candidato a Presidente de la República en agosto, pero necesita un cambio constitucional para dotar a la primera magistratura de poderes ejecutivos que ahora carece. No será fácil. Pero, a la postre, podría conseguir un cambio legislativo menos profundo que le propiciara alargar su mandato en el Gobierno.

Como le ocurre a Valls, muchos de sus enemigos se encuentran bajo el mismo techo; en el caso de Erdogan, más ideológico que político. En su partido, el AKP, nadie le discute el liderazgo, aunque el actual Presidente Abdullah Gul manifiesta discreta y moderadamente su incomodidad por las exhibiciones de autoritarismo (véase el control de las redes sociales) o los escándalos de corrupción. Pero el verdadero enemigo acampa fuera del partido hegemónico. Es el entramado económico, educativo, religioso, social, mediático (y tantas cosas más) que se extiende por todo el cuerpo social y el sistema institucional y responde al nombre de Hizmet. El gurú es un clérigo autoexiliado en Pennsylvania llamado Fetullah Gülem. Mentor en su día de Erdogan, se ha alejado de él por razones confesables e inconfesables.

Ambos gallos combaten a muerte en el corral del islamismo pragmatico que impregna a la mayoría de la sociedad turca. Del pulso político y propagandístico se pasó al juego sucio, con espionaje, golpes bajos, investigaciones policiales y actuaciones judiciales. Cada uno ha colocado la diana en el corazón del otro: la familia y la persona misma del oponente.

Hay un innegable componente de ambición en la disputa, aunque unos y otros se cruzan acusaciones de traición ideológica y perversión política. Los gülemistas reprochan a Erdogan su autoritarismo y su prepotencia, su codicia en el aprovechamiento de los bienes y recursos públicos, su belicosa e imprudente política exterior. Los seguidores del primer ministro acusan al exiliado santón de orquestar un golpe de Estado, mediante la manipulación de los aparatos que tiene infiltrados y corrompidos, por envidia del liderazgo de Erdogan.

En su ciega pelea, Gülem ha seducido también a la oposición, de derechas y de izquierdas, y Erdogan ha coqueteado con sus enemigos existenciales (militares y jueces). La guerra, esa es la impresión, está lejos de concluir.

Gane quien gane, el segmento mayoritario de la sociedad turca habrá perdido, según sostiene Halil Karaveli, un profesor turco de la John Hopkins, porque la escisión en el islamismo conservador ha producido una herida que parece duradera.

Otro intelectual turco en residente en Estados Unidos, Soner Cagaptay, acaba de publicar un libro, en el que expone su visión de Turquía como primera potencia musulmana del presente siglo, pero considera condición previa una amplia reforma constitucional que, entre otras cosas,  consagre principios liberales como la garantía de las libertades cívicas, la clara división entre Islam y Estado (para reconciliar las dos mitades, religiosa y laica, del país) y un modelo económico integrado en el mercado mundial.

Más cerca de este proyecto, como en el de la regeneración de una Francia en declive, los gladiadores Valls y Erdogan tendrán que librar combates mucho más inmediatos y de menor altura.

Valls y Erdogan: Gladiadores para tiempos de combate