martes. 16.04.2024

Pakistán: Las claves de una cruel venganza

La espantosa masacre de escolares y enseñantes en una escuela de Peshawar es el resultado de más de diez años de violencia y odio en Waziristán.

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Los autores de esta atrocidad han sido militantes pertenecientes a la Federación de los Talibán de Pakistán (Tehrik-e-Taliban Pakistán), una constelación de grupos vinculados pero independientes de sus vecinos afganos

La espantosa masacre de escolares y enseñantes en una escuela de Peshawar, a la que asistían niños y niñas de los militares pakistaníes, es el resultado de más de diez años de violencia, odio y desestabilización en Waziristán, la zona 'más peligrosa del mundo', según algunos analistas. Esa región se extiende por la frontera entre Pakistán y Afganistán, donde ambos estados compiten en autoridad, legitimidad y control con las estructuras tribales pastunes.

EL 'ODIO A AMÉRICA'

Los autores de esta atrocidad han sido militantes pertenecientes a la Federación de los Talibán de Pakistán (Tehrik-e-Taliban Pakistán), una constelación de grupos vinculados pero independientes de sus vecinos afganos. Nacieron en 2007, como movimiento organizado de resistencia de los pastunes, la etnia mayoritaria en el Waziristán, contra la colaboración de Pakistán y Estados Unidos en la denominada "guerra contra el terror".

Una vez derrotados los talibán afganos y desmantelada Al Qaeda, algunos de sus líderes se refugiaron en las zonas tribales fronterizas. Washington intentó eliminar ese foco hostil, con éxito desigual. A medida que se prolongaba el conflicto, se complicaban las operaciones y el Ejército pakistaní combinaba la tolerancia con la represión para controlar el movimiento talibán. Estados Unidos nunca aceptó este doble juego e intentó resolver el problema a base de cañonazos o ataques teledirigidos, menos precisos de lo admitido. La muerte de inocentes en ataques erróneos o descuidados ha sido el combustible más activo para encender el odio contra Estados Unidos y, por extensión, contra todo Occidente.

EL AMBIGUO JUEGO DE PROTECCIÓN Y REPRESIÓN

Otro elemento que ha contribuido a deteriorar la situación ha sido la inestabilidad en el liderazgo talibán, iniciada tras la muerte por ataques de drones de los dos Messud, Beitullah (2009) y Hakimullah (2013)

El Ejército pakistaní, la institución más potente y articulada del país, ha utilizado a los talibán para reforzar su estrategia en Afganistán y en la India, los dos vecinos de los que depende su estabilidad como estado, según la mentalidad invariable de los militares. El principal instrumento de apoyo a los talibán ha sido el ISI, la poderosa agencia militar de inteligencia de las fuerzas armadas, cuya duplicidad ha irritado no pocas veces a Washington.

Cuando Pakistán reprimía a los talibán no era por lealtad a la alianza con EE.UU., sino para demostrar a los militantes que no gozaban de carta blanca para actuar a su conveniencia. El mensaje parecía claro: los que aceptaran ponerse bajo control del Ejército serían tolerados, mientras a los díscolos sólo les esperaba la destrucción.

El líder musulmán conservador Nawaz Sharif, que había regresado al poder de nuevo en 2013, intentó la vía de la conciliación, para frenar la sangría e impulsar sus planes de recuperación económica. Pero algunas exigencias de los talibán, como la liberación de todos los prisioneros o la concesión de una 'zona franca' en Waziristán, le resultaron inaceptables. Las negociaciones, que nunca pasaron de la fase tentativa, se interrumpieron.

Otro elemento que ha contribuido a deteriorar la situación ha sido la inestabilidad en el liderazgo talibán, iniciada tras la muerte por ataques de drones de los dos Messud, Beitullah (2009) y Hakimullah (2013). Distintas facciones compitieron por el control del movimiento hasta el punto de protagonizar acciones armadas de consideración. El nuevo líder no quiso, no supo o no pudo controlar a los sectores más intransigentes.

En junio, tras un atentado de los talibán en el área militar del aeropuerto de Karachi, que provocó casi un centenar de muertos, el Ejército pakistaní, a iniciativa propia o por orden del primer ministro Sharif, inició una feroz campaña de represión en el norte de Waziristán, que se había convertido desde 2009 en el único feudo talibán, después de que una ofensiva militar anterior les hubiera expulsado de su otro enclave, el sureño valle del Swat.

Desde el verano, esta ofensiva militar ha causado un millar de muertos en las áreas tribales y, lo que resulta aún más doloroso para la población civil, la expulsión de sus hogares de un millón y medio de personas, incluidos ancianos, mujeres y niños. De ahí el sentido de la venganza talibán en Peshawar: devolver en carne infantil el sufrimiento que el ejército les ha causado en sus pueblos y aldeas natales.

Si, como se teme, el Ejército replica ahora con un ahogamiento más tenaz de las zonas rebeldes y el Estado restaura la pena de muerte, como ha anunciado el primer ministro Sharif, sólo cabe esperar una escalada aún mayor de la violencia.

LA SOMBRA DEL ESTADO ISLÁMICO

Por añadidura, las pugnas internas en el movimiento talibán han contribuido a la falta de control. De hecho, algunos conocedores de este grupo no descartan que el atentado de Peshawar responda no sólo a la sed de revancha contra el Ejército sino también a un ajuste de cuentas entre las distintas facciones de los talibán, para forzar un cambio de liderazgo.

El débil jefe actual, Fazlullah, se ha resistido a unirse al Estado Islámico, como pretende un activo sector disidente de los talibán. Fuentes de la seguridad pakistaní aseguran que, aprovechando una creciente radicalización contra los shiíes en la región de Baluchistán, el Califato ha intentado atraerse a su bando a varios de estos grupos talibán, que hasta ahora se habían mantenido más o menos fieles a la alianza histórica con Al Qaeda. De hecho, la brutalidad del atentado de Peshawar parece sintonizar con las tácticas sangrientas de las huestes de Al Bagdadi en Iraq, lo que ha abonado este posible fraccionamiento de los talibán pakistaníes.

LA MALDICIÓN ESCOLAR

Por lo demás, la crueldad contra las escuelas es una divisa talibán, a uno y otro lado de la frontera. Esta lacra encontró un eco internacional muy vivo este mismo año, al ser galardonada una de sus víctimas, Malala Yousefzai, con el Premio Nobel de la Paz.

La organización Global Coalition to Prevent Education from Attack ha documentado más de un millar de asaltos a escuelas y colegios en Pakistán entre 2009 y 2012. Seguramente la cifra es aún mayor, ya que hay zonas de muy difícil acceso, precisamente las más vulnerables a este tipo de agresiones, de las que no se tienen datos. El fanatismo de estos sectores radicales y el fracaso del sistema escolar hace que Pakistán país sea el segundo país peor del mundo en número de niños y niñas que no van a la escuela: uno de cada cinco no lo hace. La tasa de analfabetismo se reduce en casi todo el mundo, pero no en Pakistán.

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