jueves. 28.03.2024

Irak: La guerra absoluta

Irak ha sido un pandemónium, en mayor o menor grado, desde la invasión de los Estados Unidos y sus aliados, en 2003.

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La población se ha resignado al caos, aunque haya parecido que, en algunos periodos, el país se encaminaba por una senda de relativa calma y normalidad. Puros espejismos. A cada pausa sucedía una complicación aún más perniciosa

Irak ha sido un pandemónium, en mayor o menor grado, desde la invasión de los Estados Unidos y sus aliados, en 2003. La población se ha resignado al caos, aunque haya parecido que, en algunos periodos, el país se encaminaba por una senda de relativa calma y normalidad. Puros espejismos. A cada pausa sucedía una complicación aún más perniciosa.

La emergencia del DAESH (Estado Islámico) parece haber superado todos los niveles de destrucción y crueldad. En realidad, los fanáticos del Califato no tienen la exclusividad de hacer daño y sumir al país en el caos. Las luchas sectarias que asolan Irak desde hace una década no se han extinguido nunca; por el contrario, se reavivan a la menor ocasión (o excusa). Y estamos en un momento particularmente peligroso.

TIKRIT, COMO MODELO

La actual ofensiva del gobierno iraquí contra el DAESH al norte de Bagdad, en la provincia de Salahadin, con el objetivo de reconquistar Tikrit, la ciudad de Saddam Hussein, está protagonizada por las milicias chiíes. Estos grupos armados, variados y obedientes a distintos partidos, movimientos o sectores del chiísmo, comparten credo y en parte proyecto político, pero discrepan en estrategias y tácticas. La rivalidad que se aprecia entre ellas responde a la ambición de ganar la hegemonía en el bando confesional mayoritario en el país. Se trata de una lucha a muerte, sin apenas concesiones. Sólo el empeño en derrotar a un enemigo común, poderoso y temible, les mantiene más o menos unidas. Pero puede apostarse a que, si el DAESH es derrotado, no pasará mucho tiempo hasta que las milicias chiíes diriman sus diferencias a tiros.

En este panorama, el gobierno de Bagdad se encuentra maniatado. El ejército regular, es débil, sus bases de reclutamiento, organización y mantenimiento están corrompidas. Los sucesivos ejecutivos no han sido capaces de mantener la neutralidad exigible en la gestión de unos cuerpos de seguridad. Su debilidad –o la codicia apenas disimulada- les ha llevado a depender peligrosamente de estas milicias. De hecho, el primer ministro actual, Abadi, en quien tantas esperanzas se habían depositado para desterrar el sectarismo, se ha visto obligado –o no ha querido oponerse- a nombrar al jefe de la principal milicia (Badr) como ministro del Interior. En la práctica (y la más apabullante es el combate), no hay diferencia operativa entre el ejército regular y las milicias chiíes. En Tikrit esa fusión ha sido bien palpable y, seguramente, la clave de la reconquista de la ciudad.

IRAN PROTEGE PERO NO UNE

Todas las milicias chiíes son tan leales a Irán como a su propio país. Este es el único denominador común. Lo que les diferencia, sobre todo, es la disposición a cooperar con los Estados Unidos. Lo que tal vez responsa a la ambiguedad de Teheran frente al 'Gran Satán'.

Badr, la principal milicia, es la más favorable a colaborar con los norteamericanos, pese a que su creación, organización y apoyos la relacionan estrechamente con el vecino Irán. Esta milicia no participó nunca en ataques contras las fuerzas de ocupación estadounidense, ya que su estrategia pasó siempre por consolidar su influencia política en el ejecutivo de Bagdad.

En cambio, otras de las milicias chiíes más activas, Asaib Ahl Al-Haq, rechaza por completo la colaboración con los Estados Unidos. De hecho, sus portavoces aseguran que el DAESH es una creación conjunta de norteamericanos e israelíes y ven en la emergencia del Califato una conspiración sionista. Aunque cuentan también con el apoyo iraní (no puede ser de otra manera, siendo chií en Irak), sus actuaciones se asimilarían a la función de “poli malo” de Teherán, al que se acude en ciertos momentos para marcar terreno.

Una tercera milicia, la histórica del clérigo Muqtar Al Sadr, el enemigo más feroz de los norteamericanos durante la ocupación, ha sido ahora rebautizada como Brigadas de la Paz. Para sorpresa de muchos, esta milicia ha adoptado una actitud conciliatoria. No sólo se ha retirado de la ofensiva de Tikrit, sino que Al Sadr ha acusado a las otras milicias chiitas de acudir a tácticas “sucias” para derrotar al DAESH.

Oficialmente, los seguidores de Al Sadr sostienen que otra de las razones para no implicarse en esta ofensiva contra los ‘califales’ es el rechazo al papel más o menos preponderante que pueda jugar Estados Unidos en esta nueva guerra, aunque en Tikrit se mantenga oficialmente al margen. Algunos observadores creen, sin embargo, que hay otros motivos menos reconocibles en el cambio de táctico del clérigo chií: muy probablemente, su intento de establecer relaciones constructivas con la comunidad sunní, para fortalecer sus opciones políticas en un escenario futuro, más limpio, de colaboración inter-confesional (1).

EL DILEMA DE LOS SUNNÍES

En el bando sunní, la división es también la norma. Lo ha sido siempre, desde que Al Qaeda, bajo el liderazgo de Al Zarqawi, asumiera el protagonismo de la resistencia sunní contra los norteamericanos, en 2005. La brutalidad del díscolo pupilo de Bin Laden provocó la repugnancia de muchos jefes tribales en las regiones al norte y oeste de Bagdad, lo que aprovechó el General Petreus para diseñar Awakening, un proyecto para alejar a las comunidades suníes de la hegemonía yihadista.

Desgraciadamente, el sectarismo del gobierno Al-Maliki volvió a convencer a los líderes tribales suníes de que no podían esperar nada del gobierno central de Bagdad y, cuando los extremistas del DAESH lanzaron su ofensiva a finales de 2013 y principios en 2014 en sus zonas de influencia, no opusieron una resistencia relevante.

Ahora, tras las barbaridades califales, los sunníes parecen forzados a un nuevo giro en su política de alianzas. Según informaciones oficiales iraquíes (2), cinco mil milicianos sunníes estarían participando junto a los chiíes en la campaña de Tikrit, pero no en misiones directas de combate, sino en labores de inteligencia y orientación sobre el terreno. Lo que parece claro, según puede apreciarse en los video, que los sunníes, hastiados de la brutalidad del DAESH, han decidido actuar de 'quinta columna' y cooperar con las milicias chiíes en Tikrit.

En definitiva, el fin del Califato no implicaría necesariamente un proceso de estabilidad en Irak, como tampoco puede esperarse tal horizonte venturoso en Siria, si el DAESH fuera derrotado y el régimen de los Assad derrocado. Mientras no haya un gran pacto regional, en el que se comprometan Irán y Arabia Saudí en primer término, la guerra absoluta será una realidad o una amenaza inminente.


(1) Dos artículos recientes en FOREIGN POLICY abordan orientación y tácticas de las milicias chiíes iraquíes y su dependencia de Iran. A saber: “For God and Country, and Iran”, de DAVID KENNER, 5 de marzo; e “Iran’s Shiite Militias are running amok in Iraq”, de ALI KHEDERY, 19 de febrero.
(2) NEW YORK TIMES, 5 de marzo.

Irak: La guerra absoluta