jueves. 28.03.2024

Egipto: el engañoso proceso de normalización

Egipto puede caerse de las portadas de periódicos y cabeceras de los telediarios, pero continúa siendo uno de los asuntos internacionales más preocupantes...

Dos semanas después del golpe militar en Egipto, la cúpula de las Fuerzas Armadas, los dirigentes de los principales partidos afectos a la operación de derribo del Presidente Morsi, una inmensa mayoría de los intelectuales liberales y la mayor parte de las cancillerías occidentales impostan una forzada impresión de normalización.

No es eso, sin embargo, lo que está ocurriendo en la calle, donde se mantiene, con mayor o menor virulencia según los días, un enconado pulso entre los seguidores de los Hermanos Musulmanes y amplios sectores laicos. En los despachos se toman decisiones, se juran nuevos cargos, se proyecta una rutina institucional, pero se evidencian lagunas enormes en el proceso político.

La sangre sigue corriendo. La calma sólo se aprecia en los noticiarios de la televisión estatal, controlada descaradamente por los propagandistas militares, o en los canales privados, dominados por sectores no ya enemigos acérrimos de la Cofradía, sino claramente afectos al antiguo régimen.

La represión está dañando profundamente a los nuevos gobernantes. Las Fuerzas Armadas y las distintas agencias y cuerpos de seguridad continúan desmantelando, intimidando y eliminando del proceso a dirigentes, cuadros medios, militantes y simpatizantes de la Hermandad. El reciente informe de AMNISTÍA INTERNACIONAL es muy concluyente al respecto. El silencio de los ‘liberales’, ‘laicos’, ‘demócratas’ y ‘rebeldes’ resulta muy elocuente. Algunas voces de estos sectores claramente opuestas a Morsi ya han advertido del peligro de embarcarse sin matices en el rumbo impuesto por los militares. Pero, como documenta el corresponsal del NEW YORK TIMES en Egipto, estas protestas son contadas y resultan acalladas, descalificadas o confrontadas por el sector mayoritario afecto al golpe. También abundan los testimonios de regreso a escena, incluyendo a importantes palancas de poder, de tecnócratas, empresarios y buscavidas criados durante el régimen de Mubarak.

Algunos analistas han señalado que los militares no estarían demasiado preocupados por el pulso que le plantean los Hermanos Musulmanes, bien porque creen que es cuestión de tiempo que se dobleguen y terminen aceptando el nuevo curso político, bien porque confían en poder favorecer la emergencia de nuevos líderes más dispuestos a negociar y a enterrar a los más intransigentes.

Estos días, algunos medios liberales extranjeros poco dispuestos a aceptar la tesis de la inevitabilidad del golpe han contado ilustrativos ejemplos de cómo, a los pocos días de ser desalojado Morsi del poder empezaron a funcionar servicios públicos, como la luz, la recogida de basuras, el saneamiento del agua, las patrullas policiales, etc. Naturalmente, no hubo tiempo en sólo unos días de subsanar deficiencias tan extendidas como profundas. Lo que indicaría que tales obedecían más a un boicot organizado que a la incompetencia flagrante de los gestores anteriores o al abandono de esos servicios. No se exculpa al Gobierno de los Hermanos de su incompetente gestión, pero cada vez parece más claro que eso no explicaría por sí solo el nivel de descontrol que se había adueñado del país.

UN CAMINO CON DEMASIADOS AGUJEROS

Pero quizás lo más escandaloso de todo el proceso sea la escasa solvencia de la denominada ‘hoja de ruta’ de la institucionalización. La llamada ‘declaración constitucional’, que pretende ser la demostración de las buenas intenciones de los militares de restaurar la democracia es un documento chapucero, deficiente y sorprendente, si se tiene en cuenta que el Presidente interino es la cabeza del Tribunal Constitucional. 
En un artículo para FOREING POLICY, el experto constitucional Zaid Al-Alí señala los innumerables defectos de esa ‘declaración institucional’ que marcaría la denominada ‘hoja del ruta’ del movimiento corrector del 3 de julio. Los plazos son a todas luces demasiado cortos, no ha habido proceso de consultas previo, las garantías de ecuanimidad y pluralidad son inexistentes, no existen referencias a derechos y libertades fundamentales de forma clara y precisa. Y, para colmo, los poderes que se le conceden al Presidente interino, Al Mansur, son similares a los que disfrutaba Morsi, y que resultaban tan intolerables para los defensores del golpe militar.

EL MUNDO EXTERIOR: ENTRE EL SILENCIO Y LA INCOMODIDAD

El posicionamiento ante lo que está ocurriendo en Egipto resulta especialmente incómodo para quienes desde Europa intentar comprender la situación. Debería resultar sencillo mostrarse comprensivo con la iniciativa militar, resistirse a considerarla un golpe de Estado, confiar en las palabras de los generales que prometen una rápida restauración de la democracia y dar por cerrado este engorroso asunto. 
Es lo que parece haber hecho Europa, demasiado ensimismada en la crisis interna, en sus problemas económicos, sociales y burocráticos, como para preocuparse más de lo debido por una lucha ajena, en un país sin duda importante, pero demasiado inestable para poder enderezarlo desde fuera. 

En Estados Unidos se toman la molestia de cumplir con su responsabilidad de garante de la estabilidad en Oriente Medio, que pasa, indefectiblemente, por el encauzamiento de la crisis egipcia. La Administración Obama trata de no dejarse más plumas de las ya entregadas antes, durante y después del pronunciamiento cívico-militar. No le está resultando fácil. El jefe de la diplomacia, John Kerry, recientemente de gira por la zona, evitó hacer parada en Egipto, sabedor del clima enrarecido que se respira hacia Washington, de uno y otro lado. Por parte de los islamistas derrocados, porque consideran que los norteamericanos han bendecido discretamente el golpe y hasta la represión posterior. Del lado de los partidarios de la acción militar, porque estiman que la diplomacia estadounidense maniobró hasta el final para impedir el derrocamiento de Morsi. Para intentar apaciguar a unos y otros, ha recalado en El Cairo el segundo de Kerry, el avezado diplomático Williams Burns. Poco o nada ha conseguido. Incluso los islamistas radicales de Al Nour, rivales de los Hermanos Musulmanes, le hicieron el desaire de no querer entrevistarse con él. Parecido plantón le dieron los dirigentes del movimiento rebelde Tamarod, los principales instigadores del golpe.

En definitiva, Egipto puede caerse de las portadas de periódicos y cabeceras de los telediarios, pero continúa siendo uno de los asuntos internacionales más preocupantes.

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