viernes. 29.03.2024

Teoría posverdadera del Golpe de Estado

casado

La presidencia popular de Pablo Casado ha comenzado a desplegar unos argumentarios que fundamentan su efectividad persuasiva en una burda perversión difamatoria de la realidad

Harold Rosenberg definía el pop art como un arte publicitario que se publicita como arte que odia la publicidad. Quizá sean un antecedente de lo que hoy se denomina posverdad. El diccionario de Oxford ha definido esta palabra de moda de la siguiente forma: “relativo o referido a circunstancias en las que los hechos objetivos son menos influyentes en la opinión pública que las emociones y las creencias personales”.  La posverdad está en las mentiras de los que intentan atraer a la gente presentándose como lo que no son y prometiendo lo que no creen. Y lo grave es que la ciudadanía les tome en serio. El término fue usado por primera vez hace un cuarto de siglo en un artículo de The Nation sobre la primera guerra del Golfo. En su trabajo, el autor decía que lamentablemente el mundo occidental ha elegido libremente vivir en una especie de mundo de la posverdad, donde lo cierto como tal ha dejado de ser relevante.

Aunque no desaparecen, las instituciones que hacían posible una verdad compartida en una sociedad (la escuela, los científicos, intelectuales y expertos, el sistema legal y los medios de comunicación) están a la baja y, simultáneamente, suben los nuevos gatekeepers: motores de búsqueda y redes sociales. La banalidad y la mediocridad se alzapriman como instrumentos de conocimiento. Todo ello, ha condicionado que la vida pública española, espoleada por una derecha cuyo programa radical exige cada vez más de un retroceso de la calidad democrática y una izquierda mediatizada ideológicamente por su rol ambiguo e impropio de partido de Estado en la monarquía posfranquista, se desenvuelva en unos espacios de vulgaridad, chabacanería y escasa altura de pensamiento con una narrativa, que desde la posverdad, dice apelar a las emociones de la ciudadanía cuando en  realidad intenta despertar pasiones irracionales y trufadas de crispación.

La presidencia popular de Pablo Casado ha comenzado a desplegar unos argumentarios que fundamentan su efectividad persuasiva en una burda perversión difamatoria de la realidad, consistente en enlazar la fabulación de la presunta ilegitimidad del gobierno de Pedro Sánchez y la consolidación de la máxima gravedad de los delitos aplicables a los soberanistas catalanes construyendo la teoría del golpe de Estado sobre la cuestión catalana. El timeline es el siguiente: los partidos soberanistas catalanes dieron un golpe de Estado del que Pedro Sánchez es cómplice por no se sabe qué componendas y compromisos que el presidente del Gobierno adquirió a cambio del apoyo parlamentario a su candidatura en la moción de censura. La teoría no puede ser más grosera y, sin embargo, es la deriva que la vida pública está adquiriendo por un nivel de los actores políticos de una gran mediocridad y los intereses autoritarios de la monarquía. Javier Maroto, vicesecretario del PP, ha hecho de experto en el tema: "Los golpes de Estado, desgraciadamente hoy en día, no se dan con tanques o sables como en el siglo pasado sino que se pueden dar en los parlamentos.” La aberración conceptual es de tal enjundia que hace dudar de las convicciones democráticas de quien emite tal, llamémoslo a pesar de la raíz de la acepción, razonamiento. Ningún hecho recoge la historiografía en el que la expresión de la soberanía popular como es un parlamento haya acometido un golpe de Estado, simplemente porque no existe el golpe parlamentario, sino que los parlamentos siempre han sido las víctimas, por su esencia absolutamente democrática, de los golpes de Estado que cuando se producen lo primero que hacen es disolverlos. Que fue, por cierto, lo que hizo el gobierno del Partido Popular. Lo que nos recuerda una modalidad no mencionada en todo este contencioso: el llamado autogolpe. Habitualmente, consiste en cambiar el equilibrio del poder en el Estado para reforzar al poder ejecutivo y anular las competencias de los poderes legislativos.

¿Y los hechos?  En Cataluña, los dirigentes del procés insistieron en numerosas ocasiones en su carácter pacífico. El juez Llarena y la Fiscalía utilizaron la manifestación del 20 de septiembre ante la Conselleria de Economía cuando estaba siendo registrada por agentes de la Guardia Civil como una de las razones para acusar de rebelión a los acusados. Los únicos daños fueron materiales sobre tres vehículos policiales. El registro judicial se completó sin que los manifestantes pudieran impedirlo. La aprobación del artículo 155 y la destitución del Govern no produjeron incidentes violentos en las calles.  Pero siempre hay una posverdad por descubrir.

Teoría posverdadera del Golpe de Estado