viernes. 29.03.2024

¿Qué socialismo?

Se ha dejado arrastrar el PSOE por un pobre eclecticismo adaptativo al sistema que le sitúa paradójicamente en contra de su propia historia y de sí mismo.

Toma este artículo el título de un opúsculo de Norberto Bobbio donde el ensayista turinés intentaba contestar el interrogante que le daba nombre al libro. ¿Es hoy también en nuestro país el socialismo un interrogante? La estrategia cortoplacista de sus dirigentes, enmarañada en la banalidad del marketing y el eslogan publicitario, representa la reinvención de una realidad tan ajena al pulso de la calle que produce frustración en las mayorías sociales. El Partido Socialista se percibe en un espacio político donde el debate ideológico se ha diluido ante un pragmatismo ad hoc al establishment que expulsa de su formato polémico elementos sustanciales de la vida pública.

Se ha dejado arrastrar el PSOE por un pobre eclecticismo adaptativo al sistema que le sitúa paradójicamente en contra de su propia historia y de sí mismo. Incapaz de generar un paradigma diferente al que impone el microclima conservador, se pierde en la torcida creencia de que la ideología es una pesada carga que pone en peligro el pacto de la Transición y, como consecuencia, su estatus oligárquico de “partido de gobierno.” Es como si el socialismo hubiera sido creado para este régimen y su obsesiva actitud conservadora le empujara a desistir de su vocación de cambio e incluso de la capacidad de construir un modelo avanzado de sociedad.

Ante todo ello el socialismo tiene que superar la paradoja de Bossuet, la que definía Rosanvallon como esa particular clase de esquizofrenia de deplorar un estado de cosas y, al mismo tiempo, celebrar las causas concretas que lo producen y que ha desembocado en una crisis identitaria cuyo pernicioso corolario es la falta de criterio en todos los ámbitos del debate político. No es una crisis coyuntural, sino de índole profunda que afecta a la misma razón de ser del partido y a los elementos más sensibles de su función política y sus modos de relacionarse con la sociedad. En ningún ámbito polémico de la vida pública se ubica sin holgura el partido socialista, salvo vaguedades dialécticas y orfandad de ideas que convierten su posición en un simulacro, un repertorio de actitudes de atrezzo demasiado elementales como para ser convincentes.

El agotamiento del régimen del 78 es el fracaso de una ficción, Ortega lo llamaría fantasmagoría, cuyas bambalinas se han visto desmontadas por el abandono sufrido con motivo, o como coartada, de la crisis por los sectores de la población más vulnerables, cada vez más extensos, y la degradación del modo de vida de las mayorías sociales.  La rigidez del sistema, con su déficit democrático, el oxímoron como base del cinismo propagandístico –Marcuse hablaba de la sintaxis que proclama la reconciliación de los opuestos uniéndonos en una estructura firme y familiar: “bomba atómica limpia”, “radiación inofensiva”- que configura un lenguaje orweliano donde performativamente se limita la democracia en nombre de la democracia, se empobrece a la gente en nombre del bienestar de la gente, donde la violencia la ejercen las victimas y que sirve a las minorías dominantes y su aparato político y mediático para delimitar los asuntos no opinables ni sujetos a formato polémico.

En estos contextos, el Partido Socialista ha tenido que bogar desnaturalizándose hasta diluirse en la quiebra identitaria que supone ser el valedor de un sistema que niega cualquiera de los principios ideológicos que deben constituirlo. Esto representa que el PSOE esté hoy más en cuestión que nunca, encarnando como ningún otro la crisis del régimen del 78. O partido de Estado o de los ciudadanos, es la encrucijada que padece en la actualidad el socialismo español impidiendo una coherente conjunción entre ambas opciones la extrema dualidad que genera el ecosistema fáctico del régimen. La capacidad de vertebrar un modelo de sociedad alternativa a la actual ya no tiene sustitutivos creíbles. Se han agotado los espacios placebos que transferían las políticas redistributivas de la riqueza, icónicas de la izquierda, hacia el concepto liberal de la igualdad de oportunidades, malquisto y epidérmico por la estructura clasista del sistema o suplir el conflicto social causante de la exclusión, la pobreza y la desigualdad por el progresismo identitario y de estilos de vida poco contencioso con las élites económicas y financieras.

Un Partido Socialista cuyo bagaje  de emoción popular es la monarquía, el neoliberalismo corregido, la contemporización con los poderes económico-financieros y uno de los más precarios sistemas sociales de la Unión Europea, tiende a resultar tan fallido como el régimen político de la Transición. Todo ello conduce a un callejón sin salida para el Partido Socialista y para España.

¿Qué socialismo?