jueves. 18.04.2024

El socialismo en marcha, final de las oligarquías y el quintacolumnismo

El socialismo entró en crisis cuando dejó de serlo, es decir, cuando se convirtió  en un rótulo que expresaba un estado de ánimo o un prejuicio en lugar de una ideología con la que construir un nuevo modelo de sociedad. La lógica liberal, como afirma Daniel Bensaïd, es una máquina de producir desigualdades e injusticias y, sin embargo, toda su carga de irracionalidad se ha convertido en un aceptado “orden objetivo de las cosas” en una concepción del dominio público como “espacio negativo” que marca el límite de lo inapropiable más que definir positivamente los derechos colectivos en torno a un bien común. Para este fin se ha impuesto en el imaginario común el límite de lo pensable, de lo posible. Todo ello ha conducido a que la ley de hierro de las oligarquías se mantenga vigorosa en una  sociedad cerrada con una democracia nominal deficitaria y un Estado mínimo, ideológico y clasista donde las élites y las superestructuras de los partidos políticos componen una red de intereses cada vez más ajenos a las mayorías sociales.

Es la irracionalidad, en el caso de la izquierda, que concibe al partido como una marca comercial, donde la ocupación del poder anula cualquier otra premisa a pesar de que la inmunodeficiencia ideológica produzca la desmoralización de su propia sociología y el partido se encuentre ajeno a las luchas democráticas en las calles, en los centros de trabajo y en las organizaciones sociales. No existen expertos ni tecnócratas que puedan acometer la necesaria renovación ideológica de la izquierda porque ser progresista hoy es ser capaz de pensar en los otros y en el futuro.  Esos son los criterios del progreso social y humano. Pensar en los otros significa pensar en los otros que sufren, pues no crece la calidad de vida si no puede disfrutarla todo el mundo, si en lugar de ir eliminando las desigualdades las cambiamos de lugar o de signo.

Las élites, los poderes fácticos y sus artefactos propagandísticos extienden el embeleco de que el socialismo pierde influencia cívica cuando se radicaliza, entendiendo por radicalización simplemente la capacidad de constituirse en una auténtica alternativa de izquierda enfrentada a la radicalidad de las políticas neoliberales y contramayoritarias de la derecha. La aceptación de esta tesis por parte de sectores oligárquicos del Partido Socialista tuvo como consecuencia la mutación de las líneas divisorias entre las clases sociales, difuminándolas en grupos de interés que sustituirían la lucha de clases por reivindicaciones profesionales. Pero esta teoría sólo ha servido para que la izquierda, desprovista de los valores y la ideología que eran su razón Identitaria, se haya convertido en cómplice extemporáneo de un capitalismo neoliberal que desemboca en un universo de frustración y represión.

La militancia del PSOE ha situado a la nueva dirección en un camino expedito de gabelas oligárquicas que le permite no atender otros intereses que los de sus bases y las mayorías sociales que son su verdadero sujeto histórico. Como consecuencia, los nuevos dirigentes han sido dotados por la militancia de una elevada fuerza moral y política para acometer desde la izquierda las grandes transformaciones de regeneración democrática que demanda el país. Es una profunda legitimidad ética quen deberá superar a los quintacolumnistas internos aliados con las élites que no reconocen la voluntad libre de las bases ni las líneas políticas marcadas por el último congreso y que constituidas en facción no sólo no están a la altura de los tiempos sino que ponen en riesgo el futuro del socialismo español.

El socialismo en marcha, final de las oligarquías y el quintacolumnismo