viernes. 29.03.2024

El socialismo del mal menor

“Primero hablemos de Júpiter…”, exclamaban los antiguos griegos y latinos cuando, ante una cuestión importante, sentían la necesidad de ponerse de acuerdo sobre lo fundamental. Pero hoy en el panorama político español ¿quién habla de Júpiter? ¿Qué es lo fundamental? Y sobre todo, ¿qué es lo fundamental para los que tienen alguna responsabilidad en la vida pública? El bipartidismo, que era el balsámico sostén del régimen del 78, se ha roto por lo que debía ser su izquierda, por esa alternancia conceptual y pragmática, que evitara una auténtica alternativa. La obsesión de los muñidores de la Transición por la estabilidad, entendida como una limitación de lo posible para que no hubiera  ruptura con los intereses e influencias predemocráticas y ajenas al escrutinio de la ciudadanía, se ha sustanciado en la práctica en la incapacidad del sistema para asumir cualquier cambio político, lo que ha conducido a que el peligro no sea ya la estabilidad sino el bloqueo.

Este bloqueo sistémico por la pérdida de credibilidad del régimen político ha tenido como principal damnificado al Partido Socialista, que ha fundamentado la estabilidad del sistema en su propia desnaturalización ideológica y de aquellos elementos intelectuales que eran definitorios de su función social y política. La confusión teórica produce la carencia de metas a largo plazo y prima la tendencia a encerrarse en un pragmatismo de lo inmediato y esa falta de perspectiva, de mirar lejos y pensamiento elevado, producen hechos contradictorios, que por ser serlo, se destruyen mutuamente. Por todo ello, el desánimo y la incertidumbre, aunque venían siendo incoados, han empezado enjundiosamente a cundir y a tener prolongado bulto sin que los dirigentes otrora progresistas no pasen de gestionar un continuo fariseazo en una mutación casi escenográfica del denuedo y la ideología. La organización socialista se ha convertido en un instrumento de poder interno donde la militancia viene decreciendo desde el inicio de la democracia y sus agrupaciones territoriales resultan poco atractivas para la afiliación, convertidas en piezas utilizadas para las luchas internas. Los congresos del partido hace tiempo que son más asambleas de accionistas que instrumento para configurar la opinión mayoritaria de la militancia.

En este punto, es bastante paradójico, si no dramático, como el PSOE ha llegado a un ápice de desconcierto identitario que  en la peripecia de la investidura de Rajoy se singulariza en  un Partido Socialista temeroso del voto popular y de la participación de la militancia, cuando en realidad, debería ser el artífice de la aparición de nuevos niveles de soberanía ciudadana y nuevos procedimientos para tomar las decisiones democráticamente. El futuro se puede abordar desde dos alternativas: dejar abandonadas las relaciones que conforman el presente a las leyes naturales, a ese caos que las encadenan a base de reacciones de fortuna, o  pretender controlar los hechos eliminando las zonas de incertidumbre influyendo en sus determinantes y dirigiendo sus consecuencias, lo que, como es obvio, presupone la definición previa de una lógica concatenación que al fin no es más que la definición de una estrategia. Por todo ello, la actitud volcada al futuro puedo diseccionarse en dos posiciones: el deseo de evitar un mal y la voluntad de alcanzar un bien. La primera proyecta una perspectiva estática y la segunda una perspectiva dinámica. Y si evitar un mal no exige previsión, dejándolo todo a gestos defensivos inmediatos, la obtención de un bien presupone la anticipada definición de ese bien, de los principios generales que iluminarán las acciones que habrá que decidir para alcanzarlo –el ideario- y el planteamiento de las acciones concretas para obtenerlo –la política-.

El Partido Socialista hace largo rato que viene considerando que la historia y la contemporaneidad son objeto de esas reacciones de fortuna que marcan un orden objetivo de las cosas pródigo en incertidumbres y sujeto al arbitrio de la naturaleza, sin tener en cuenta que, como advertía Adorno, la naturaleza es estiércol.  La agenda socialista se sustancia en evitar un  mal y, por tanto, sujetas al cortoplacismo que reniega del ideario y de la misma política como instrumento de transformación social. El desmayo de la ideología en el PSOE por un pragmatismo resignado que admite como natural y, por tanto, como realidad inconcusa un estado de cosas que cuestiona en gran parte su posición así como su función en la sociedad y que produce un vacío narrativo que la aleja de la sociología que le debiera ser propia.

El socialismo del mal menor