viernes. 19.04.2024

Los socialdemócratas enemigos de la socialdemocracia

La socialdemocracia está condenada a la irrelevancia política mientras sean sus propios dirigentes los que estiman que sus valores y principios son inservibles

La socialdemocracia sufre una profunda crisis en Europa cuya etiología es de índole sumamente perversa puesto que se sustancia en la paradoja de que sus dirigentes no creen en ella, no solamente como instrumento de transformación social vertebrando una alternativa a las políticas conservadoras, sino ni tan siquiera como metafísica capaz de interpretar la realidad de forma diferente a la visión de la derecha. Esta desnaturalización de la socialdemocracia a manos de sus propios líderes ha dinamitado todos los equilibrios,  el bipartidismo, entre otros,  y ha sembrado, como correlato, la división en el seno de los partidos. Hasta tal punto aceptaron el estrechamiento del campo de lo posible, que el elector de izquierdas ha perdido la confianza. Esclavos de sus épicas pasadas, los dirigentes socialistas viven en la nostalgia del reparto de poder con la derecha y se entregan  a una realidad inexistente.

"El partido socialista está muerto, hay que superarlo, seamos claros”, la frase es de Manuel Valls, el primer ministro de Hollande, principal responsable junto con el presidente del hundimiento de las expectativas del partido socialista. La victoria electoral del PSF que dio la presidencia a Hollande fue interpretada por la ciudadanía como un cambio en la deriva austericida y un giro necesario hacia la izquierda después de los gobiernos  conservadores, que ahogaban a las mayorías sociales, pero las esperanzas de cambio fueron truncadas al día siguiente de los comicios.

Por ello, Valls pretende imponer un relato que justifique el coste de la derechización de las políticas y las posiciones del socialismo galo, precisamente, invirtiendo tendenciosamente las causas del desastre: el pésimo resultado de su partido ha sido debido a que su candidato, Benoît Hamon, ha apuntado demasiado a la izquierda. La misma coartada esgrimida por Susana Díaz: “Cuando se toman posiciones radicales la gente nos castiga”. Lo que no cuentan es que Hamon, que ganó las primarias a Valls, sufrió la deslealtad del ex primer ministro que le negó su apoyo e inició de inmediato su flirteo con Macron, nunca tuvo el sostén de los poderes del aparato, cargó sólo con un partido descompuesto y desprestigiado y vio como sus posibilidades se esfumaban rápidamente ante la desmovilización de los suyos. En el caso de Susana Díaz también es obra de deslealtades con los suyos y complicidad con la derecha lo que ha irritado a las bases y desconcertado a los electores. Como afirma el filósofo Slavoj Žižek, no deberíamos olvidar que la gran razón por la que estamos atrapados en el círculo vicioso de Le Pen y Macron es la desaparición de una alternativa de izquierdas viable. En el caso de España el efecto es estar sometidos a la hegemonía de la derecha, a pesar de la corrupción estructural que corroe a un Partido Popular con pocos escrúpulos éticos y democráticos.

Por todo esto, la socialdemocracia está condenada a la irrelevancia política mientras sean sus propios dirigentes los que estiman que sus valores y principios son inservibles. En este contexto, las mayorías sociales, las clases populares, los trabajadores observan perplejos como se les deja sin instrumentos de autodefensa social. Y todo ello cuando los ideales de igualdad, libertad, fraternidad, solidaridad y justicia son más necesarios que nunca.

Los socialdemócratas enemigos de la socialdemocracia