martes. 23.04.2024

Sobrevivir al coronavirus social

La ciudadanía, recluida en sus casas, es continuamente asaeteada por los portavoces oficiales y los medios de comunicación sobre la dramática peripecia del coronavirus en una ambientación parabélica donde la guerra como metáfora emocional se ha convertido en parte sustantiva del mensaje.

Las familias precarias van a tener problemas de subsistencia y esto no es una metáfora. La crisis viral dejará paso a una economía de escombros cuyas consecuencias no deberían pagar los más débiles socialmente, no sería decente

Para Jorge Luis Borges la historia universal era la historia de unas cuantas metáforas, advirtiendo que se erraba al pensar que pudieran inventarse las metáforas; las verdaderas, las que formulaban  íntimas conexiones entre una imagen y otra, habían existido siempre, las que aún se podían inventar eran las falsas, las que no valía la pena inventar. Es probable que se esté manejando en este atrezo comunicacional sobre la pandemia una de estas metáforas que no merece la pena inventar y que sería más balsámico para la ciudadanía hablarle de aquello que le angustia sin interferencias  ni simbologías que tengan expectativas colaterales.

Puesto que si la metáfora es de las que no merece la pena inventar, el símbolo, en este caso, como indicaba Benedetto Croce, si es concebido separable, si por un lado puede expresarse el símbolo y por otro la cosa simbolizada, se recae en el error intelectualista; el supuesto símbolo es la exposición de un concepto abstracto, es una alegoría, es ciencia, o arte, que remeda la ciencia.

Porque la cruda realidad que está viviendo la ciudadanía tiene ámbitos muy dramáticos que afectan a los dos elementos sustanciales de la vida de la persona: su salud física y su salud social, que en el caso de las mayorías sociales la sufren en un estado de debilidad oneroso con motivo de las agresivas medidas que las depauperaron con motivo de la crisis de 2008, en la cual la mitad de la sociedad se encontró en la intemperie.

El dramático ataque sufrido por las clases populares a manos de una derecha radical en perfecta ósmosis con las élites económicas y financieras, auténticos señores de horca y cuchillo, ha degradado tanto la vida social, con salarios de hambre, familias sin ingresos, pobreza, parados sin esperanza ni subsidios, que la desigualdad generada por la avaricia ciega de las minorías organizadas ha crecido de una forma arteramente inmoral. Todo esto ha dejado sin anticuerpos sociales a segmentos mayoritarios de la sociedad española.

La pandemia y las recetas para tratar de atajarla han hecho aflorar el hambre y la escasez que siguen sufriendo amplios sectores de la sociedad española, que está comenzando a sumergirse en una crisis de magnitud y consecuencias tan inciertas como inquietantes cuando todavía no ha salido de la anterior: más de 16.000 familias han pedido en los últimos días algún tipo de ayuda pública para poder comer en las grandes ciudades El parón de la economía ha cortado en seco los ingresos de miles de trabajadores precarios, un colectivo que supera los tres millones de miembros y al que se añaden más de 300.000 falsos autónomos. 

Y eso, en un país que vive al día, en el que una de cada cuatro familias se ubica  bajo el umbral de la pobreza y en el que los analistas cifran por encima del 30% del PIB el peso de la economía sumergida. La crisis de 2008 supuso, en realidad, una reordenación a la baja del tejido laboral que ha dejado en la crisis de hoy sin anticuerpos sociales a importantes segmentos de la sociedad. Las familias precarias van a tener problemas de subsistencia y esto no es una metáfora. La crisis viral dejará paso a una economía de escombros cuyas consecuencias no deberían pagar los más débiles socialmente, no sería decente.

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