jueves. 28.03.2024

Sánchez en su laberinto

sanchez entrevista TVE
Foto: Borja Puig. La Moncloa

Veranear, en su etimología castiza y consuetudinaria, se sustanció otrora en pasar los rigores de la canícula de la forma que mejor disponía el ingenio humano. Un ejemplo lleno de plasticidad es el de aquellos ancianos que organizaban sus charletas en las plazas pueblerinas y que iban desplazando las sillas según se movía la línea de la sombra. Lo de ahora debería llamarse con toda propiedad invernar, pues de eso de se trata, de huir del estío, de desplazarse a lugares donde el verano no se muestre como tal.

También la política en la vida pública española parece que intenta invernar en una suplantación de la realidad mediante la desafiliación ideológica y un hinchir del tacticismo, la demagogia y los recursos de un marketing sobreactuado, exultante de nuevos prejuicios culturales y protocolos excluyentes. Como en el teatro kabuki japonés, el maquillaje se convierte en protagonista mientras el escenario político se trufa de inautenticidad y, como consecuencia, de un déficit de participación cívica, lo que en Francia llaman entropie représentative, término con el que se alude al deterioro de la relación entre electores y electos, donde la ciudadanía se encuentra enclaustrada en una dimensión de consumidores políticos, desencantados ya respecto de la posibilidad de controlar de alguna manera, directa o indirectamente, los mecanismos de las decisiones políticas.

Los ciudadanos, que no entienden de transversalidades y menos aún de cabildeos de pasillos, dieron mayoría al bloque de izquierdas y ello se debe entender sin gabelas, es decir que espera un gobierno de izquierdas con política de izquierdas

La vida pública se convierte en un malentendido cuando la representatividad salida de las urnas se solidifica mal mediante la construcción por las organizaciones políticas de una exégesis práctica desafecta a la voluntad demoscópica. En primer lugar por un intento de malversar la posición ideológica de las fuerzas políticas en la supuesta superación de los conceptos izquierda y derecha gracias a una transversalidad imposible en busca de un centro inexistente. En estos contextos y pretextos la izquierda pierde siempre, pues se queda sin sujeto histórico, carece de hegemonía cultural y anula sus valores identitarios, lo cual la deja sin posición y función en la sociedad.

La caída del bipartidismo, que se estaba convirtiendo en una alternancia de partido único y de ahí su decadencia y descrédito, produjo la irrupción de dos fuerzas políticas que no han sido capaces de igualar a sus supuestos afines en implantación electoral y social. Ciudadanos, que nació con el único fin de combatir al nacionalismo catalán, se aferra a una política esquizoide que no es sino expresión de una inanidad ideológica e intelectual muy afín al tremendismo y a la performance provocativa de trabucaire de secano en la que se fundamenta su acción en la vida pública. Por su parte, el Partido Popular se oxigena de las losas que lo abismaban políticamente intentando aparecer algo lúcido entre el partido de Albert Ribera, cada vez más escorado a las trincheras autoritarias y VOX, esa escisión del PP que estima que es el momento de que España vuelva a ser la que el caudillo y el brazo incorrupto de Santa Teresa gobernó por la gracia de Dios.

En estos territorios de la política española, el presidente Sánchez de debate en la vertebración de una mayoría parlamentaria que estima, por la estrategia que sigue, que debe ser desemejante a la que lo llevó a la Moncloa, para lo cual apela a la complicidad de la derecha. Ello le coloca en una situación compleja. Los ciudadanos, que no entienden de transversalidades y menos aún de cabildeos de pasillos, dieron mayoría al bloque de izquierdas y ello se debe entender sin gabelas, es decir que espera un gobierno de izquierdas con política de izquierdas. Pero para más rebuscamiento, la carta firmada por aquellos que propiciaron la caída de Sánchez de la secretaría general del PSOE con el bochornoso coup de force de octubre, apelando a que el PP se abstenga en la investidura de Sánchez como hicieron ellos para propiciar la continuidad de Rajoy en el ejecutivo a costa de la misma defenestración de Sánchez y que esto lo asuma Ferraz como argumento, no deja de ser auténticamente surrealista, teniendo en cuenta que las primarias las ganó Sánchez oponiéndose a facilitar el gobierno del PP con el famoso eslogan “No es no”.

Propiciar unas nuevas elecciones es crear incertidumbre. No siempre es posible mover la silla según se desplaza la línea de la sombra.

Sánchez en su laberinto