viernes. 19.04.2024

¿Quién teme a Justin Trudeau?

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Si todo se reduce a la seducción del consumidor en un contexto de mercadeo, donde el marketing y la publicidad operan al margen de cualquier consideración moral o ideológica, es lógico que la trivialidad de lo técnico ante lo ético suponga el abandono del concepto de ciudadanía como centro del acto político

“El concepto es Trudeau”, señaló hace dos años el analista electoral Jaime Miquel. Es un concepto trufado de imágenes y que no es nuevo en el progresismo español. Y también es cierto que sólo es extrapolable en su faceta más frívola y epidérmica, puesto que las inercias históricas, la realidad social y política y el régimen de poder de Canadá y España tienen pocas semejanzas. Pero sobre todo es una herramienta sustitutiva de la política en sus entresijos más genuinos de organización ideológica del debate público por la externalización de la misma política hacia el espacio publicitario de las asesorías comerciales reduciendo la vida pública a los planteamientos de la mercadotecnia. Si todo se reduce a la seducción del consumidor en un contexto de mercadeo, donde el marketing y la publicidad operan al margen de cualquier consideración moral o ideológica, es lógico que la trivialidad de lo técnico ante lo ético suponga el abandono del concepto de ciudadanía como centro del acto político.

La banalización política y el desmayo de las ideologías y los valores como fuentes morales de vertebración nacional, fruto del utilitarismo tecnocrático, intentan conseguir la eliminación de los elementos trascendentes del imaginario colectivo. Todo se reduce a mero producto, el mismo país y los partidos políticos se convierten en marcas susceptibles de ser vendidas como rótulos comerciales, lo que supone un vaciamiento del sentido fundamental de la política a través de la derogación de su sesgo moral y relevante. Gobiernos técnicos, asesores comerciales externos, agentes de publicidad, ministros y altos cargos captados de los magazines televisivos, representan de hecho un concepto de la política como espectáculo evanescente.

En este contexto, la lucha por el poder se desideologiza desapareciendo en la práctica la catalogación propiamente política por la guerra de imágenes más extensas que profundas y, por ello, por la ocupación de un espacio político inexistente como es el centro, que es el gran invento del régimen de poder a modo lampedusiano para que, sobre todo, por parte de la izquierda, no se puedan implementar políticas que signifiquen una alteración del statu quo establecido por el régimen de la Transición. “España necesita un Podemos de derechas”, declaró hace cuatro años el banquero Josep Oliu, presidente del Banco de Sabadell. Y por ese espacio marcado por las minorías fácticas es por lo que ahora se está luchando por parte de los partidos políticos. Es por ello, que la moción y el nuevo gobierno han encontrado más apoyo y entusiasmo entre los electores que no votan al PSOE que en los propios votantes socialistas. La interpretación más extendida sobre el gabinete Sánchez coincide en destacar su perfil moderado y su potencial orientación hacia el electorado que pueda estar disputando con Ciudadanos. Llegar al poder y empezar a hacer guiños a quienes no querían un gobierno socialista o preferían a otros es una opción, pero antes o después acaba siendo un problema para quienes sí aspiraban a un gobierno del PSOE.

¿Quién teme a Justin Trudeau? La imagen a veces no basta.

¿Quién teme a Justin Trudeau?