jueves. 28.03.2024

¿Quién manda en España?

A partir de las vejaciones al pensamiento de Montesquieu infligidas por el franquismo, tuvo hechuras perversas la univocidad conceptual del poder que se concretaba en el precepto: unidad de mando y diversidad de funciones. Las Cortes, los tribunales, el ejecutivo tenían diferentes tareas, pero siempre mirando a la lucecita del Pardo. Franco fue finalmente vencido por la biología, derrota que padeceremos todos, pero el Estado, los intereses y las influencias fácticas a las que cobijaba la arquitectura del régimen, superó el trance con ese enjalbegado llamado transición. Se trataba de una versión posmoderna de la restauración canovista pero con una penosa y evidente disminución de la masa gris de los actores políticos. Aunque en ambos sistemas podemos percibir regímenes cerrados, basados en un turno de partidos, fuerte clientelismo, reparto de favores, extensas estructuras caciquiles y una prensa adherida al poder, existen grandes diferencias en la calidad de sus líderes. Hace un siglo existían dirigentes que, aun exiliados del juego limpio y próximos  a la corrupción, poseían cierta altura intelectual. Hoy, los diabólicos mecanismos de selección han generado una clase política insustancial, incapaz de trascender lo inmediato, refractaria al debate de ideas, sólo preocupada por su permanencia en el poder, por mezquinos intereses personales.

Es por ello, que el postfranquismo fáctico ha tenido pocos problemas en perpetuar, aunque con distinto decorado, esa unidad de mando que ahora deriva de las minorías económicas y estamentales que llevan más de cien años condenado a la ciudadanía a padecer un tiempo destinado a pasar. Un pequeño detalle pero muy elocuente es la sentencia del Tribunal Supremo sobre la abusiva cláusula suelo de las hipotecas, ahora corregida y denunciada por el Tribunal de Justicia de la Unión Europea. Que un gobierno conservador realice políticas favorables al poder financiero puede entenderse, pero que un tribunal de justicia dicte una sentencia ante un timo hipotecario con el razonamiento legal de que, con independencia de la actuación criminal de las entidades financieras, dicha sentencia procura no quebrantar los intereses de la banca, es de una aberración jurídica y moral que sólo es posible por la supervivencia conceptual de la unidad de mando y la diversidad de funciones.

Y la unidad de mando requiere un partido político único con diversas sensibilidades bajo siglas distintas y para ello el Pacto de la Transición, como un redivivo Pacto del Pardo, también determinó la adaptación sin condiciones a un régimen de poder que mantenía intactos los intereses y la influencia de las élites que habían prosperado en el largo y penoso período anterior a la transición. Para desactivar a la izquierda, se recurrió a dos ficciones: el centro político y el consenso, como coartadas para obviar el conflicto social y la sociología que lo padece y el pactismo desigual con la derecha. Toda la carga progresista se proyectó hacia territorios que no afectaban al poder económico como los identitarios y modos de vida. Ante desafíos dispersos, escribe Alain Minc refiriendo, entre otros, a la defensa del medio ambiente, minorías culturales, de orientación sexual, etc., los combatientes se dispersan también. Los apasionados de una causa no son automáticamente los de otra causa, pues no existe ya la ideología unificadora.

Esto ha conllevado una fábula, que Ortega hubiera apodado fantasmagoría, en la cual el espacio de lo posible es tan estrecho para la izquierda y tan holgado para la derecha que las fuerzas de progreso sólo pueden sobrevivir a costa de su propia identidad y el abandono de los intereses de la sociología que le debería ser propia. Nada tan surrealista como la peripecia sistémica del PSOE que ha renegado a su propia voz para adaptarse a un régimen de poder que en principio abomina de su esencia ideológica y para lo que el Partido Socialista ha apostasiado de sí mismo. Las nuevas categorías políticas que intentan superar el binomio izquierda-derecha, como constitucionalistas y no constitucionalistas, son el recurso del régimen para consolidar el partido único con diversas sensibilidades como parte sustancial de la unidad de mando y diversidad de funciones.

¿Quién manda en España?