miércoles. 24.04.2024

Lo que no puede permitirse el Gobierno de Sánchez

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Bertolt Brecht dixit: Hay muchas maneras de matar. /Pueden meterte un cuchillo en el vientre. /Quitarte el pan. /No curarte de una enfermedad. /Meterte en una mala vivienda. /Empujarte hasta el suicidio. /Torturarte hasta la muerte por medio del trabajo. /Llevarte a la guerra, etc…/Sólo pocas de estas cosas están prohibidas en nuestro Estado”. Como en el poema de Borges, a cada contacto, el puñal espera la mano homicida para la que fue creado. La imposición posmoderna de la hegemonía cultural del capitalismo financiero posibilita que, derrotadas las grandes narraciones emancipadoras, es decir, las cosmovisiones ideológicas, las crisis, de la índole que sea, constituyan una fuente de detritus sociales de los que se alimentan las minorías financieras a costa del infortunio y la marginación de la mayoría de la ciudadanía indefensa ante una nueva inmadurez, pero no una inmadurez trivial o efímera, sino una inmadurez que se vuelve congénita. Es el signo de una de las mayores contradicciones del individuo posmoderno, en donde el conocimiento inútil es lo que más resalta, todo ello, en medio de una avalancha de información que, mientras por un lado lo desculturiza, por el otro, lo desinforma.

La crisis de 2008, significó un reajuste estructural del régimen de poder con una depauperación sistemática de las mayorías sociales mediante un ecosistema económico volcado al único interés de que los ricos consolidarán un escenario favorable irreversible con la aniquilación del mundo del trabajo, cuyo tema casi ha desaparecido incluso en el pensamiento social, donde la sociología del trabajo pasó, en pocas décadas, de las ramas más buscadas a una más entre otras. Se trataba de invisibilizar la actividad que más ocupa a más gente en el mundo: la actividad laboral. La exhaustiva degradación del trabajo produce salarios por debajo de la subsistencia, la supresión o constricción de los subsidios a los parados, la precariedad de los escasos empleos, y con ello, la marginación y la exclusión social de los trabajadores. Es la expropiación de los pobres por parte de los ricos. Por ello, resulta difícil explicar la imposibilidad de dedicar un par de miles de millones para actualizar las pensiones o para prestaciones sociales, después de haber visto durante la crisis cómo miles de millones si se podían gastar en rescatar bancos, autopistas o entidades sanitarias privadas, aumentar el gasto en defensa y anunciar rebajas de impuestos milmillonarias. Como consecuencia, estamos ante un sistema en el cual el crecimiento económico crea ricos, pero no riqueza.

La actual pandemia se embosca en una sociedad española con unas mayorías sociales empobrecidas, en una precariedad permanente, con salarios por debajo de la supervivencia, al borde de la marginación social, que les toca afrontar hoy dos elementos trascendentes: evitar su muerte física, mediante el virus e imposibilitar su muerte social si, como en la crisis de 2008, las clases populares acaban pagando con su absoluta indefensión los costes económicos de la pandemia. Sería el error más enjundioso del gobierno de Sánchez en la actual crisis. El poscoronavirus deberá ser también una reorientación política de la calidad democrática, y social porque, ¿qué democracia es posible fundamentada en la desigualdad, el empobrecimiento incautatorio de las clases populares y en la ruptura de la cohesión social? Sólo se pueden salvaguardar las libertades y los derechos cívicos si la democracia política se convierte en una democracia económica, donde la justicia y la solidaridad formen parte de la racionalidad del sistema.

Lo que no puede permitirse el Gobierno de Sánchez