viernes. 29.03.2024

PSOE, ni ‘rojo’ ni de izquierdas

Walter Lippmann  creó la expresión “consenso manufacturado”,  posteriormente incorporada como parte del título de un libro de Noam Chomsky y Edwward S. Herman, como uno de los sesgos cognitivos del falso consenso  y que se da en sociedades democráticas  en las cuales existe de facto y subrepticiamente control  sobre la opinión pública. A diferencia de otros métodos de control social, en este caso es la publicidad y, más abiertamente, la propaganda, quien consigue que los votantes de una sociedad democrática sean espectadores  y consientan ser conducidos por la intelligentsia gobernante, todo ello bajo la apariencia de un consenso democrático. Es una forma de presentar la realidad más allá de su significado de acuerdo con los intereses del poder.

Muchos responsables del Partido Socialista en España, singularmente los incitadores del bluff del 1 de octubre, parece que no se han dado cuenta que el consenso manufacturado que sostenía la uniformidad política del bipartidismo no funciona porque las mayorías sociales damnificadas por la crisis y sin instrumentos ideológicos de autodefensa han comprobado críticamente que las ideas y los valores no tienen alternativas honorables. Es posible que cuando escuchen a algunos dirigentes socialistas apelar a la moderación, que más que moderantismo es un acercamiento a la derecha, bajo ese chantaje permanente de los conservadores y su aparataje mediático de achacar a la izquierda veleidades radicales, importantes segmentos de la base sociológica de Partido Socialista, aquellos más agredidos por el dual tratamiento dado a la crisis, han de sentir cierto desasosiego moral e ideológico. Porque ese derechismo que padecemos en España, elemental y zafio, tiene una cochura ideológica, moral y unas responsabilidades históricas que los socialistas no sólo no tienen por qué compartir sino que caen en la inanidad política y ética al compartirlas por mucho que hayan querido tradicionalmente los conservadores en identificarlas con el patriotismo español. Y si todos los problemas que sufre hoy nuestro país proceden de tales sentimientos y posiciones derechistas ¿qué solución se puede aportar con esa moderación y acercamiento a los elementos que los causan? Ya dijo Ortega que nada había tan pernicioso como hacer historia sin sentido histórico y existe una deriva en el Partido Socialista que lo aleja no ya del sentido histórico de la nación sino de su propia historia. La degradación material de las mayorías sociales hace que el Partido Socialista, carente de una doctrina para explicarse a sí mismo y para darse a explicar a los demás, siga actuando sobre la teoría de una sociedad que ya no existe.

Las declaraciones de Lambán llamando “rojo” a Pedro Sánchez o apelando a la unidad de España, concepto de umbrosa sonoridad,  en contra de la plurinacionalidad del país o las de Abel Caballero cuando afirma que el PSOE es un partido socialdemócrata y no de izquierda, es el paroxismo chabacano e iletrado de una nefasta uniformidad con la narrativa de la derecha que diluye la misma razón de ser del Partido Socialista. Unamuno aseguraba que un país vivo era un país ideológicamente dividido, y no encontraba ninguna razón para justificar “eso de la unanimidad.” Al escritor vasco, le daba lástima “un pueblo unánime, un hombre unánime.” La obsesión por lo unánime es siempre un sesgo conservador en España, que encierra la uniformidad impuesta para preservar un régimen de poder acomodado a los intereses de las minorías económicas y estamentales.  Desalojar del formato polémico cuanto no convenga al Ibex 35 y su embalaje político e institucional se ha convertido en el artificioso orden objetivo de las cosas y la corrección política. El consenso del pacto de la Transición trazó una gruesa línea donde la moderación se enmarcaba en una descentralidad con demasiado encorvamiento a la derecha. Lo posible se funda en un sistema que cada vez más permite, como dice John Gray, que “la mayoría de la gente renuncie a la libertad sin saberlo”.

PSOE, ni ‘rojo’ ni de izquierdas